El irrenunciable placer de leer juntos

A.S.R
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Los clubes de lectura se reinventan y apuestan por el formato virtual para seguir adelante en tiempos de pandemia, aunque aún quedan románticos que mantienen la cita presencial como el que impulsa el Círculo Literario

Lola Alcaraz conduce, junto a Almudena Barriocanal, el club ‘Palabras contra el olvido’ de la Biblioteca María Teresa León, que se reúne los viernes por la mañana cada quince días. - Foto: Luis López Araico

Un viernes cada quince días, Elena, Jaime, Raquel, Natalia y el resto de compañeros del club de lectura Palabras contra el olvido se citan en la Biblioteca María Teresa León para exprimir las páginas de un libro. Lo hacen desde 2018 (aunque los rostros han ido cambiando). Pero ahora pueden acudir en zapatillas de casa y no necesitan monedas para el café de después. Las reuniones las hacen a través de Jitsi, una de las plataformas que posibilitan las sesiones virtuales tan ansiadas en los últimos tiempos. Lola Alcaraz y Almudena Barriocanal, alternativamente, conducen estos encuentros desde la sala infantil, cerrada por las mañanas, inusual horario para estas propuestas, más vespertinas, el mismo escenario que usaban cuando se juntaban en torno a la misma mesa. 

Este es el único club de lectura activo ahora en la Biblioteca Municipal. Mientras que en la Pública (San Juan) aguantan todos. Algunos lo han hecho durante toda la crisis, otros llegaron a tener alguna tímida sesión física en otoño, pero fueron tragados por la segunda y tercera ola. ¿Virtualidad o morir? No. Quedan románticos que se ponen la pandemia por montera y apuestan por la presencialidad. Ocurre, por ejemplo, con el que desarrolla Círculo Literario, de la Fundación Cajacírculo, donde se siguen viendo las caras sin píxeles, salvo en los meses duros del cierre, de marzo a junio, y alguna cita aislada en noviembre. 

«Estamos todos muy cansados de la virtualidad, es genial que la tengamos, pero necesitamos vernos. El calor entre las personas, el contacto, aunque sea solo visual, es necesario. La pantalla es una barrera», resume Jesús Pérez, director de la Escuela de Escritores, que se alterna con la bibliotecaria Angélica Lafuente en la dirección de estos encuentros que se realizan los lunes cada quince días. 

Ni se les ocurre, a no ser que sea por imperativo legal, dejarse engullir por las redes para comentar a Foster Wallace (Hablemos de langostas), que tenían entre manos, o Stanislaw Lem (Congreso de futurología), en la parrilla de salida. Los asistentes lo agradecen. Juan Pedro y Alfonso coinciden en que no hay color entre verse los ojos sin filtros a hacerlo con ellos. 

De ese calor que habla Pérez saben Almudena Barriocanal y Lola Alcaraz y confían en que la evolución sanitaria permita de nuevo sentirlo en la María Teresa León. Mientras tanto, para las dos bibliotecarias lo importante es sacar adelante el club y sin titubeos decidieron trasladarse a la red cuando se impuso el confinamiento. En línea concluyeron ya el comentario de La trenza, de Laetitia Colombani, y siguieron hasta final de curso con la lectura de El Quijote, un libro que no falta en ninguna estantería y libre de derechos en internet. 

«Lo presencial es genial porque te permite interactuar de otra manera, es muy natural, se habla de otra forma diferente, pero, como teníamos claro que queríamos seguir y como los usuarios también lo tenían claro, había que continuar como fuera», recuerdan y observan que aún están aprendiendo a relacionarse de esta otra manera, «intentando que sea ágil y dinámica y puedan intervenir todos». 

Lo hacen asomados a la pantalla. Cada uno desde su casa. El viernes pasado tenían sobre la mesa Kentukis, de Samanta Schweblin. 

