«No soy artista, yo, como el Cid, voy donde me pagan»

ALMUDENA SANZ
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Cuando a los nueve años entró como clarinetista en la banda de su pueblo, Mariano Marín ya soñaba con componer. Tras pasar por Burgos, llegó a Madrid para marcarse un carrerón. Su última meta: una segunda nominación a los Max

Mariano Marín, en el estudio de su casa de Madrid, donde pasa el verano para cumplir con todos sus compromisos. - Foto: Antonio Castro

Sin dedos en las manos se queda Mariano Marín para contar todos los proyectos que le aguardan. Un capítulo para una serie, un puñado de montajes de teatro y danza, un documental... La música le retiene en Madrid. Un verano más, y ya van dos, se queda sin pasear por los montes de Pradoluengo. Lo echa de menos. Intenta suplir esa carencia con salidas a la Casa de Campo o El Pardo. No es lo mismo. Cruza los dedos para poder escaparse, por lo menos a visitar a la familia, en otoño cuando pase de camino a Bilbao. En la capital vizcaína tiene una cita el 4 de octubre con la alfombra roja. Está nominado al Premio Max a Mejor composición musical para espectáculo escénico por su trabajo en Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban), que, precisamente, estará en Cultural Caja de Burgos de la avenida de Cantabria el 18 de septiembre. El creador burgalés opta por segunda vez a morder la manzana con antifaz, y está feliz, pero el reconocimiento no le quita el sueño. Lo suyo es ponerse el mono de trabajo. Y pico y pala. A las pruebas se remite. 

Se queda sin vacaciones. Está a tope de trabajo... 

Estoy bastante liado, sí. Pensaba ir a Pradoluengo, pero no me da tiempo. Para ir dos días corriendo... Estoy con un capítulo de Vota Juan, el que dirige el propio Javier Cámara. Y en otoño tengo varios espectáculos. En el Teatro Español estrenamos el 8 y 9 de septiembre Edipo, de Luis Luque, que acaba de estar en Mérida, y Despierta, de Natalia Menéndez. Tengo que empezar a trabajar ya en otro de danza con Chevi Muraday, El perdón. En medio me espera un documental sobre el chapurriau, una lengua que se habla en el bajo Aragón, y a final de año otra obra para el Centro Dramático Nacional, con Laila Ripoll, sobre el desastre de Annual. Hasta primavera estoy liado. Y espero que salga algo más. 

Edipo se ha ido de Mérida con muy buenas críticas, al espectáculo y a la música... ¿Cambia mucho una creación sonora en un escenario al aire libre a otro en sala? 

No, es lo mismo. En Mérida las características son muy diferentes porque todo es muy ampuloso, todo tiene que tener más grandiosidad, entre comillas, pero sí te sirve lo mismo para el teatro. En realidad, tampoco hay una diferencia brutal. 

De Mérida salió hace unos años con corona de laureles por Atchúuussss!!!!... 

Sí, me dieron el Premio Ceres, y, curiosamente, ese año fue el último que se entregaron y el primero en el que incluyeron la música como categoría. Fue una pena porque funcionaban muy bien a nivel nacional. Eran una alternativa a los Max. 

Hablando de los Max... ¿En esa súper agenda de cara a la nueva temporada tendrá que hacer un hueco para estar el 4 de octubre en Bilbao? 

Subiré, sí, a ver si puedo aprovechar y me paso por Burgos. Como es un lunes, igual intento hacer la trampa e irme el fin de semana. 

¿Qué siente uno cuando ve su nombre en la lista de nominados? 

Soy muy poco de premios. Esta es la segunda vez que estoy nominado a los Max después de tener más de cien obras de teatro profesionales. La anterior estaba con otros dos músicos y esta es la primera vez que estoy solo y ni me emociona ni me desemociona. Gusta, claro, te gusta estar ahí, pero no estoy dentro del mundo ortodoxo artístico, yo soy muy mercenario, como el Cid; voy donde me pagan. Es mi trabajo, es que no es otra cosa, reniego mucho del mundo del artista. Yo no soy artista, no trabajo para mí, no creo mi obra, la hago para los demás y si estos consideran que es arte, que lo digan ellos, no yo. Como hacíamos en mi pueblo, yo echo hilos a la fábrica, es esa sensación, la de ser un artesano, la de trabajar. Mi padre lo mismo hilaba negro, que blanco que jaspeado; yo, lo mismo, con música. Un día haces contemporánea, mañana jazz y pasado otra cosa, lo que pide el espectáculo, la película o la serie en la que estás. 

Es de mono de trabajo, no de esmoquin... 

