Un Marco Polo con pinceles en el equipaje

A.S.R
-

Sebas Velasco se reivindica como pintor de estudio, pero no ha abandonado nunca la calle. Solo o con colegas, sus murales se asoman a ciudades de todo el mundo: desde Estados Unidos a Serbia pasando por Portugal, Francia, Polonia, Bélgica o España

Sebas Velasco, en plena faena durante el mural que realizó en la ciudad portuguesa de Colviha. - Foto: José Afterol

El Parque de los Poetas, Gamonal o el bulevar aún conservan el rastro del paso de Sebas Velasco (Burgos, 1988) por ahí. La calle siempre ha sido escenario de la inquietud creativa del artista. Y lo sigue siendo, y la continúa disfrutando, aunque se reivindica como pintor de estudio y como tal se gana la vida. Comparte taller con otros tres colegas en San Sebastián y, principalmente, vende su obra a coleccionistas europeos. La atracción por la periferia, la noche, el paisaje urbano y sus gentes con su pincelada figurativa, que expuso el pasado mes de diciembre en la sala del Consulado del Mar, son claves de su trabajo. Pero de vez en cuando le gusta desviarse, patear la calle y dejarse seducir por el muro. Tiene para él otros alicientes y sus redes sociales dan fe de esa huella que no deja de ser la del mismo Sebas Velasco que se pone frente al caballete. 

Estados Unidos, Francia, Bélgica, Polonia, Serbia, Kosovo, Portugal, Italia... Como un contemporáneo Marco Polo, el burgalés traza con sus trabajos una ruta por todo el mundo. Murales que unas veces firma solo y otras con colegas; que en unas ocasiones encienden los focos sobre el relato, la historia, el símbolo y en otras prevalecen la estética y el lenguaje pictórico; que realiza en el marco de festivales urbanos o, simplemente, son el resultado de dejarse llevar por el momento y el entorno... 

Su relación con el arte, tanto de salón como de calle, empezó en Burgos. Siempre quiso dedicarse a ello. Su primer contacto serio fue a los 13 años en las clases con José Luis Galán. Poco después ya se ve con el espray en la mano y los primeros flirteos con el grafiti. Hacía las típicas firmas y escenas muy cercanas al universo del cómic. El camino elegido parecía claro. Se licenció en Bellas Artes en Bilbao, realizó estudios superiores de Ilustración en la Escuela Massana de Barcelona, pasó por la Fundación Antonio Gala de Córdoba, volvió a Bilbao a cursar un máster y se instaló en San Sebastián. Todo de una manera natural, sin guion. 

«Me considero más un pintor que hace murales que un muralista que hace cuadros. Mi actividad y mi energía principal están en el estudio, pero pintar en la calle es algo que hago de siempre, incluso antes que nada, y también ha tenido un desarrollo en mi carrera», observa y reconoce que se retroalimentan. 

Detecta un punto de inflexión en su pintura callejera hace unos siete años. Abandonó el aerosol para llevar al muro el registro pictórico que ya plasmaba en el lienzo. 

«Ya había estudiado en Bilbao y tenía la sensación de que la estética de esos murales no se correspondía mucho con la de los cuadros que hacía. Poco a poco, a base de pintar más con brocha y con pintura plástica fui desarrollando la capacidad de llevar ese lenguaje pictórico del estudio a la pared y eso me reenganchó con el mural, me dio muchas posibilidades, y surgió la oportunidad de salir fuera».

Empezaron a llegar las invitaciones a festivales urbanos y otros encuentros. Ha viajado por toda Europa e incluso ha cruzado el Atlántico para realizar en Estados Unidos uno de los trabajos más especiales que recuerda. Fue en una cita muy local en la ciudad de Elko (Nevada), donde se mantiene una colonia de vascos, herederos de los que emigraron en la segunda mitad del XIX y principios del XX, que aún conservan la cultura y la lengua euskaldún. 

Y es que cada mural es un mundo, con unas circunstancias y unas motivaciones distintas para el autor. Unas veces el punto de atención está en el contenido, el relato, la historia, el simbolismo, como el caso de su aventura norteamericana o Yugo 45, un pintura que hizo hace un año en Belgrado (Serbia) de este coche mítico de la antigua Yugoslavia, un tema, el de la Europa del Este, que le fascina, pero advierte que para él la mayoría de las veces prima el lenguaje pictórico, la estética, lo que es capaz de sugerir al viandante. 

«Hay mucha discusión a lo largo de la historia sobre qué hace a la pintura trascender como arte. Si es más importante el contenido y el concepto que tiene detrás o cómo se traslada esa idea , su valor cromático, estético y plástico. Está claro que ambas importan, pero yo inclinaría la balanza hacia el lenguaje» determina Velasco, que, si la evolución del virus lo permite, planea con sus colegas una suerte de retiro al estilo de los impresionistas en Nava del Rey (Valladolid), pueblo de su padre, para ponerse frente al lienzo y dejar la impronta en el pueblo. 

Ahí radica otro de los grandes atractivos que halla en la pintura en la calle: la oportunidad de compartirla con colegas. «Para mí son muy importantes las colaboraciones, que es algo que mantengo desde el principio», sostiene al tiempo que confiesa que las otras, las propuestas ajenas, cada vez le cuestan más. Quizás se esté volviendo más selectivo; quizás -sugiere- le falta el empuje y la energía de los veinte años; quizás la pintura de salón le urja cada vez más tiempo. Lo que sí tiene claro es que la calle siempre estará ahí; aunque sea la otra.