La provincia también se vacía de vacas de leche

G. Arce
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En un lustro han cerrado 23 granjas (hoy hay 72 activas) y la cabaña se resume a apenas 5.000 reses, muy lejos de las 15.600 de principios de los 2000. Los ganaderos ven el negocio ruinoso y el fin de una forma de vida

La provincia también se vacía de vacas de leche

Basta con echar un simple vistazo al interior de la nevera o a los lineales de los supermercados para confirmar una realidad: en Burgos se oferta más leche que nunca y el abanico de productos basados en este alimento natural no deja de crecer y reinventarse. Por lógica, se podría pensar que la cría y explotación de vacas lecheras puede ser un negocio viable y una forma de vida sostenible y con futuro en el mundo rural, pero no es así, sino todo lo contrario. Las granjas de ordeño están desapareciendo, el censo de lecheras no deja de mermar y los ganaderos que aún resisten son pesimistas, máxime cuando se desayunan, como ha ocurrido esta semana, con la noticia de una multa millonaria (80,6 millones) por pactar precios impuesta a la industria que compra su materia prima.

Hoy, si nos atenemos a las estadísticas agrarias facilitadas por la Junta, hay unas 5.400 vacas estabuladas produciendo leche en la provincia, apenas una tercera parte de las que se registraban hace 15 años. Son un 7% de una cabaña bovina integrada por 75.500 animales, la mayor parte destinados a sacrificio para carne y reposición. 

Quedan 72 explotaciones lecheras vivas tras el cierre de 23 en los últimos 5 años, pero no todas entregan leche, pues algunas se han centrado solo en la cría. Las frisonas producen 36.730 kilos de leche cruda anual, una gota entre los 6 millones que produce España.

La producción está muy localizada, se concentra en Las Merindades, que reúne al 73% de las explotaciones, y en la comarca del Pisuerga (18%), mientras que en el resto de la provincia se distribuye el 9% que falta, según la Delegación Territorial de Agricultura. Su tamaño es pequeño, no más de 200 animales, cifra muy alejada del concepto de macrogranjas con miles de cabezas que se intenta imponer.

Burgos apenas reúne el 5% de la cabaña lechera regional, que supera las 93.000 reses y es la segunda productora del país, aunque muy alejada de la primera, Galicia, que alcanza las 341.300 cabezas. 

Las provincias limítrofes, como León o Palencia, multiplican varias veces los números locales, con 25.500 y 17.600 vacas lecheras, respectivamente, Zamora los dobla (11.500) y Segovia (8.800) y Valladolid (7.700) los superan.

Pero para los ganaderos el problema no está fuera, que también, sino en casa. De entrada, quedan pocas granjas y están muy repartidas por la geografía provincial, lo que resta atractivo a la recogida por las distancias a las centrales y los costes de transporte. Los costes de producción de las explotaciones tampoco son competitivos e igualan e incluso superan a los beneficios: salvo el cereal, cuyo precio ha bajado, el resto, especialmente los piensos y la energía, sube. «Y una vaca come mucho...». Un litro de leche en crudo se paga a 31 o 32 céntimos, «el mismo precio que pagábamos hace 20 años en pesetas», explica el ganadero Gabriel Delgado, secretario provincial de UPA, que tilda de «monopolio» el conglomerado industrial que impone los precios en leche, carne y el resto de los productos agrícolas. 

A diferencia del cereal, una vaca de ordeño requiere atención los 365 días del año. Es un negocio que demanda muchas horas y muchas manos, un asunto de familia, pero no hay relevo generacional. Muchos ganaderos, máxime como está el mercado, ya están pensando en la jubilación. Sus hijos, salvo algunas excepciones, no quieren ni oír hablar de vacas. «No hay alicientes y sí muchas incertidumbres. Los que invirtieron en cuota láctea se arruinaron cuando desapareció. La Administración no incentiva nada y si un ganadero abandona es culpa de quien lo ha permitido».

Como Gabriel, muchos compañeros se retuercen al preguntarles por el futuro:«Esto es la España vacía y nos duele en el alma. Nos sentimos dominados, hacen con nosotros lo que quieren. Los monopolios juegan con nuestro trabajo y nuestra vida», denuncian. (Más información en edición impresa)