«En el oficio las manos han de ser ágiles y tener paciencia»

I. PASCUAL
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Retrato del Burgos olvidado (XV) | Desde su taller en el barrio El Arrabal, junto al puente sobre el Arlanza, Pablo moldea el barro y crea esas piezas que le definen como artesano, copias perfectas de las casas medievales de Covarrubias

Pablo Castrillo González, ceramista en Covarrubias. - Foto: Luis López Araico

Las manos son su arma, un arma pacífica, un arma que no agrede, que se sumerge en el barro, lo masajea, lo moldea en una sucesiva cadena de caricias que para sí quisiéramos cualquiera para tensar tanto músculo atrofiado. Y fruto de esas sesiones, de esas largas jornadas en el taller son sus obras, puro arte, pura naturaleza, de la tierra al horno, del horno a cualquier feria, de cualquier feria a cualquier hogar... Covarrubias está en tantos rincones como lo están las piezas por las que cualquiera ha pagado gustoso unos euros, incapaz de resistirse a la belleza de esas casas típicas medievales en miniatura que son el arte identitario de Pablo Castrillo, pero no solo ellas, porque sus manos se han ido adaptando a nuevos productos y creando otros objetos en los que integrar su artesanía, dar a esta, en definitiva, un sentido más práctico porque también Pablo vive del oficio y tiene que adaptarse a las nuevas exigencias y demandas de los consumidores.

Y hablábamos de manos, de esas manos que mecen, pero para Pablo tan importantes son éstas como la cabeza que las dirige, que las enseña a ser pacientes, a trabajar sin prisa el tiempo que dedica a cada creación. Y no todo el mundo sirve para ello, puedes tener unas manos ágiles, laboriosas, pero si tu mente no sabe trabajar a fuego lento, el ceramista se perderá en el camino, dice.

Alfarería Pablo Castrillo no es solo Pablo; es también su hermana Pilar y su mujer Raquel. Los tres trabajan codo con codo en el taller, mientras se dejan mecer por el ronroneo del agua, más bravo estos días que de costumbre, del Arlanza, porque los ceramistas no pueden estar en un lugar más idílico, a orillas del magnífico puente de San Pablo que une la Covarrubias más monumental con la Covarrubias que acogió, desde la Edad Media, a los antecesores en el oficio de la alfarería de Pablo, pero también de otras modalidades. Es la calle San Roque, enclavada en el barrio de El Arrabal, fuente de inspiración artesanal. 

Pablo nunca ha salido de Covarrubias, aquí nació, creció, estudió y aquí trabaja. Un pequeño paréntesis en su vida lo marcan los años que trabajó en Lerma, en la fábrica de punto Elipse, que acabó abandonando para buscar su camino y su propia identidad; mucho tuvo que ver en ello su hermana que enviudó, se trasladó a la villa y comenzó a hacer cerámica por hobby. Pablo ya había demostrado destreza en la escuela, donde aprendió a trabajar el barro para hacer murales -sus primeras creaciones- con un profesor, Jesús Moraza, y probó junto a Pilar, «mejor trabajar en una cosa que me gustaba que en otra que no me satisfacía», se dijo, y así empezó su ‘carrera’ como ceramista, cogiéndole el gusto a un trabajo que le remontaba a la generación de sus abuelos, que fueron alfareros, oficio que no siguieron sus padres, sin embargo. Alfarero o ceramista, qué se considera Pablo. El prefiere definirse como artesano de la cerámica, porque en realidad hay una línea muy diferenciada entre lo que hacían sus abuelos y él; aquellos trabajaban el barro para fabricar utensilios de la vida cotidiana: cazuelas, ollas, botijos, orzas, pucheros... hasta que el aluminio acabó con el oficio, mientras que Pablo trabaja piezas de adorno, aunque también desde hace ya unos diez años en el taller hacen cerámica fina esmaltada: bandejas, platos, tarros, jaboneras, cuencos o tazas que tiene una técnica distinta. En este punto de la conversación, mientras a nuestro lado su mujer pinta las cenefas a unos angelitos -otras piezas características del taller- con un pulso envidiable, Pablo recuerda su amistad de décadas con Félix Yáñez, que ya entonces se dedicaba a la cerámica, y además ambos jugaban al fútbol en el Racing Lermeño, otra de sus pasiones, aunque curiosamente nos dice que no es forofo de ningún equipo. El fútbol y la cerámica les unieron para siempre.

Con 58 años a la espaldas, ya van casi para 30 los que se dedica al oficio. Comenzaron con horno de gas para cocer -nada que ver tampoco con los de leña de sus abuelos alfareros-, pero hace tiempo que ya cuecen las piezas en hornos eléctricos.

Pablo ha ido evolucionando en sus creaciones, las casas medievales son de adorno, pero también son pie de una lámpara o se adaptan a otros elementos; sus murales no tienen que ver nada con los abstractos que hacía en sus inicios y ahora están relacionados con motivos de Covarrubias, a los que adapta materiales viejos, sobre todo madera, y también hacen farolas, portarretratos, ángeles, libritos, pequeñas figuras para belenes, y como decíamos antes, la cerámica blanca pintada, una labor, la de pintar, en la que se ha especializado Raquel. Además, moldea buzones inspirados en la arquitectura de la villa y suyas son las papeleras con los mismos motivos, repartidas por la villa. 

No oculta que cuesta vivir de este oficio, que ha cambiado mucho con los años, pero afortunadamente en su caso no les va mal, aunque este año, con la covid, se han suspendido todas las ferias que suponen una de sus fuentes de ingresos, y las tiendas también van a menos. Sus piezas viajan a distintas puntos del país, por mediación de un comercial a quien le hacen los pedidos los establecimientos, aunque esta fórmula también ha decaído. El propio taller es punto de venta, ya que le tiene registrado como taller artesano, que se puede visitar y vender.

En cuanto a las ferias, son ahora el principal vehículo de exposición y venta, y una experiencia enriquecedora porque une a todos los artesanos, cada uno con sus obras, pero con una misma raíz creativa, aunque también han bajado mucho, reconoce Pablo, que recalca que salen caras en desplazamiento, alojamiento y precio del puesto. Ellos se centran en las ferias de cerámica, «porque para nosotros es difícil competir con otras en las que hay cuero, joyería o vidrio». Se mueven por Castilla y León y algo por Cantabria y Asturias, sin olvidar las ferias rachelas, todo un referente en la provincia, con su Mercado Medieval, la Feria de Artesanía o la Fiesta de la Cereza, además del mercado navideño en el que participa el colectivo de Covarrubias, tierra de artistas de distintas modalidades, que conforman la Asociación Cáscara de Nuez, de la que Pablo es presidente.