Exactamente. La inspiración es el olor de la transpiración está claro. No tengo sensación de artista, trabajo para todos. Todos los premios están siempre rodeados de una especie de excelencia artística, de ser diferente, y no me meto con ellos, me parecen bien, pero a mí ni me van ni me vienen. Yo a trabajar, dar de comer a mi familia y seguir en lo que me gusta, que es esto. 

Huye del llamado star system... 

Totalmente. Cero star system, cero mainstraing... De esas cosas que se dicen ahora, nada. Yo, peón de la corchea. Yo pongo corcheas como otros ladrillos. No tengo la sensación de ser diferente de un albañil.

¿Pero pone muchas corcheas, porque su currículum es de infarto? 

Sí, imagínate un albañil cuántos ladrillos habrá puesto a lo largo de su vida. No tiene mayor importancia. Cada uno hace lo suyo. Dedicarse al mundo del arte estrictamente es para gente que tiene un fondo de armario financiero importante. 

¿Y el fondo de armario de Mariano Marín no lo es? 

Financiero, no. Mis finanzas las invierto en aprender porque esta no es una carrera de fondo, sino una sin fin. Nunca se acaba de aprender. Siempre te falta algo, hay agujeros en tu formación que vas rellenando. Vivimos en unos tiempos en los que la música no es solo escribir para una orquesta, un piano u otro instrumento, hay muchas herramientas que requieren de tiempo y a mí ese mundo, el del sonido en sí, me ha interesado siempre mucho. 

Teatro, cine, televisión... ¿En qué medio le suena mejor su música?

El teatro ahora mismo es el 80% de mi vida y el 20%, el audiovisual. Me muevo más cómodo en el mundo del teatro. Es un proceso en el que estás desde el principio. Es más desagradecido en el sentido económico, porque se gana mucho menos dinero, pero más agradecido a nivel humano, estás más cerca de la gente, y también de estrés, el audiovisual es un mundo caníbal absoluto. Te contratan la música de una película y sabes que tienes el estudio de grabación en un mes, donde sea con una orquesta de tantos señores y debes llegar allí con la música hecha, aprobada por el director, con todo clarísimo y eso es un estrés tremendo. Es otro mundo. 

¿Es más encorsetado? 

Es más precipitado todo, en el sentido que hay menos tiempo, por lo menos en España. El proceso de la música en el cine es el último. Ya ha acabado todo el montaje, la postproducción, talonaje... Y luego te toca a ti y ya el plazo está cerradísimo, los demás tienen un margen, pero en el caso de la música son naranjas, ahí las tienes, y si no, se pudren. El teatro es otra velocidad, otro tempo, estás en los ensayos, ves las cosas, surge, no surge... Hay palizas, como lo último en Mérida, porque la música está de principio a fin, pero no es normal, que aquí el único respiro son tres minutos de silencio al final. 

¿Cuánta importancia tienen los silencios? 

Si no hay silencios, la música es un ruido. El silencio es lo que da importancia a la música. En teatro, el protagonista es el actor y con la música lo último que puedes hacer es despistar. No puedes estar dando dos informaciones auditivas a la vez al espectador, el cerebro no sabe a qué agarrarse. 

¿Y además tiene que ser muy versátil para adaptarse cada vez a un director y usted ha trabajado con muchos muy distintos (Juan Carlos Pérez de la Fuente, Tamzin Townsend, Eduardo Vasco, Laila Ripoll, Gerardo Vera, Alberto Conejero...)? 

Sí, el director es el que decide. 

¿Qué proceso sigue desde que recibe la llamada con el encargo hasta que sube el telón? 

Te llama el director, te da la fecha, te manda el texto y a partir de este, que suele ser una versión primera o segunda, me reúno con él. Pero yo normalmente no tengo ni idea de qué hacer hasta que no escucho el texto en voz de los actores en la primera lectura, lo que se llama una italiana, con todos sentados en una mesa con el papel. El 99% de las músicas que he hecho es sobre esa lectura. Yo leo el texto y a mí no me dice nada, no sé leer teatro, pero sí funciona cuando lo leen los actores, a mí es lo que me hace funcionar la cabeza, pensar en melodías, armonías, tímbrica... 

Según los escucha va poniendo corcheas en la partitura... 

En Edipo, por ejemplo, fue en una reunión técnica previa, semiinformal, con el dramaturgo, el director, el iluminador, la escenógrafa y algún actor, había un piano y según hablaban iba haciendo rayas en el texto y escribiendo un desarrollo armónico. 

Esa primera lectura destapa la mente ¿y luego? 

Haces una propuesta, se la mandas al director, y este ya te dice si le funciona, si vas bien, si va mal, si vale la pena probar en escena o hay que cambiarla. 

¿El compositor va a los ensayos? 

