"Me da mucha pena que se pierdan las tradiciones del pueblo"

F. TRESPADERNE
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Retratos del #Burgos olvidado (XI) | Estanislao Villalmanzo ha sido agricultor, ganadero y monaguillo, y lleva cincuenta años iniciando y dirigiendo el canto del 'Ne recorderis' con el que despiden a los difuntos en Zael

"Me da mucha pena que se pierdan las tradiciones del pueblo" - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Estanislao Villalmanzo, Tanis para sus vecinos, pertenece a una de esas generaciones que aún permanecen arraigadas a la tierra, a los pueblos que les vieron nacer, y a las tradiciones que intentan conservar, a pesar de la despoblación y, en algunos casos, del desinterés de las nuevas generaciones en preservar este patrimonio inmaterial, que se transmite de generación en generación hasta que se rompe el último eslabón de la cadena custodia. Esto último es lo que ocurrirá, salvo milagro, en Zael con una de sus más arraigadas tradiciones, el ‘Ne recorderis’, un responso cantado en latín que entona y dirige Tanis, al que le responden los que asisten a los funerales.

"También se canta los días de ánimas", apunta el guardián de este canto, a la vez que apunta la hipótesis de que trate de un cantar "mozárabe, de cuando estaban en Villalmanzo, y que aquí comenzó cantando el cura en la iglesia y después lo cantó Maximiano Rebollares, que ha sido alcalde y ahora tiene noventa años, que es el que me enseñó y que cuando se murió su cuñado Juanito me dijo que lo tenía que cantar yo y hasta hoy". Cincuenta años cantando el Ne recorderis, "y dicen que lo hago bien", apunta orgulloso de mantener el testigo que en su día la pasaron.

Este es el único canto en latín que sigue vivo en el pueblo, confiesa Tanis, quien recuerda que antes también entonaban en la iglesia "el miserere, el guirigatus, el calvario y en la misa de fiestas, que era la principal, los quiris (Kyrie eleison) y así ha sido siempre con Maximiano, pero ahora ya no se cantan, solo el Ne recorderis", lamenta, a la vez que asegura que "nadie pone interés para continuar con esta y otras tradiciones que creo que se perderán, no hay relevo y los jóvenes no quieren saber nada de esto, tengo una sobrina que canta que es una maravilla y la gusta hacerlo en la iglesia, hasta compuso un himno a Zael, pero nada... y tampoco sus compañeras del coro parroquial". Hace una pausa en su relato y sin mediar palabra se arranca a cantar el Ne recorderis, su parte y la de los vecinos, en un intento de perpetuar en el tiempo un canto que conoció de niño y al que ha estado ligado toda su vida, "desde que empecé de monaguillo, estuve hasta los 16 años, y hasta ahora que estoy prácticamente solo". Una afirmación que no deja de sorprender en un pueblo que, asegura, "es muy cantarín, hay mucha afición y las mujeres del coro parroquial ensayan los sábados".

Jovial por naturaleza, risueño y muy animado, hasta que la pandemia le ha recluido en casa -tiene mucho respeto "al bicho"-, aprovechaba cualquier momento, una merienda, unos vinos en el bar o una boda, para cantar, en especial esa que dice "que cuando vienen del campo viene cantando..., esta es la que más me gusta y la que de quien pudiera tener la dicha que tiene el gallo, el gallo sube y echa su polvorete, racatapúm chichin y se sacude... ", tararea este cantarín con una pícara sonrisa y cierta nostalgia de esos momentos pasados con sus vecinos en los que era posible compartir alegrías sin mascarilla.

El canto de la noche de Reyes y las marzas son dos citas marcadas en el calendario de Tanis, "siempre estoy ahí porque desde hace muchos años soy el promotor de las marzas, pero este año nos las podremos cantar, como tampoco hemos cantado la noche de Reyes, la última vez nos juntamos ese día en el bar unas treinta personas para cenar. Lo pasamos muy bien y en cuanto hay una cena o reunión en seguida canto lo que sea y la gente me sigue". Es lo que ahora se conoce como un animador social o comunitario, labor que desempeñaba con Maximiliano "porque siempre nos uníamos para cantar y animar cualquier fiesta", señala añorando unos tiempos en los que "estábamos en el bar jugando en el bar jugando a las cartas hasta las tantas, en buena armonía, y también íbamos a las bodegas a tomar el vermú".

Una de las pocas tradiciones que aún se mantiene en Zael, apunta Tanis, es la que se conoce como de ‘los judíos’, que consiste en colocar en la iglesia en Semana Santa unos paneles pintados representando La Pasión, "pero cuesta mucho subir y para eso se necesita gente joven, pero está desapareciendo, como otras muchas cosas, antes cuando llegaba el día de San Isidro había alegría y la gente bailaba desde primera hora con los dulzaineros y luego con la orquesta, yo no porque se me da muy mal, pero ahora no hay esa alegría, todo es más triste y más con estas epidemias". Una epidemia que a Tanis le ha cambiado la vida, "antes todos los días iba a Lerma a comer", asegura, aunque ni el aislamiento social al que se somete ni las mascarilla han podido con su buen humor, labrado a lo largo de 76 años de una vida dedicada a la agricultura y ganadería, dos duros y sacrificados oficios en su época.

"Vivíamos mejor que hoy, que la gente tiene mucho y vive peor... y con más conformidad, además", manifiesta Tanis, quien reconoce que ha trabajado mucho "en el campo y engordando los chotos, que compraba con 160-180 kilos y los vendía a los siete u ocho meses cuando los ponía con más de 600 kilos. Para ser ganadero hay que sufrir mucho, unos años ganabas y otros perdías dinero".

Además de labrar la tierra, Tanis molía el grano obtenido en su campos para cebar a los chotos, "todo lo que cogía lo molía haciendo una mezcla con maíz y salvado, y vitaminas, es lo que hecho durante toda mi vida, hasta que me jubilé", manifiesta, a la vez que recuerda que "trabajaba todos los días del año y cargándome los sacos a cuestas, no es como hoy, antes todo se hacía mano".

Curtido por el trabajo en el campo, el rostro de Tanis refleja la nostalgia de otros tiempos en los que los pueblos estaban llenos de vida y no se vislumbraban los efectos perversos del fenómeno de la despoblación, que llegó en silencio para quedarse y borrar, si alguien no lo remedia, el gran patrimonio inmaterial que atesoran muchos pueblos, que pasa de generación en generación gracias a personas como Tanis, que se resiste a ser el último que entone el Ne recorderis o que empuje a sus vecinos a cantar las marzas para recibir a la primavera. Este guardián de las tradiciones bien merece un reconocimiento y un sustituto que garantice la continuidad de algunas de las señas de identidad de Zael.