Aprender en una situación inédita

A.G.
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Teresa Delgado y Míriam San Martín, médica y enfermera en el último año de formación, y María Rodríguez e Izaskun Arizaga, farmacéutica y médica residentes de primero, explican qué supone para ellas formarse en plena pandemia

Aprender en una situación inédita - Foto: Valdivielso

Son parte de la generación de farmacéuticas, médicas de Familia y enfermeras que van a cuidar de la población en los próximos años y se han visto atrapadas y arrolladas, literalmente, por la pandemia en un momento crucial de su formación. Para Teresa Delgado y Miriam San Martín ha sido en el último año de residencia de Medicina de Familia y Enfermería de Familia, respectivamente, y para María Rodríguez, farmacéutica, e Izaskun Arizaga, futura médica de Familia, en el primero. Aprender en estas circunstancias está resultando complicado pero como en ellas pesa infinitamente más la vocación y las ganas de hacer y conocer cosas se quejan, claro, pero también están muy motivadas y con una gran capacidad de análisis de todo lo que está pasando.

En el caso de la enfermera y las médicas de Familia es inevitable hablar con ellas de la falta de contacto con el paciente. «En este año hemos aprendido de algo completamente nuevo e inesperado pero está siendo todo muy difícil porque la consulta telefónica nos supone más trabajo. Por mi experiencia, la persona te dice lo que le pasa al final de la conversación y luego tienes que citarla y verla, es decir, que trabajamos dos veces», afirma Teresa Delgado, a la que tutoriza Pablo Puente, de Comuneros, con el que está encantada, y a la que le falta muy poco para dar el salto al ejercicio profesional, que le gustaría que fuera en la medicina rural y haciendo ecografías. «No creo que tenga problemas para trabajar pero es un mundo que no logro entender, hay médicos de área, de equipo, interinidades... un lío y claramente un problema de gestión. Prefiero no pensarlo aún». 

Casualmente, la opción profesional favorita de Miriam San Martín sería hacer educación y promoción de la salud también en el medio rural. Esta parte de la Enfermería de Familia -la de formar para prevenir enfermedades- que llevaba años de decadencia debido a la presión asistencial y que ahora ha desaparecido por completo es lo que más le gusta, «no pierdo la ilusión de que se vuelva a hacer» pero, sobre todo, el contacto con los pacientes: «En la consulta presencial se acaricia el alma, se ven gestos y se intuyen problemas como el de la violencia de género, que por teléfono se escapan», afirma la enfermera, a la que ha tutorizado Nieves Caño, del centro de salud Cristóbal Acosta, «una gran profesional con la que he aprendido mucho». En este sentido, recuerda que las enfermeras nunca han dejado de ir a ver a los pacientes crónicos en sus domicilios «ni en los peores momentos».

En marzo de 2020 ambas dejaron las rotaciones (ciclos formativos en diferentes áreas de la medicina y la enfermería) que estaban haciendo -Delgado aprendiendo ecografías en Briviesca con Pedro Bañuelos y San Martín, educación en diabetes en el HUBU- y se convirtieron, como la inmensa mayoría de los sanitarios, en profesionales para todo.

La médica atendió llamadas en el punto de atención continuada (PAC) del Divino Valles, estuvo en consultas, hizo guardias en Urgencias y triaje en la carpa que se puso en el hospital. La enfermera, a la que el día 15 de marzo la sorprendió de guardia y vio a un paciente procedente del entierro de Haro, donde se produjo el primer brote importante de covid -«me estrené a lo grande», bromea- también atendió al teléfono, hizo guardias en el PAC y test de anticuerpos y PCR en las residencias de ancianos: «Algunas estaban en muy buenas condiciones y otras, no tanto. En los trabajadores se veía mucha tensión acumulada». Ambas- que van a seguir formándose por su cuenta- lamentan haber frenado tan bruscamente su  preparación pero también están satisfechas de vivir en primera persona una situación «tan impresionante».

A María Rodríguez y a Izaskun Arizaga la pandemia les retrasó el inicio de sus respectivas residencias ya que en vez de incorporarse en mayo, como es lo habitual, tras aprobar los exámenes FIR (farmacéutico interno residente) y MIR (médico interno residente)  lo hicieron en septiembre, por lo que  ahora están prácticamente familiarizándose con  sus respectivas especialidades. Rodríguez, en el Laboratorio de Análisis Clínicos del HUBU, donde no puede estar más contenta con sus tutores, Ruth Sáez de la Maleta y Simón Gundín, y Arizaga, en el centro de salud de San Agustín de la mano de Virginia Pecharromán y Horacio Campillo, de quienes, dice, está aprendiendo mucho. «Donde veo pacientes ahora es en las guardias de Urgencias, porque en el centro de salud lo hacemos por teléfono, y eso está haciendo que me guste mucho ese trabajo», afirma esta última. 

Rodríguez cuenta que, a pesar de todo, hay cosas muy positivas: «En el laboratorio hay una enorme carga de trabajo y las máquinas, literalmente, no dan más de sí. La segunda ola fue una locura. Lo bueno es que estoy viendo análisis que circunstancias normales no se hubiera hecho como la interleucina 6, una molécula que participa en la inflamación del organismo y que al principio se creía que la covid la podía estimular, por lo que la medíamos para que los médicos pudiesen aplicar al paciente un fármaco que fuera efectivo».