"Siempre me he sentido libre"

R.P.B.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Lourdes Martín es una de esas mujeres y esta es (parte de) su historia

Lourdes Martín, en el parque del Castillo, uno de sus rincones favoritos. - Foto: Patricia

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 28 de diciembre. 

Lourdes Martín siempre fue un torbellino: de espontaneidad y simpatía, de cercanía y naturalidad. Llega a la cita con el mismo espíritu entusiasta que ha dominado su vida -sonriente, afectuosa, divertida- y que constituye un lujo para quienes la rodean. También elegante: siempre fue estilosa y coqueta esta racial morenaza que bien podía haber pasado por miembro del artístico clan de los Flores pero que nació en la localidad segoviana de Coca un año del que por nada del mundo quiere acordarse. Fue la suya una infancia feliz, privilegiada, admite. Su padre regentaba una tienda que vendía de todo, así que a ella nunca le faltó de nada. Pero eso no fue óbice para que esa criatura inquieta que miraba el mundo con ojos curiosos tomara conciencia de una realidad terrible: el ‘cuaderno de fiar’ del negocio familiar siempre tenía una lista extensa. "Aunque Coca era un pueblo muy bien cuidado y tratado, con buenas infraestructuras, había mucha miseria. Aunque yo fui una privilegiada, mucha gente sufría. Había pobreza, hambruna. Se me despabiló la conciencia ya entonces. Me siento orgullosa de que mi padre contribuyera a que mucha gente pudiera alimentarse adecuadamente en aquellos años tan duros", explica con emoción.

Como siempre fue un animal social, Lourdes Martín hablaba con todo el mundo, lo que le permitió conocer la ominosa realidad en la que vivían muchos de sus convecinos. "Fui consciente muy precozmente de las necesidades de la gente y de que había familias estigmatizadas por haber pertenecido al Partido Comunista". Estudió en el instituto público de su pueblo. En el último curso, llegaron jóvenes profesores que nada tenían que ver con los anteriores, momias nostálgicas del yugo y las flechas, y aquello fue como si a Lourdes le terminaran de abrir las ventanas a un compromiso social y político del que haría bandera para siempre. "Fue fantástico. Llegaron con enorme frescura. Gracias a ellos conocí cuanto sucedía fuera del lugar en el que había crecido y me ampliaron mucho más la imagen de cómo estaba la sociedad, de cómo estaba la lucha antifranquista".

Aunque soñaba con ser periodista "para denunciar situaciones de injusticia, moverme por territorios difíciles donde no se daba voz a la gente maltratada" y llegó a matricularse para cursar esta carrera en Madrid, finalmente se impuso el criterio del padre, que la envió a estudiar a Valladolid con el deseo de que se hiciera médica. Sea como fuere, acaso por ese punto rebelde del que siempre hizo gala, estudió Enfermería, aunque admite que sin ninguna vocación. Pero la vida universitaria de Valladolid a mediados de los 70 estaba lejos de ser un muermo. "Había movilizaciones, huelgas... Éramos perseguidos por la policía... Había una militancia muy activa y comprometida. Tuve que correr mucho y me la jugué delante de los grises, cuando no era que algún grupo de nazis entraba en un local donde nos habíamos reunido gente de izquierdas y se ponía a disparar. Viví situaciones dramáticas".

Sin embargo, nada de ello arredró a Lourdes Martín. "No, porque había que luchar por cambiar la sociedad. Teníamos que tratar de conseguir una sociedad mucho más igualitaria, defendiendo las libertades de toda índole: de expresión, de movimiento, con dignidad y sin estigmatización. Mi compromiso ha sido político porque el objetivo era social, porque desde la política se podían modificar las cosas, la sociedad". No todo fue militancia y lucha en aquellos años universitarios: a Lourdes Martín también le dio tiempo a conocer y participar del rico mundo cultural que le ofrecía la ciudad, del cine a la literatura y el teatro. "Era una ebullición permanente de ideas, de acciones. Recuerdo con cariño mis años de Valladolid". Trabajó en el Clínico de esta ciuad (y formó parte del comité de empresa por CCOO, no sin cierto miedo), y aunque no tuviera vocación, la experiencia fue convenciéndola a la vez que conformaba su carácter. "El estar en contacto con mucho sufrimiento te hace más sensible y empática hacia los demás. También ese espíritu inquieto y rápido me puede venir por haber trabajado tanto tiempo en urgencias, donde siempre hay que reaccionar con rapidez, movimiento, improvisación. Pero tengo que decir que siempre me he sentido a gusto y muy feliz, y que a día de hoy, con la jubilación a la vista, siento cierta tristeza porque me siento tan motivada...".

