Agarrados a la vida

A.G.
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El médico Gonzalo Calderón tiene 30 años y está en tratamiento de un cáncer muy poco frecuente en gente de su edad. Con apenas 11 ya sufrió un linfoma que le hizo pasar toda su adolescencia entre hospitales y sin ir al colegio.

Agarrados a la vida - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Justo un mes después de someterse a una cirugía seguida de quimioterapia hipertérmica, una larguísima y delicada intervención que intenta frenar el mesioteloma peritoneal que padece, Gonzalo Calderón tiene un aspecto magnífico. Este joven médico de 30 años, moreno, guapo y muy hablador, a quien la vida no para de poner obstáculos, no parece cansado, tiene buen color y el tono de su voz es muy animado. Es lo que se aprecia a simple vista y, probablemente, su forma de enfrentarse, una vez más, al diagnóstico incierto que le ha supuesto el tercer gran frenazo en su vida cuando estaba formándose como residente en un centro de salud de Palencia. El primero apareció cuando tenía apenas diez años y comenzó a cansarse demasiado al correr  y al nadar: era un linfoma de 16 centímetros con una pequeña metástasis en el cuello. A partir de ahí la vida de toda su familia se volvió del revés y él pasó cinco años entre hospitales y sin poder ir a clase: «Como adolescencia no se la recomiendo a nadie», explica entre risas en el jardín de su casa bajo la atenta mirada de su madre, Julia Martínez Llorente, que no se desalienta frente a nada y es uno de los principales apoyos de Gonzalo: «Ella es la que siempre sabe qué preguntar», define su hijo.

Fue la ideóloga, además, del triunfal recibimiento que tuvo Gonzalo al llegar al Hospital de Fuenlabrada (Madrid) el pasado 9 de mayo para someterse a la operación. Alrededor de cincuenta personas, entre amistades y familiares, se dieron cita en la puerta para darle ánimos. Y en un alarde de sentido del humor (y del amor) y de capacidad de sobreponerse ante las bajezas de la vida, en semejante fiesta pre-cirugía no estaban solo los vivos sino que los abuelos del joven y su perro, ya fallecidos, aparecieron en cartón piedra.  

La experiencia de vivir con la enfermedad prácticamente desde el principio ha hecho de este chico alguien muy especial. «Nunca pude socializar con gente de mi edad en la etapa en la que aprendes qué decir y cuándo y cómo hacerlo. Esos años en los que aprendes a no ser un bocachancla los pasé rodeado de gente que me quería y me aceptaba todo y de ahí surge esto de decir lo que me viene y como me viene, no te voy a decir sin filtros porque con el tiempo he aprendido a ponerlos, pero también te digo que viendo cómo funciona el mundo, lo mío está mejor».

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