Sí, observa cómo funciona la música, cuál es el efecto que provoca, si estorba o no, cómo condiciona a los actores... La música debe acompañar, pero no estorbar; estar presente pero no demasiado. En ese equilibrio nos movemos. Si fuera para una sala de conciertos, escribes lo que te da la gana porque la gente va a escucharte a ti, pero en teatro o cine no puede estar jamás por encima de los actores ni del espectáculo. 

Los compositores están en la sombra. ¿Echan de menos que les iluminen más los focos? ¿Tener más reconocimiento? 

Yo sé de algún compañero quemado con el asunto, pero yo no. A mí no me importa. Yo sé cuál es mi sitio, no tengo ningún prurito de que se me reconozca, está bien que se haga, como decía de los premios, te gusta, pero no es mi objetivo en absoluto. Mi objetivo es trabajar, aprender, seguir aprendiendo y seguir trabajando. Eso es lo que me enseñaron en Burgos mis maestros: trabajar, trabajar y trabajar. Esa es la tradición de la que vengo. 

¿Y cuando estaba con esos maestros o con el clarinete en la banda de Pradoluengo soñaba con que todo esto podía pasar? 

Sí, curiosamente, sí (ríe). Desde pequeño ya tenía la cosa de componer. Antes de empezar con la banda, ya escribía cosillas, hacía la letra de la canción y la cantaba y pensaba que ya con esto valía, ¡tenía seis años! Luego vi que había partituras. Mi intención siempre fue escribir música, no lo era tocar, quizás porque soy más vago para echar horas practicando que para aprender, me gusta experimentar y probar, me divierte más, aunque como intérprete he tocado el piano años y años, pero ya no y no lo echo de menos.  

Y aunque el teatro es su vida, llegó a Madrid con el sueño de componer música para los cines de la Gran Vía... Tras firmar las bandas sonoras de Tesis o Abre los ojos. ¿Da por conseguido este sueño? 

Seguro que saldrán más películas. Pero el mundo del cine no me acabó de atrapar en cuanto a lo que es la parte industrial, del compromiso, y el teatro, sí, aunque me encanta. Todos los años hago dos o tres cortometrajes o algún capítulo de una serie. Estoy en ello, pero no estoy ahí, pero ni cierro ni abro la puerta. Será más desagradecido, pero da mucho gusto hacer música para cine porque sabes cómo funciona inmediatamente y que se va a quedar ahí, con sus errores y sus aciertos. 

De todo dice que han pasado dos años, toma la pandemia como un paréntesis. ¿Cómo la ha vivido, personal y profesionalmente? 

Tuve un parón los meses del confinamiento, pero inmediatamente, cuando terminó, no he parado de trabajar. Se nota a nivel económico, porque si estábamos mal desde la crisis de 2008, ahora la caída de precios es mayor y te aprietan por todos los lados, pero no me puedo quejar. He tenido mucha suerte y esta desgracia me ha pillado en un momento profesional en el que soy más conocido, tengo mi clientela y mi sitio. Para mí lo peor fue estar en casa sin poder coger mi bici e ir a la Casa de Campo o al monte del Pardo, como llevo ahora mal no poder ir a Pradoluengo porque yo necesito salir al campo, es algo que me queda de mi pueblo. Desde pequeño ha sido el monte, el monte, el monte... Y en Madrid se vive bien gracias a que lo tengo, pero echo mucho de menos el de mi pueblo. 

Entiendo que, además, en su caso ha sido fácil llevar la clausura porque su trabajo es muy en soledad... 

Totalmente. Me sirvió para estudiar, para echarle gasolina al depósito de los conocimientos, que es imprescindible para trabajar. En realidad, un compositor ortodoxo solo necesita una partitura en blanco, una goma de borrar y un portaminas, si eres muy bueno con un bolígrafo también lo haces. 

¿Qué instrumentos le acompañan? 

Tengo mi piano y mi estudio para escuchar lo que hago. No hace falta nada más. Sí me acuerdo mucho este verano de la gente de las orquestas de baile, el año pasado fue un frenazo en seco y este no están ni a medio gas. Yo estuve tocando en una desde los 15 a los 24 años en Burgos y si me hubiera pasado una cosa de estas en aquella época hubiera sobrevivido porque estaban mis padres, pero si me pilla ahora ¿qué haces? Es la ruina más absoluta. 

¿No ha vuelto a tocar ni en una orquesta ni en una banda? 

No, desde el año 84, que estaba tocando en la Orquesta Tizona, y al comienzo del verano tuve que dejarlo por depresión. Desde entonces no he vuelto a tocar y cada 15 de agosto lo celebro. Sin embargo, me acuerdo mucho de la gente que está ahí, forma parte de mi vida, no reniego de ello, me gustaría no tener que volver a hacerlo nunca, pero quién sabe, si hay que volver a tocar el Paquito Chocolatero, se hace. 

Siempre con el buzo puesto... 

Y lo que toque.