«Ser parte de Astiberri es un sueño; no puedo pedir más»

A.S.R
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Laureano Domínguez, uno de los cuatro socios de la reconocida editorial de cómic, vive y trabaja en Cardeñajimeno, desde donde participa en la celebración de los 20 años del sello y asiste maravillado a la proyección alcanzada en este tiempo

Laureano Domínguez, en la librería Viñetas con ‘La cólera’, de Santiago García y Javier Olivares, uno de los últimos títulos premiados de Astiberri. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

La historia de Laureano Domínguez podría escribirse a golpe de bocatas. El argumento giraría en torno a un señor que abandonó los círculos editoriales de la poderosa Barcelona para instalarse en un pequeño pueblo del corazón de Burgos. Y todo por amor. También por amor, pero a los libros en general y al cómic en particular, se plantó en una librería y presentó credenciales, que fueron aceptadas, para convertirse en socio de un pequeño sello que daba sus primeros pasos en el País Vasco. El protagonista de este relato es el hilo que une a Astiberri, la editorial puntera del cómic en España, en plena celebración de sus veinte años, y Burgos. Concretamente, Cardeñajimeno, que es donde se afincó este corpulento hombre, de mirada ilusionada y discurso claro. 

 «Ser parte de Astiberri es un sueño. No puedo pedir más. Estoy contentísimo dedicándome a algo que me gusta mucho, que son los libros, que son los tebeos. Recuerdo que me decía mi madre 'no leas tantos tebeos, que de eso no vas a vivir nunca'. Mamá, sí he podido, y ella lo vio», señala Domínguez, que comparte sociedad con Javier Zalbidegoitia, Fernando Tarancón y Hélöise Guerrier. 

Tras ese niño devorando tebeos, la historieta seguiría sus pasos con una viñeta que dejara atrás el Bilbao industrial y se acercara a la Barcelona de Makoki. A la ciudad condal se trasladó en 1989, con 33 años, para trabajar en Norma Editorial. Tres años después, Ediciones B le ofreció formar parte de la revista Co&Co, «un proyecto que me apasionó». Aunque la vida de la publicación fue efímera y apenas duró un año, él se mantuvo en el sello. 

Hasta que mantener una relación a distancia se antojó imposible. «El que lo tenía más fácil era yo. No necesitaba ningún idioma para venirme a Burgos, mi mujer, sí para ir allí». 

Convertido en una suerte de trotamundos, durante los dos años que vivió en Villasana de Mena, sus pasos le guiaron con asiduidad a la librería de Fernando Tarancón en Bilbao. Astiberri había nacido en 2001. «Se me ocurrió decirle si tenía sitio para un socio más. Se rieron, me dijeron que si estaba loco porque en ese momento la editorial estaba en una situación dura, con deudas por culpa de una distribuidora», viaja hasta el año 2003. 

Finalmente, le dieron el sí quiero. Su entrada y la de Javier Zalbidegoitia salvó el escollo. «Cogimos una regularidad en el trabajo, nos costó unos cuantos años duros». 

Se ven ahí los cuatro socios como unos superhéroes dispuestos a salvar su sueño. «Sabíamos que los libros publicados hasta el momento eran muy buenos, pero no se vendían mucho. Nos reunimos y planteamos qué podíamos hacer que nos diferenciara. Y ahí estaba la novela gráfica». 

Una de las primeras fue Blankets, de Craig Thompson. «Fue una locura. Era un tebeo de 600 páginas que valía 35 euros. Nos llamaban locos con razón. Pensamos publicarlo por tomos, pero ese año el Salón del Cómic de Barcelona invitó al autor y ya que venía nos parecía feo sacar un libro dividido en cuatro. ‘De perdidos al río'. Y fue muy bien. Vendimos una burrada». La apuesta por la novela gráfica era la buena. 

Y a las librerías empezaron a llegar Pyongyang, de Guy Delisle, que va por la decimoquinta edición; Píldoras azules, de Frederik Peeters, de la que este mes de abril aparecerá su continuación, Píldoras azules. 20 años después... «Cada año había un título especialmente potente, funcionaba bien... y Arrugas, el primero que sacamos con Paco Roca, ganó la primera edición del Premio Nacional del Cómic. Lo petó». 

Paco Roca es el rey de la casa. Dejó su editorial francesa, aun perdiendo dinero, por fichar por Astiberri. Ambos hicieron un esfuerzo, ninguno se arrepiente. Y todo lo que hace el autor valenciano está tocado por la varita del éxito. El último, Regreso al Edén. 

Pero las vitrinas están a reventar. Brillan los seis premios nacionales, los galardones a Mejor Obra del Año y Autor Revelación del Salón de Cómic de Barcelona o, entre otros muchos, la reciente distinción a Regreso al Edén, de la Asociación de Críticos del Cómic (ACDC). 

Pero si por algo saca pecho Laureano Domínguez es por haber conseguido atraer al mundo del cómic a lectores que no habían visto una viñeta en su vida. «El comentario de 'yo no pensé que el cómic era esto' lo he escuchado muchas veces. Sacar tebeos para los lectores de tebeos de toda la vida no tenía sentido, pero sí ampliar el público. Llegar y decirle que no es una cosa infantil ni algo para los que son incapaces de leer libros, sino otra forma de expresión como la literatura, el cine o el teatro», defiende sabedor de que, aunque aún queda mucho trabajo por hacer, el panorama dista mucho del de hace 20 años. Ahora el cómic salta a los suplementos literarios por sí mismo, se hace hueco en las librerías generalistas y no hay que acudir a la mochila de un niño para dar con uno. 

Esos locos bajitos se asoman ahora a la historieta. Aunque Astiberri alcanza las dos décadas con mucho conseguido, no se echa a dormir. Abraza nuevos desafíos. Uno de ellos es seducir al lector menudo. La línea infantil es su nueva niña de los ojos. Había publicado algún título, pero no con la continuidad que precisaba. Y hace un año inició ese camino. Avanza más lento de lo deseado por culpa de la pandemia, pero no se detiene. Avni. ¡Un superamigo!, Patri y las amigas, Tigresa contra pesadilla... «Los que empiecen leyendo esto ahora seguirán adelante», aventura. 

La pandemia también se cuela. Y no lo hace al lado de ninguna onomatopeya de fastidio. Más allá de los dos meses duros de confinamiento, el virus no ha hecho pupa. «La gente ha leído más. Esto nos ha ayudado», asevera y agrega que también ellos lanzaron artillería pesada como el integral de Bone y el de Berlín y el citado y esperado título de Roca. «Cuando hay tanta gente que lo está pasando mal, tantos negocios que se ven obligados a cerrar por la situación, es sorprendente que por una vez no seamos nosotros los afectados». 

Por eso, Domínguez no ha parado. Mientras otros intentaban acomodarse a las servidumbres del teletrabajo, él hacía tiempo que sabía qué era eso de trabajar en chándal. 

La realidad es que todos aportan en la labor de edición y, además, cada uno se encarga de un apartado concreto. «Siempre nos hemos preocupado de que no haya personalización en jefes. Astiberri es un grupo de socios, todo ha sido siempre un trabajo de equipo y se nota más que nunca porque después de 20 años seguimos estando juntos. Para mí es una de las mejores experiencias que he vivido. Lo que aporta cada uno hace que Astiberri sea lo que es», remacha antes de volver a Cardeñajimeno e ir hilando el guion de su propia novela gráfica, esa que habla de un editor que triunfa desde un pueblo al que llegó por amor.