"En los delitos sexuales, denunciar tiene un coste"

María Albilla (SPC)
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Ha tenido un efecto muy reparador el reconocimiento social como víctima tras denunciar

"En los delitos sexuales, denunciar tiene un coste" - Foto: Fernando Alvarado

Miguel Hurtado es una persona calmada y reflexiva. Paladea todas sus respuestas antes de hablar. Ni una palabra es accidental. Miguel Hurtado está acostumbrado al silencio. Durante 20 años calló cada día y cada noche. Tenía 16 cuando un monje benedictino de la abadía de Montserrat, el germá (hermano) Andreu, abusó sexualmente de él durante un año. Lo denunció a sus superiores, pero entonces nadie le quiso escuchar y su vida se convirtió en una huida hacia adelante. Huía de aquel deleznable acto, de su recuerdo, del sentimiento de culpa, de él, de un trauma que le dañó tanto su autoestima como la visión de sí mismo.

En ese camino su refugio fueron los libros. Estudio Medicina y hoy ejerce como psiquiatra infantil en Londres. Estuvo años en terapia, hasta que un día decidió que era el momento. Tenía que romper el silencio y ser el primero en alzar la voz para que estallara el caso Montserrat. Ahora, además de contar su historia la deja negro sobre blanco en El manual del silencio. La historia de pederastia en la Iglesia que nadie quiso escuchar.

¿Qué siente al ver su historia en las librerías después de tantos años de silencio?

Los seres humanos separamos mucho la parte privada y la pública y la parte más íntima solo la compartimos con nuestros seres queridos. Cuando haces un libro de memorias tratando sobre estos temas y desnudándote emocionalmente, es extraño ver que tu intimidad está en las librerías al alcance de cualquiera. 

¿Para qué le ha servido poner negro sobre blanco su historia?

Ha tenidos dos efectos muy positivos. Uno ha sido acabar de dinamitar el silencio y el secreto de un crimen como es el abuso de sexual de menores que se comete sin testigos y en privado. Hacer que forme parte del ágora pública es sanador. Otro efecto muy reparador ha sido el reconocimiento social como víctima. Históricamente ha habido una cultura muy hostil hacia las víctimas de abusos sexuales. A quien se cuestionaba era a la víctima. El hecho de que la reacción mayoritaria haya sido positiva me está sirviendo para restablecer los lazos con mi comunidad, de la que me aislé tras ser abusado.

¿Le hubiera gustado que el hombre que abusó de usted lo leyera?

No sé si hubiera significado una gran diferencia. Él era una persona que no aceptaba la realidad de lo que había hecho o bien no le importaba el daño que pudiera causar. Más que leer el libro lo que me hubiera gustado es haberle podido confrontar ante un juez y haberle dicho ‘me has hecho esto y estas son las secuelas que ha tenido’.

¿Cuántas veces en la vida se ha preguntado por qué yo?

Al principio, muchas. Luego, reflexionando, te das cuenta de que muchas cosas en la vida tienen que ver con la suerte, con la buena y con la mala suerte. Yo, en aquella época de mi vida, era la persona equivocada en el momento erróneo y el lugar incorrecto. Al escribir este libro, me ha pasado justo lo contrario. 

Pero no fue el único...

Cuando yo denuncié en 2019, que fui la primera persona en hacerlo, salieron más casos, hasta que la Abadía de Montserrat tuvo que reconocer en un informe interno que mi agresor había sido un depredador sexual que había abusado de 12 chavales en 30 años bajo el mandato de tres abades. 

Creo que se tiene que ser muy cuidadoso cuando una persona denuncia porque, a veces, tirando del hilo, puedes desenmascarar todo un entramado criminal.

¿Pensó en el alcance que podrían tener los hechos que denunció?

Lo sospechaba, pero no tenía las pruebas. Desde el primer momento supe que mi abusador era un depredador sexual por su modus operandi. Lo hacía con calma, con frialdad. Sabía lo que hacía. Él tenía 65 años y nadie empieza a abusar de críos a esas alturas. 

 

¿Algún compañero le insinuó en algún momento que podría estar pasando por lo mismo?

La mayoría de los casos que han salido a la luz son de los años 70 y 80. El mío fue en el 98, así que yo no pude ser consciente porque habían pasado años antes. 

¿Qué le llevó finalmente a revelar su secreto el año pasado?

Ya no podía aguantar más el secreto. En los delitos sexuales, denunciar tiene un coste, pero callar tampoco sale gratis. Entonces me di cuenta de que había cargado con ese secreto durante 20 años y que había tenido un efecto devastador en mi vida.

¿En quién confió para contarlo?

En todo este tiempo fui contando mi historia de una manera progresiva. Primero dentro de mi círculo íntimo, algunos amigos, mi familia, mi terapeuta... y poco a poco me abrí a la denunciar públicamente que había sido víctima de un cura pederasta, pero sin decir quien era ni él, ni los encubridores ni el lugar en el que había sucedido. Ya en 2019 fue cuando decidí tirar de la manta.

¿Se ha arrepentido en algún momento de haber tirado de la manta, como dice?

