El duro y lejano oeste de los peregrinos entre Burgos y León

H.J.
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La mitad occidental de la provincia recibe un menor número de caminantes, que a menudo van en transporte público de Burgos a León para evitarse el trance de la llanura castellana

Olga, la responsable del albergue Ultreia, a la puerta de su establecimiento en Castrojeriz - Foto: Luis López Araico

El sol cae a plomo sobre la llanura mesetaria. Las siluetas de iglesias y fortalezas sirven de faro y son el único elemento que rompe el paisaje reseco. Apenas un puñado de árboles en un kilómetro a la redonda. Y las calles de Castrojeriz resultan fantasmagóricas a la hora de la siesta, en uno de los primeros días de verdadero calor en el arranque del verano castellano.

Si hay peregrinos en esta emblemática localidad del Camino estarán descansando tras la paliza física y el potente almuerzo, o refugiados delante de un café con hielo o una caña bien fría. Porque desde luego, en mitad del sopor de la tarde, no hay ningún ambiente jacobeo en este punto clave de la mitad occidental de la provincia.

A la puerta del albergue Ultreia, donde se escucha una conversación en inglés entre quienes resultan ser una chica de Madrid, su padre que es veterano ya de varios caminos distintos, una joven alemana y un norteamericano, la hospitalera Olga nos explica una de las claves: "Los peregrinos se asustan porque no sé si en La Rioja o en Navarra les dicen que aquí no hay sombras, que hace mucho calor y que este tramo es más aburrido".

Así que algunos peregrinos, sin duda con escaso espíritu de sacrificio y se cogen un autobús o un tren en Burgos y se van hasta León para continuar desde allí y afrontar la recta final hacia la ansiada Compostela en la verde y más fresca Galicia.

Este fenómeno de acortamiento artificial de la ruta lo corrobora Jesús Aguirre, presidente de los Amigos del Camino, a quien hace años que le consta esta tendencia muy dañina para los intereses del turismo y la peregrinación en territorio burgalés. "Se pierden una parte fundamental del trazado, porque la historia y el patrimonio que tienen esas etapas es ingente y sus características y su paisaje forman parte de la propia experiencia del conjunto", lamenta.

Precisamente para defender los valores turísticos de las tierras castreñas está Cristóbal Gómez-Salas, guía turístico profesional que atiende al otro lado del mostrador del Centro de Interpretación del Camino ‘Iacobeus’. Hace solo dos semanas que este recurso didáctico reabrió después de muchos meses cerrado y en estos 15 días ya han pasado por su oficina 138 personas (50 extranjeros) frente a las más de 700 que, por ejemplo, lo hicieron en septiembre de 2019 antes de que la pandemia diera al traste con todo. "Vienen preguntando por información práctica, por lo que se puede ver en el pueblo, dónde hay un súper o una farmacia. Y vemos de todo. Hace unos días vino una china a la que tuve que explicar la iglesia porque no entendía los motivos religiosos", comenta.

Por la puerta de ‘Iacobeus’ pasa de largo el pintoresco grupo que se aloja en el albergue de Olga. Acaban de visitar una bodega medieval situada bajo las habitaciones en las que dormirán esta noche y los extranjeros no parecen haberse enterado de mucho, pero sonríen y disfrutan de estar en una burbuja donde no hay mascarillas y todo el mundo es conviviente, lo ponga o no en su carné de identidad.