Vivir en la residencia

A.G.
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El centro de mayores de la Fundación Caja de Burgos cambia sus rutinas y las adapta para proteger a sus usuarios. En la actualidad, profesionales y residentes han dado negativo en el test del virus tras la muerte de una persona el Viernes Santo

Una residente observa emocionada a su familia a través de una tablet

Dice Silvia García, auxiliar de Enfermería de la residencia de personas mayores de la Fundación de Caja de Burgos, que difícilmente va a olvidar la experiencia que pasó junto a una de las ancianas a las que cuida, que en uno de estos días de confinamiento perdió a su marido, aunque no por coronavirus, y no pudo darle la despedida que le hubiera gustado. "El señor tenía 99 años y varias patologías y fue tremendo ver lo mal que lo estaba pasando ella, que además ese día era su cumpleaños. Intentamos no dejarla sola en ningún momento pero a pesar de que no la soltábamos de la mano, no la podíamos abrazar y lo que es más importante, no pudo estar con sus hijos en esos momentos tan íntimos", explica, aún conmovida, recordando que se trata de una familia numerosa y muy volcada en sus mayores a la que esta durísima situación sanitaria que vive el país le ha impedido dar el adiós que hubiera deseado a su padre.

Es solo un ejemplo de lo estresante que está resultando todo desde que la vida se paró y se dio la vuelta en todas partes. Al incremento de trabajo -para lo que la dirección del centro ha convertido las medias jornadas en jornadas completas y ha reforzado las labores de limpieza- se suma el alto voltaje emocional que sufren tanto las trabajadoras como los residentes y que desahogan todos los días a las ocho de la tarde con los aplausos, ese bendito ritual de ánimo que nos hemos dado en España para no sucumbir a la tristeza y la desesperanza y para agradecer su labor a quienes están en primera línea. 

En este caso, las auxiliares aplauden a los mayores y estos a ellas, con quienes mantienen una relación prácticamente familiar que en este tiempo se ha incrementado a pesar de las mascarillas, las pantallas protectoras y la suspensión de las actividades participativas en grandes grupos. "Muchos nos cuentan que están melancólicos y que tienen mucha incertidumbre porque no saben cuándo acabará todo. También hay quien nunca se hubiera imaginado que después de pasar una guerra iba a vivir algo parecido. Sí que les notamos un poco tristes", añade Silvia García. 

Todos los días a las ocho de la tarde los trabajadores salen a aplaudir y los residentes participan desde sus ventanas. Todos los días a las ocho de la tarde los trabajadores salen a aplaudir y los residentes participan desde sus ventanas. - Foto: Valdivielso

El director del centro, Eduardo Sáez, afirma que desde el día 12 de marzo, 48 horas antes de que se decretara el estado de alarma, se restringieron las visitas: "Ese mismo día llamamos a las familias y todas lo entendieron perfectamente, también los residentes aunque alguno se puso nervioso, y es normal. Desde ese momento organizamos las videollamadas para que pudieran estar en contacto con sus familias y a quienes estaban acostumbrados a oírla todos los domingos les enviamos la misa por Youtube".

Ha habido más cambios. Los residentes permanecen en sus habitaciones individuales incluso para comer y se han restringido actividades que suponían  contacto entre ellos y con los profesionales. "Estamos todos preocupados porque el virus no entiende de residencias privadas o públicas ni de localidades ni de ricos ni pobres ni de grandes ni pequeños pero los mayores reconocen que son población de riesgo debido a que tienen múltiples patologías". Así, han blindado a su personal con todo el material necesario y cuentan con batas, manguitos y patucos por si fueran necesarios.

En este sentido, han tenido que lamentar el fallecimiento el pasado 10 de abril de una de sus residentes por COVID-19, aunque ingresó en el hospital por otra causa sin relación aparente. "A raíz de conocer este hecho se hicieron pruebas a todos los usuarios y a los profesionales. Los primeros dieron todos negativos y entre la plantilla hubo tres positivos a los que posteriormente se les hizo PCR que dieron negativas y a día de hoy estamos todos bien e insistimos en tomar todas las precauciones posibles tanto en el trabajo como en nuestra vida privada para preservar esta situación", precisa. En la actualidad hay 131 residentes con una media de edad de 89,56 años y de estancia de un poco más de siete años. 
La vida social del centro se ha visto, lógicamente, muy resentida. No hay fisioterapia ni terapia ocupacional ni actividades en grupo pero, para compensar, se ha incrementado el uso de tablets y móviles para comunicarse con la familia. "Hay un pequeño grupo que había asistido a un taller de informática y esos más o menos se manejaban bien pero para muchos ha sido la primera vez que participaban en una videoconferencia. Ha sido muy divertido ver sus caras, no podían creerse que sus familiares estaban al otro lado", añade Silvia García, auxiliar que es la presidenta del comité de empresa del centro y que junto a otras compañeras utilizan sus horas libres para peinar y acicalar a los residentes porque también la peluquera que iba un par de veces por semana lo ha tenido que dejar.

"Hay señoras muy presumidas que estaban viendo cómo les crecía mucho el pelo o que tenían que darse el tinte y un grupo de nosotras nos hemos puesto manos a la obra. En nuestro tiempo libre venimos a teñirlas, cortarlas, depilarlas y también les hacemos la manicura y lo agradecen mucho. Es, además, un momento de relajación para ellas porque no se habla de la enfermedad ni de lo que está pasando y da gusto verlas tan contentas cuando acabamos".