No. Quizá si lo hubiera hecho antes y la sociedad hubiera estado menos madura para una denuncia como esta, me podría haber arrepentido. Pero no, solo me han pasado cosas buenas desde que rompí el silencio.

El caso no se puede judicializar porque los delitos han prescrito. ¿Siente impotencia?

En este caso, como en la mayoría de los de abusos infantiles, las víctimas necesitamos décadas para estar preparadas y poder denunciar los hechos y cuando quieres hacerlo todo ha prescrito: el abuso, el encubrimiento... y tanto por la vía civil como por la penal. Realmente no tenemos acceso a la Justicia. La ley, en estos casos, premia al malo, a instituciones que han obstruido a la Justicia y encubierto a delincuentes.

¿Por qué cree que el propio Vaticano dictaba la ley del silencio en cuanto a los casos de pederastia? 

En los casos de pederastia en la Iglesia católica todos los caminos llevan a Roma. ¿Quién se puede creer que cientos de obispos de todo el mundo hayan gestionado estos casos de la misma forma? Han obstruido a la Justicia, intimidado a testigos, destruido pruebas, silenciado a las víctimas... parece increíble que fuera sin el beneplácito del Vaticano. 

El Papa Francisco eliminó el año pasado el secreto pontificio, pero también es muy crítico con él.

Juzgaré al Papa no por lo que dice, sino por lo que hace y creo que es claramente insuficiente. 

¿Piensa que sus condiciones de vulnerabilidad a los 16 años le hicieron una presa fácil?

Pienso que sí. Yo no fui abusado justo después de conocer al germá Andreu. Me estuvo observando durante un año y cuando vio que estaba más aislado de mis compañeros olió la vulnerabilidad, se acercó a mí y se ganó mi confianza. Si me hubiera visto feliz no creo que lo hubiera hecho nunca.

Tardó un año en abandonar las connivencias en Montserrat. ¿Por qué no salió pitando de allí?

Es una situación que no se puede comprender si antes no entiendes que se trata de una manipulación emocional, igual que pasa con la violencia de género. Un maltratador no le mete una hostia a su novia en la primera cita. Primero establece una relación; luego llega el maltrato y el perdón. En los abusos sexuales infantiles es lo mismo. Un abusador no toca a un niño el día que le conoce. Antes se convierte en una referencia para él, por lo que para ese pequeño es muy difícil entender que la misma persona que le cuida le esté haciendo daño.

Cuenta que aprendió de su familia que guardar secretos era un mecanismo para la supervivencia. ¿Esto le puedo afectar también?

Sí, creo que sí. Pero entonces era algo muy cultural. Mi madre es hija de la posguerra y en aquella España mucha gente que había sufrido cosas horribles durante la Guerra Civil lo silenció, afrontó los traumas con la negación para seguir hacia adelante y esa era la forma que tenía mi madre de actuar ante las cosas malas que pasaban en la vida.

 

¿Ha llegado a perdonar?

He pensado mucho en esto y la respuesta es depende. Depende de cómo definas qué es el perdón. Si perdonar es no acordarte de las cosas y no sentir emociones intensas cuando piensas en las personas que te han hecho daño, estoy empezando a perdonar. Si significa amnesia, no. Y si hablamos de impunidad, conmigo que no cuenten. Por eso quiero que quede constancia ahora y en el futuro de lo que sucedió en Montserrat, en la Iglesia católica española y en la Iglesia universal.

¿Cómo ha condicionado su vida hasta ahora cargar con esto?

Ha tenido efectos siempre. Fue un episodio muy disruptivo en plena maduración y transición a la edad adulta. En todo momento he lidiado con unas emociones muy intensas que no sabía ni entender ni procesar. He tenido que dedicar tanta energía a lo que pasaba en mi interior que no daba a basto para hacer el resto de cosas que corresponden por etapa vital. 

Aún así, logró ser médico psiquiatra especializado en infantil.

Lo que pasa es que, aunque me haya ido razonablemente bien en la vida, hay una parte de esta que me han robado. He tenido que trabajar el doble para poder salir adelante y cuando pienso en las cosas que se han quedado por el camino... Los años de la universidad me los pasé encerrado en mi habitación pensando de una manera obsesiva en lo que me había pasado.

¿En qué momento decidió que tenía que ir a terapia?

Durante esos años universitarios empecé a hacer terapia de grupo y luego, durante la residencia, hice terapia individual con un psiquiatra. En ambos casos fue después de entrar en crisis, es decir, intenté atar lo que me había pasado en un rincón de la memoria, pero recaí en el trauma. Cuando me pasaba esto entraba en barrena.

¿En la actualidad tiene algún tipo de creencia religiosa? 

No. Mi fe católica se desmoronó. Yo era un chaval católico de una familia católica. Pero si lo piensas es como la imagen de Saturno devorando a sus hijos. En mi casa tengo una nueva religión, que es la defensa de los Derechos Humanos. Ese es mi código ético y moral, el que orienta mi conducta. Y, al contrario que los obispos, yo sí que soy coherente a la hora de practicar lo que predico.