En busca de los abuelos de Castilla en la sierra de la Tesla

P.C.P.
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José Ángel Lecanda, historiador vinculado a Medina de Pomar, lidera el proyecto de las universidades de Deusto y Asturias para investigar el poblamiento y la organización del paisaje en la Alta Edad Media con una primera campaña de excavaciones

José Ángel Lecanda anota en su cuaderno de trabajo los avances en el yacimiento de La Varguilla. Las barras marcan el habitáculo número 1, con los cortes en la roca perfectamente visibles. - Foto: Alberto Rodrigo

Al conde Rodrigo le conocemos como el padre de Castilla, un territorio que en el siglo IX se extiende por las Merindades, parte de Cantabria y del norte de Palencia. Pero ¿quiénes fueron sus abuelos? ¿Qué gentes habitaban esas tierras desde el hundimiento del imperio romano? ¿Dónde vivían? Y, sobre todo, ¿cómo?

Estas son solo algunas de las interesantísimas preguntas a las que trata de dar respuesta el proyecto liderado por el historiador José Ángel Lecanda, doctor de la Universidad de Deusto vinculado a Medina de Pomar, que junto a la de Oviedo investigan el doblamiento y la organización del paisaje en la Alta Edad Media, desde que desaparece el imperio romano hasta que surge el Condado de Castilla, entre los siglos VI y IX.

La sierra de la Tesla domina poderosa el paisaje y marca el eje de los trabajos de este equipo multidisciplinar con especialistas de otros centros el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la Universidad de Santiago, la del País Vasco o la Complutense. A lo largo de esta cordillera hay más de una docena de yacimientos, de los que se ha elegido una representación de 4, con muchas similitudes pero también con notables diferencias», para ver si entre ellos hay una diferencia cronológica, funcional o social», que puede tener que ver con la distancia de las edificaciones de referencia -iglesia y castillo, fundamentalmente- pero quizás también con la época u otros motivos aún por descubrir.

El equipo de Lecanda parte de la hipótesis de que todos estos asentamientos se realizan «siempre mirando hacia el vallejo interior», lo que parece indicar que trataban de ocultarse. «Cuando se hunde el imperio romano y todo es un caos, los que no son élites salen de las villas y de las ciudades y buscan un sitio para poder sobrevivir de forma discreta en grupos pequeños, a veces familiares, o de 3 o 4 familias a lo sumo», explica. Esa localización con respecto al río, la montaña y la calzada romana «tiene que traducirse» para explicar su relación con el medio y su modo de vida, fundamentalmente basado en la ganadería, ahonda el director de un proyecto de investigación centrado en unos siglos históricamente muy desconocidos, porque apenas hay documentos que hayan pervivido, pero «muy importantes, porque son lo que explica después el nacimiento de Castilla», recalca.

Los emplazamientos elegidos para esta primera campaña son los de el Escudo, la Varguilla, el castillo de Urría y Baíllo. «No podemos precisar la cronología pero sí el margen cronológico, entre los siglos VI y IX, antes de la aparición de las aldeas», expone, y por supuesto de que floreciera el románico y esas iglesias que representan gráficamente la Edad Media para el común de los mortales.

En el yacimiento más cercano a la iglesia de Santa María de Mijangos, la Varguilla (conocido como la Barquilla en el siglo XIX), no han hallado tumbas. Sí en otros más alejados, como el de El Escudo. «A medida que nos vamos alejando de la iglesia, tienen tumbas y algunos también iglesuela. Tiene que ver con la distancia», detalla.

En ese yacimiento había constancia de al menos 7 tumbas y ya han encontrado unas 30, con algún resto óseo que les permitirá intentar realizar una datación con carbono para fijar una cronología. En el Escudo conviven tumbas antropomorfas excavadas en la roca, otras con lajas y alguna mixta, mezcla de ambas. De aquí surge otra pregunta. «¿Por qué se enterraban en este lugar?», inquiere Lecanda, con un enigmático susurro.

La primera campaña de excavaciones ha sido financiada por el Ayuntamiento de la Merindad de Cuesta Urria y la Diputación de Burgos. Además de los trámites, se han encontrado con la pandemia, que ha modificado sus planteamientos iniciales de trabajo, y con la dificultad de acceso a alguno de los yacimientos. «Hay algún lugar casi inaccesible, como el Castillo de Urría. Llevamos un año mirando cómo subir personas y material allí. Este año simplemente vamos a tomar unas muestras y si dan resultados positivos, tendremos que ver cómo lo podemos resolver. Si no, habrá que dejarlo», comenta con resignación pero con un punto esperanzado.

‘CASA’ DE 12 METROS. Desde el asentamiento de la Varguilla se ve la fortaleza de Tedeja y la iglesia visigoda de Santa María de Mijangos (ahora no, pero sí en otoño, cuando los árboles pierden la hoja). Indiscutiblemente, se trata de una localización estratégica para contar con la protección de las armas y de dios. Cuando en los años 90 sacaron a la luz el templo, a Lecanda le llamó la atención un «muro muy curioso», que bajaba a lo largo de un montículo y que estaba asociado a unos cortes en la roca que se repetían. Al consultar el parcelario antes de la concentración vieron que nunca había habido fincas en esa zona, que siempre fue monte. «Lo que sí veíamos en el terreno era que la roca estaba cortada, se aprecian las marcas de las piquetas, los cortes. Se repetía una vez, otra…», así hasta documentar 4 habitáculos tras desbrozar la zona. 

Aclara el profesor de Deusto que «estamos trabajando con una realidad material mucho más pobre, un mundo donde no hay ciudades, donde no hay intercambio comercial, las comunidades están aisladas y son pequeñísimas», en contraposición a las ciudades y villas romanas que conocemos y podemos visitar. De ahí que estas viviendas parezcan tan insignificantes, casi miserables. 

Cada ‘casa’ es un receptáculo de unos 12 metros cuadrados, la roca lo cierra por un lado y por otro probablemente tendrán una estructura con troncos de madera -«aquí no se construye con barro ni adobe»-, que «llegaría hasta un recorte de roca que se asocia a los agujeros de poste», aclara. Como la ladera es muy abrupta, rellenarían la grieta «con piedras más grandes y tierra para poder hacer una rampa de salida» hacia el exterior, mirando a la sierra. Aún quedan incógnitas. «Tenemos algunas dudas todavía, de si hay un muro interior u otra división» dentro de la casa, o si el asentamiento estaba rodeado por un foso, como puede indicar una «cárcava profunda y larga que no parece natural», apostilla.

«El siguiente vecino realiza el mismo corte en la roca, para que las casas no queden muy inclinadas» y así bajan la ladera. En otro montículo cercano está el quinto habitáculo, mucho más grande pero también de más sencilla construcción.

En El Escudo, por contra, para construir las casas aprovechan «una piedra con cierta curvatura, que no llega a ser una cueva. ¿Es solo porque tienen un abrigo natural o hay una diferencia social? ¿O es cronológica?». Más preguntas. La sierra de la Tesla cobija celosa las respuestas,