Y el humo se hizo jazz

ALMUDENA SANZ
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La gallega María Toro abre mañana en Cultural Cordón el Festival Sesión B con su tercer disco, 'Fume'. Vuelve a sus orígenes tras pasar por Nueva York o Río de Janeiro y sin perder la base flamenca

María Toro estará mañana en Cultural Cordón en formato cuarteto. - Foto: ANA SCHLIMOVICH

Que un instrumento se tocara de manera atravesada no cuadraba en María Toro (A Coruña, 1979) y con solo seis años llegó un día a casa diciendo que quería una flauta. No recuerda dónde la vio, si en una representación del colegio, en una orquesta o en la televisión, pero se enamoró. «Cuando mis padres fueron a la tienda y vieron lo que costaba, evidentemente, no me la compraron. En aquel momento no había ninguna barata, como hoy, pero, como insistía, dos años después ahorraron y me la compraron», recuerda la música gallega, que mañana abre el II Festival de Jazz Sesión B de la Fundación Caja de Burgos. La flautista sube por segunda vez a un escenario su nuevo disco, Fume, que estrenó el pasado noviembre en JazzMadrid (Cultural Cordón, 19.30 h., 18 euros), acompañada por David Sancho (piano), Andrés Litwin (batería) y Darío Guibert (contrabajo).

Aquella niña también corretea por Fume, humo en gallego, en el que palpita la cocina de leña en la que pasó su infancia y adolescencia en una aldea gallega llamada Xerdiz. Con este trabajo vuelve a sus orígenes. «Mis primeros contactos con la música no fueron con la flauta travesera, sino con la pandereta gallega, muy presente en el folclore tradicional, que toqué muy joven, cuando cantaba con mi familia». Un instrumento que introduce por primera vez en este álbum y la conecta directamente con sus raíces. «Sentía la necesidad de grabar algo que me llevase a casa». 

Y con Fume se acerca al inicio de todo. Con aquella flauta en su poder, empezó en el conservatorio. «Pero siempre he tenido mucho interés por la música popular, me gustaba improvisar, experimentar, y en aquel momento en los estudios de Clásica no estaba bien visto. Lo hacía por mi cuenta. Descubrí a Jethro Tull, un grupo de rock progresivo, y su cantante, Ian Anderson, que tocaba la flauta y me conquistó tremendamente. De ahí llegué hasta el jazz», relata la música, que dio sus primeros pasos en una escuela en Madrid. Aquí se topó con el que sería su gran descubrimiento, la clave de su carrera: «Del flamenco nace todo lo demás». «El flautista de una compañía de danza se rompió un brazo a dos días del estreno y buscaban a alguien que se atreviese. Yo no sabía nada de flamenco, hice ese espectáculo como pude y ya no pude salir. ¡Tiene tanto magnetismo! Me quedé en ese mundo, estudié con bailaores, cantaores, guitarristas... Cuando empecé a hacer mi propia música, todas las composiciones partían de palos del flamenco».

Sin renunciar a otras influencias, muy palpables en sus dos anteriores trabajos. En el primero, A contraluz, palpita Nueva York, donde vivió cinco años, los que, confiesa, más le han marcado. «Es una ciudad absolutamente aplastante, generosísima e inabarcable en lo que se refiere al arte». En el segundo, Araras, baila la música popular brasileña de los seis años que pasó en Río.

¿Y a partir de ahora? «La cabeza no para, después de un proyecto viene otro, pero siento mucha paz tras terminar Fume y lo estoy saboreando».