«Yo el club de lectura lo disfruto mucho, incluso virtualmente, pero creo que sí se pierde la inmediatez, que puedas interrumpir, aunque no esté bien visto; al final queremos ser todos tan respetuosos y educados que el ritmo es más lento, pero a falta de no poder encontrarnos presencialmente esta oportunidad es única y no debemos desaprovecharla», toma la palabra Elena con permiso del resto, que escucha atentamente, respetuoso, sin interrumpir, aunque sí asienten cuando echa flores a las bibliotecarias. 

Jaime tira de anécdota para evidenciar cuánto se echan de menos. Cuenta que la última vez, a la hora de devolver el libro -el único hilo físico que no han cortado con la biblioteca, el de ir a recoger y dejar el ejemplar de turno- coincidieron tres usuarios e improvisaron una tertulia de diez minutos. «Ese ratito en la puerta nos salvó el día», ilustra y concluye: «La presencia física es importantísima». 

Coincide con él Natalia, nueva en este club pero habitual en otros, y llama la atención sobre ese salvador contacto piel con piel. «Con tu manera de ver los libros también cuentas tus cosas personales y tu forma de ver la vida y, al final, creas un vínculo que va más allá de una cara en la pantalla». 

Palabras contra el olvido sabe de fidelidad. La pandemia no ha espantado a ninguno, otra cosa son los motivos laborales, pero sí ha atraído a otros. Raquel es de las nuevas. El confinamiento le pilló en casa de su hermana y en la recuperación del ritmo de su ciudad natal se ha topado con esta propuesta. La experiencia no puede ser mejor: «Me encanta, no es lo mismo leer para ti, que dialogas solo con el escritor, a hacer un intercambio de impresiones con otras seis u ocho personas porque salen seis u ocho libros. ¡Qué gozada!». 

La virtualidad, en ocasiones, hasta brinda regalos que se complicarían de otra manera. Hace unas semanas se asomó a su ventana José Ángel González Sainz, escritor soriano autor de Ojos que no ven, uno de los títulos de este curso. 
Mientras en la León, todos han luchado en el frente virtual, en la Pública sí ha habido desertores, sobre todo en los de narrativa. 

«Hay usuarios que prefieren esperar a ver si esto en algún momento se soluciona y se pueden reanudar las reuniones físicas, aunque sea con aforo limitado, mascarilla, distancia y todas las medidas de seguridad», comenta Teresa Grasa, una de las bibliotecarias que coordina esta actividad, junto con Isabel Oceja y Angélica Lafuente, que, remarca, sigue adelante online por la buena predisposición de los moderadores, lectores voluntarios que dirigen a los demás. 

Entre las razones que explican esa espantada, Grasa llama la atención sobre la pérdida de un atractivo definitivo para muchos usuarios: la socialización. El vino y la charla informal de después de la, entre comillas, seria son sagradas para algunos. 

«Muchos son mayores y, aunque siguen participando, sí dicen que no es lo mismo abordarlo alrededor de una mesa que de forma virtual porque para ellos no es tanto, que lo es, el venir aquí, comentar un libro y hablar sobre lecturas y darse cuenta de las visiones distintas, como que al término de la sesión continúan la relación con el vinito antes de irse a casa. Hacerlo sin salir de su salón pierde la frescura del estar juntos», anota sabedora de que en los compuestos por personas por debajo de los 45 años se ve de otra forma. 

Confirma esta percepción su colega Angélica Lafuente, que se encarga de los clubes en inglés y francés, el de literatura de autores anglosajones y los de ensayo, con edades medias más bajas que en los de narrativa. Se sienten, apostilla, más cómodos e incluso en los de idiomas han detectado una mayor constancia. 

«¿Por qué? La explicación que yo me doy es que antes de la pandemia todos estábamos apuntados a muchas actividades, porque había más oferta, y habría días que si te coincidían, valorabas y te saltabas el club, pero ahora la actividad exterior es escueta y muchos de los que participan son mayores y están más en casa, alternan menos en los bares», aventura. «Todo el mundo lo agradece muchísimo», desvela del pulso que toma cuando acuden a recoger el ejemplar de turno.

Sea pantalla mediante o mirándose a los ojos sin filtros, la lectura resiste como un gran placer para compartir en compañía.