Burgos dice adiós a Amando Quintano, el último Patillas

R. PÉREZ BARREDO
-

Fallece a los 80 años el último tabernero de una saga mítica que ha dejado una honda huella que es historia de la ciudad

Burgos dice adiós a Amando Quintano, el último Patillas - Foto: Diario de Burgos

Han echado a Amando a la puta calle. Ya ven, el tabernero que exhibía aquel cartel irreverente cuando la hora bruja ya no eran horas y no había bruja alguna a la que echarle escoba con la que perderse al final de la noche. Sucedía que a Amando, como a su padre Baldomero y a su abuelo Elías, le retrepaba la fiesta y la guasa por las patillas de hacha, y nada le complacía más que se armara la marimorena entre guitarras, bandurrias, laúdes y cánticos a voz en cuello. Cuántas veces, en el templo de la calle Calera, se obraron milagros mágicos, irrepetibles, cuando hasta El Patillas se llegaban náufragos ahítos de sí mismos y otros paracaidistas, supervivientes todos de la soledad y las noches en las que la luna pedía a gritos aullidos de amor por bulerías. Se ha muerto Amando Quintano, el último Patillas.El último de la estirpe de los Patillas. Se ha muerto en Santoña, porque los de Burgos se mueren donde quieren, y Amando andaba (y nadaba) siempre entre un lugar y otro, pez escurridizo.

El Patillas echa con él el cierre último, definitivo; aunque tenga más vidas que un gato, el Patillas ha sido el Patillas gracias a Elías, a Baldomero y a Amando. Y su magia fue posible en los últimos años gracias a Amando. Y a pesar de Amando: qué bueno que la Chari sabía mediar cuando él torcía el morro y era consciente de que aquel aquelarre podía írsele de las manos. Han echado a Amando a la puta calle, y aunque hiciera ya un tiempo que El Patillas no era refugio de nadie, ha caído sobre esta ciudad el manto hostil del olvido, con todo su frío a cuestas, con este invierno de mierda y esta oscuridad y este tiempo que nos ha tocado morir. Se ha ido Amando, con sus 80 años bien vividos y trabajados y musicados, a la puta calle, y mucho de esta ciudad se ha quedado a la intemperie, desolada y triste. Porque con él se van tantas cosas que no se pueden explicar. Se va una época. Se va una manera de estar en el mundo, en la noche y detrás de una barra. 

Porque El Patillas (ojo, ostentando el título de Buen Vecino de Burgos y con su establecimiento protegido, porque las cosas grandes se deben proteger) era mucho Patillas, aunque no pudiese uno tomarse un combinado y se le exigiera la puntería de Guillermo Tell cada vez que se veía urgido a aliviar la vejiga. Han echado a Amando a la puta calle y nos han echado a todos: atrás quedan las sublimes notas flamencas de la guitarra del maestro Arana, los arabescos de cuerda de Mariano Mangas, el indescifrable secreto de ese Boli tocado por los dioses, los dibujos impagables de Carlitos Gómez, los acordes rotundos de Julito y de Azofra, el violín alegre de Diego Galaz, la caricia festiva del acordeón de Jorge Arribas, el tembleque universal de Mario, el sonoro talento de Pipo, los divertimentos de Guille ‘El Pirata’ y del Jorge, los tangos inenarrables de Maceo, los versos eternos del maestro Tino, la estatura elemental de Félix Grande, la voz inolvidable de Joan Baez en dueto con la de Raúl García Álvarez aquella noche que no debió terminarse nunca, las caras festivas de todos nosotros, los de entonces, que ya nunca, nunca, nunca más volveremos a ser los mismos.