Vuelta a la ilusión de todos los días

P.C.P.
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Merche despacha la primera primitiva, «la ganadora», a Carlos en Soncillo y cobra vida la terraza del hotel El Capricho de Clemente, donde Marcos ha sido el único cliente en 2 meses

Carlos muestra la primera primitiva de la nueva normalidad que despachó Merche en el bar Rosales de Soncillo, que también abrió la terraza ayer. - Foto: Alberto Rodrigo

Hoy tenía que llegar un grupo de 42 moteros al hotel El Capricho de Clemente. Uno menos que los años que cumplió su dueña, Lorena, el domingo. Bayeta en mano, limpia sin descanso las mesas, las banquetas, las sillas, los cristales... Entre su movimiento y el que imprimen los primeros clientes a la terraza del establecimiento, parece que la vida ha vuelto revolucionada al centro de Soncillo, donde mañana habrá mercadillo.

Marcos también agradece el jaleo y pasea curioso entre las mesas de la terraza, pertrechado con su mascarilla. A sus 90 años, ha sido durante más de dos meses el único cliente de este hotel. Pasa 6 meses aquí y otros 6 en su casa de Orbaneja del Castillo, porque a los nietos y bisnietos -tiene ya 7- les gusta aquel pueblo con locura. Pero de momento ni ellos pueden llegar allí ni los moteros venir al Valle de Valdebezana. «Yo creo que ha pasado ya el verano y no me he enterado», afirma Lorena para resumir la dureza de esta etapa de confinamiento. Como el día, los rayos de sol comienzan a colarse por la puerta a través de la que despacha también pan, prensa y tabaco. «Nadie lo puede dejar, la primera yo», dice, mientras espera poder llamar a trabajar cuanto antes a sus 4 camareros, ahora en ERTE. Las reservas para agosto están ya «al 40%» y una comunión de mayo ha sido trasladada a septiembre. «Pienso que las zonas rurales, como son más económicas para el bolsillo, pueden tener más movimiento este verano», apunta.

De la misma impresión es Carlos, que acaba de echar la primera primitiva de la ‘nueva normalidad’ y también un Euromillón  en el Bar Rosales. «Estas son las ganadoras», apunta Merche al darle los boletos, para enviarle fuera a tomar el café. Ni siquiera a los futuros millonarios se les permite contravenir las normas sanitarias. Afrontan con «cierto miedo» el momento, que llegará no saben cuando, del desembarco de quienes han sufrido el confinamiento en las ciudades. «Quizás esto conciencie a la gente de las ventajas de vivir en las zonas rurales, con tu espacio, tu jardín, tu huerta...», opina Carlos.«Se ha demostrado que el teletrabajo funciona», recalca.

Lorena (mascarilla negra) reabrió la terraza del hotel El Capricho de Clemente con mucho ambiente. Lorena (mascarilla negra) reabrió la terraza del hotel El Capricho de Clemente con mucho ambiente. - Foto: Alberto Rodrigo

A Jone le ocurre lo contrario. Quiere volver a Bilbao porque lleva desde febrero en Arija y necesita con urgencia la ropa de verano, pues  ha caído casi por sorpresa en el Valle de Valdebezana después de un fin de semana de frío y calefacción. Camina a paso ligero por delante del cámping, en el que Adina espera que lleguen los clientes «cuánto antes», con tantas preguntas como para rebosar el embalse, prácticamente hasta los topes tras las últimas lluvias.

«Ojalá empiece la temporada cuanto antes, porque si no lo tengo crudo», afirma franca. Llegó de Potes para trabajar en la instalación de cara a la Semana Santa y no tuvo tiempo ni de firmar el contrato. La declaración del estado de alarma le dejó sin trabajo y sin opción de acogerse a las ayudas. «Lo veo negro, muy negro», apunta. Confiesa que pasó una semana «como mareada» por la sucesión de acontecimientos negativos. «Llegué aquí y no reaccionaba». Pero el tiempo y la necesidad de salir adelante, quizás también la belleza del entorno y el amplio espacio natural del que solo unos pocos pueden disfrutar en esta situación, le han ayudado a asimilar la situación. El cámping no puede abrir y el bar tampoco ha montado la terraza. Sin turismo no compensa. El horizonte de julio sería un bálsamo para la maltrecha economía de esta zona, que como el resto del Valle de Valdebezana recibe muchos visitantes de toda la cordillera cantábrica.

Bien conoce el tipo de clientela Maribel, que regenta el hostal El Escudo de Cilleruelo de Bezana.Su hijos, Lorena entre ellos, quieren que se retire pero ella se resiste tras 47 años. «No me quiero jubilar». Ha pasado el confinamiento allí, con 3 de sus 4 camareros, pese a que los tiene a todos en ERTE menos a Pedro, que además de trabajar en el mantenimiento ayer empezó a servir la terraza. Han tenido que imponerse unas rutinas para no abandonarse. A las 9.30 el desayuno y después «comer, dormir y ver la televisión», porque en el hotel poca labor había que hacer. «Pintamos en enero, con la idea de abrir en Semana Santa», recuerda Maribel, que también se ha dedicado a «revolver rincones». Entre ellos, los de la memoria de los años dorados de la carretera de Santander, que los viernes se llenaba de madrileños, antes de que abriesen la autovía. «Teníamos por lo menos 5 o 6 barras de pan para hacer bocadillos», evoca. Quizás este verano sea de nuevo de turismo interior y bocata.

Pedro, Mariano y Maribel, en la terraza del hostal El Escudo de Cilleruelo de Bezana.
Pedro, Mariano y Maribel, en la terraza del hostal El Escudo de Cilleruelo de Bezana. - Foto: Alberto Rodrigo