El sueño de Don Mauricio

R .Pérez Barredo
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La Catedral Vivida (I)Tras ganarse la confianza y la amistad de Fernando III, este inteligente, culto y hábil prelado promovió la construcción de la principal joya del gótico español fascinado por el nuevo lenguaje arquitectónico

Sepulcro del obispo en la Catedral de Santa María - Foto: Alberto Rodrigo / Valdivielso

Cuando el séquito entró en París, la ciudad bullía como un gran hormiguero humano, que se desparramaba por las abigarradas calles como un magma incontenible. Don Mauricio recordó sus años de estudios en la margen izquierda del Sena, aquel río manso y caudaloso por cuyas riberas había paseado tantas veces. Pero ya no era la misma ciudad que había conocido: en aquel céntrico islote que tan caprichosamente había dibujado el río se perfilaba ya una construcción fascinante, tan distinta, tan diferente a todo lo que sus ojos habían visto antes, de Italia a Alemania.El obispo de Burgos quedó hechizado por aquellas y enormes torres que se levantaban hacia el cielo con grácil majestuosidad.Aquellas torres tan imponentes que hacían sentirse a un hombre pequeño y que parecía que acariciaban a Dios. Jamás olvidaría la visión de Notre Dame, que se le quedaría muy adentro, junto al corazón.

Era el año de nuestro señor de 1219. Don Mauricio se había detenido en París cuando regresaba a Castilla procedente de una delicada e importante misión que se le había encomendado desempeñar en tierras del Sacro Imperio Germánico: recoger a la princesa Beatriz de Suabia y escoltarla hasta la Corte castellana, donde la esperaba su futuro esposo, el rey Fernando III. La madre del monarca castellano, doña Berenguela, tenía una fe ciega e inquebrantable en don Mauricio, quien había exhibido en numerosas ocasiones una enorme valía: a su reputación como jurista y hombre de gran prudencia se añadía una habilidad política extraordinaria, imprescindible para épocas convulsas como aquella en la que se hallaba Castilla.

Así que a nadie extrañó que fuera a él a quien pusieran al frente de una comitiva de medio centenar de hombres y varias acémilas cargadas de regalos -trajes, telas, muebles, joyas- para la prometida y los dignatarios de la Corte imperial alemana.

Aquella embajada que se prolongó durante varios meses no sólo terminaría siendo fundamental para el futuro político de Castilla: el culto y observador don Mauricio había podido contemplar en su viaje por tierras de Suabia, Alsacia, Lorena, Poitou y Aquitania que un nuevo lenguaje arquitectónico, sublimado en París, había llegado a Europa para expresar con más ambición y belleza la fe. Así que a su regreso a Burgos con la princesa Beatriz, los regalos destinados por el emperador alemán para el rey castellano, así como las escrituras de los desposorios, ya tenía en mente el prelado la construcción de un templo a mayor gloria de Dios.

Antes, ofició el matrimonio entre Fernando y Beatriz en la vetusta Catedral burgalesa, asaz pequeña para la pompa y el boato desplegados en la boda, a la que asistieron todos los prelados del reino, la nobleza y los representantes de las familias más acaudaladas. Comprobó -y así lo defendió- donMauricio que Burgos merecía un templo metropolitano que hiciera justicia con la pujanza de la urbe, con una de las ciudades llamadas a jugar un papel fundamental en el devenir de reino. Además, localidades cercanas y también importantes comoLeón ya habían iniciado una empresa semejante. Y en la propia ciudad se había erigido unas décadas atrás un templo que podía rivalizar con cualquier fabulosa construcción: Las Huelgas Reales era un edificio impresionante. Así que la Catedral de Burgos no podía ser un edificio menor. Para tal empresa, don Mauricio contó con la complicidad y el apoyo del propio monarca.De esta manera fueron adquiriéndose casas, edificios y solares anejos al templo románico para poder disponer del mayor espacio posible para poder abordar el ambicioso proyecto. Culminados esos necesarios pasos, el 20 de julio de 1221, festividad de Santa Margarita, se celebró el simbólico acto de colocación de la primera piedra de la futura Catedral. Actuó de padrino el rey Fernando III y su esposa Beatriz, así como doña Berenguela y toda su Corte. El sueño de Don Mauricio no había hecho más que comenzar. Merced a su habilidad, el mitrado había logrado menoscabar el poder de los principales centros monásticos benedictinos especialmente en lo relativo a la recepción del diezmo, por lo que se pudo contar con importantes ingresos para abordar la construcción del nuevo templo.

Y no hubo que esperar mucho para ver los primeros resultados: en el año 1230, menos de una década después de la colocación de la primera piedra, ya se habían levantado el crucero, el ábside y parte de la nave central, pudiéndose celebrar en ella culto aún con la fábrica románica en pie. Arquitectos, canteros, albañiles, carpinteros, herreros, escultores trabajaron a marchamartillo, buscando el cielo. Aquel milagro de piedra de Hontoria, aquella nueva Catedral que en adelante rivalizaría en belleza con los templos más importantes del viejo continente, pudo acoger la segunda boda del rey, que había enviudado de Beatriz de Suabia en 1235. Dos años más tarde, fue el escenario de su enlace con Juana de Ponthieu, bisnieta de Luis VII de Francia. Fue, quién si no, don Mauricio quien casó a la pareja.

El gran inspirador de aquella magna obra falleció en 1238, sólo un año después de haber oficiado las segundas nupcias de su querido monarca. Así que no pudo ser testigo de la consagración del templo, hecho que se produjo en 1260. Sin embargo,  estuvo allí: en medio del presbiterio reinaba una estatua yacente de bronce cuyo rostro revelaba una frente amplia y despejada y unos rasgos enérgicos. Don Mauricio había optado por la eternidad para ver cumplido su gran sueño.

*Fuentes: Don Mauricio, obispo de Burgos, de Luciano Serrano; La Catedral de Burgos. Ocho siglos de historia y arte (varios autores); Efemérides burgalesas, de Juan Albarellos.