Un club como los de antes

Angélica González
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Hace 50 años un grupo de profesionales de la burguesía que buscaban un espacio privado deportivo y de ocio crearon El Soto en un terreno junto a Castañares. Medio siglo después, más de 600 familias siguen disfrutando de sus instalaciones

Un club como los de antes - Foto: Patricia González

Entrar en el edificio social del Club El Soto es como viajar en el tiempo. De golpe, el reloj corre hacia atrás y ya no es 2019: Estamos en 1976 y las hermanas Dolores y Mercedes Sáenz de Cenzano, aficionadas a la decoración, dan los últimos retoques al que será a partir de entonces uno de los principales puntos de reunión, ocio y deporte para buena parte de la burguesía burgalesa. Las pesadas cortinas de majestuosa caída, el discreto estampado de los sofás, las paredes enteladas en blanco y azul como en los Hamptons o la impecable distribución de los puntos de luz han llegado hasta el presente prácticamente impolutas, y hasta algunos descosidos en los sofás y las quemaduras en las mesas de bridge, recuerdo de aquellos tiempos en los que se fumaba durante las partidas, quedan bien y le dan a todo el conjunto un aire de sitio vivido, de salón de estar de casa de la abuela en el que si se mueve algún mueble se echará a perder para siempre una atmósfera clásica e intemporal.

Varios años antes de que las decoradoras amateurs terminaran su trabajo, el 17 de febrero 1969, se había constituido un club de nombre El Parral que tenía como objetivo construir en ese parque que ahora utiliza toda la ciudad un  espacio privado con piscinas, canchas de tenis, hípica, guardería, etc. Enrique Plaza, presidente de honor del club y uno de los socios fundadores, recuerda que Carlos Mota Pérez, director general de Nicolás Correa y primer presidente de El Soto, arrancó el compromiso a Fernando Fuertes de Villavicencio, gerente, entonces, de Patrimonio Nacional, de cederles el uso y disfrute de esta enorme finca por 30 años. Pero el plan hubo de cambiarse por circunstancias que lo hacían inviable -entre ellas el usufructo de paso que tenía la ciudad y la reflexión por parte de los promotores del proyecto de que la gente no iba a poder disfrutar de la fiesta del Curpillos como hasta entonces y de que quizás construir allí un club privado iba a resultar conflictivo- y finalmente, en el año 1971, se optó por acudir a la subasta de 11 hectáreas de terreno que hizo la junta vecinal de Castañares. Se constituyó una sociedad, se cambió el nombre al club y comenzó a construirse cerca de ese barrio un edificio, obra del arquitecto Juan Ignacio Sendín, que aún hoy asombra por su modernidad.

Plaza recuerda que con el cierre, ocurrido a mediados de los sesenta, del club de tenis que había en La Castellana vinculado a la ciudad jardín que allí se construyó, Burgos se había quedado sin «un club familiar» y que por ello «había una cierta inquietud», razón por la cual un grupo de personas se puso a buscar un espacio para que sus hijos «tuvieran un lugar sano de encuentro y deporte». En la revista publicada con motivo del 50 aniversario se denomina a El Soto «un club familiar y selecto», frase ante la que el presidente de honor sonríe y echa balones fuera como hará más adelante cuando se le hace referencia al sello de sitio pijo y de clase media-alta, de burguesía acomodada -de los de Burgos de toda la vida, vamos- que siempre ha tenido. «Bueno, aquí se han juntado siempre profesionales liberales», afirma, quitándole importancia.

Desde entonces, este lugar de ocio ha crecido exponencialmente con la construcción de más edificios, piscinas, pistas de tenis, campo de prácticas de golf, pistas de pádel de cristal y de muro, un merendero y un parque infantil y el que es considerado la auténtica joya de la corona: el jardín, absolutamente impecable, que cuenta con hasta cerca de cien especies diferentes de árboles y arbustos. Con motivo de la celebración de su medio centenario se han colocado carteles informativos para que el paseante sepa si está delante de un cedro del Himalaya, un Ginkgo biloba, un abeto rojo, una secuoya o un sauce llorón.

En la actualidad, el club cuenta con  641 socios, consideradas como tales las unidades familiares, y 1.771 usuarios en total, y está abierto a nuevas incorporaciones: Para ello es necesario pagar una cuota de entrada de 6.500 euros, y otra al mes que varía en función de los miembros de la familia pero que está alrededor de los cien euros. Su actual presidente, Javier Moreno, reconoce que se pasó una mala racha -por las bajas- hace unos años debido a varias razones: hijos de socios que se van de Burgos, mayor oferta de ocio en la ciudad, crisis económica... pero que en la actualidad se está remontando, en parte gracias a la incorporación de lo que llaman «año de prueba». Durante doce meses se puede usar el club con una aportación de 500 euros más las cuotas. El techo de socios se consiguió en la década de los 80 con unos 800.

INNOVACIÓN. Tanto Plaza como Moreno hacen hincapié en la dinamización e innovación que siempre supuso El Soto en cuanto a instalaciones deportivas. Aseguran que fueron los primeros en traer a Burgos pistas de tenis de tierra, de pavimento sintético y de hierba artificial y pistas de pádel acristaladas. Y el presidente de honor va  más allá: «Aquí se puso el primer césped que en esta ciudad se implantaba para ser pisado sin cortapisas, la gente nos preguntaba que por qué no había bordillos ni caminos», cuenta, de paseo por el jardín, un espacio verdaderamente impresionante.

En la actualidad, el club cuenta con una escuela de tenis, otra de pádel -deporte del que organiza un torneo anual- y un club de bridge, juego al que se aficionaron un grupo de socias hasta el punto de contar con un profesor que durante un año, dos días a la semana, se trasladaba desde Francia a enseñar a las señoras los entresijos de los naipes. La afición creció tanto que El Soto ha llegado a ser sede de varios torneos nacionales.