Llegó a Burgos en 1981 por el traslado de su marido "con la idea de que fuera algo provisional". Antes de empezar a trabajar en el Hospital General Yagüe lo hizo en varios sitios más, entre ellos los centros de salud de Gamonal y San Agustín. Para entonces, ya se había empapado de la realidad social de una ciudad de la que se enamoró a primera vista, siendo el cerro del Castillo -donde ha elegido retratarse- su lugar favorito, el primero sitio que visitó el mismo día de su llegada (era mayo y había nevado) y donde se hizo su primera foto. Aquel Burgos de los años 80 le pareció, recién bajada del tren, una ciudad portuaria. "Tuve la sensación de que era una ciudad con mar. Fue una sensación momentánea, nunca más la volvía a tener", evoca. Pronto llegarían las siguientes sensaciones, como la de una ciudad conservadora, gris. "Cuando el PSOE ganó las elecciones generales por mayoría absoluta percibí pánico entre algunos de los profesionales de la sanidad en Burgos. Hubo quienes sacaron el dinero del banco porque creían que se iban a quedar sin ello". Con todo, en el hospital coincidió "con enormes profesionales, extraordinarios. Gente decente, con principios, honestos al margen de su ideología. Sí que sé que nada más llegar a mí me etiquetaron como una progre, una roja. Eso no fue un inconveniente para que tuviera buena relación con todo el mundo. Siempre me he sentido querida, en mi trabajo y en la política. Siempre me he sentido libre", apostilla. Lourdes Martín también se volcó en aquellos primeros años en el magma cultural de la ciudad, tomando parte de la escuela de mimo ‘El Colacho’ y conociendo a numerosos creadores de todos los ámbitos y disciplinas que le ofrecieron otra imagen de la ciudad, más luminosa.

Cuando, a mediados de los 80, se creó Izquierda Unida, no dudó en afiliarse. De ahí al Ayuntamiento, un soplo: a punto estuvo, siendo tercera en la lista, de sentarse a las primeras de cambio en el salón de plenos municipal. Por poco no lo hizo. Sí a la segunda, cuando su partido obtuvo cinco ediles. Pero padeció una primera traición: el abandono (transfuguismo) de tres de sus compañeros -José Moral, María Jesús Klett y Rosa Eva Martínez- a lo que se llamó Nueva Izquierda, quedándose en el barco de IU sola con Manolo Ortega. "Representar a tu ciudad lleva consigo mucha responsabilidad, mucho compromiso y tener las ideas muy claras. Yo siempre tuve claro que estaba en política para prestar un servicio público, que mis intereses iban a estar muy alejados de mí, que mi objetivo eran los ciudadanos. De hecho, jamás me beneficié. Lo único que obtuve fue el reconocimiento de los ciudadanos, que siempre es gratificante". Pese al dolor y al desencanto provocados por el episodio de transfuguismo, no tardaría Lourdes Martín en llevarse una alegría (que no duraría mucho, esa es la verdad): formar parte del equipo de gobierno en aquella alianza de su partido con el PSOE encabezado por Ángel Olivares y la Tierra Comunera de Luis Marcos.

Una legislatura terrible. "Fue una legislatura complicada, con aquella oposición impresentable del PP y aquellos tres personajes de APBI, con Baeza a la cabeza, que era un despropósito porque no eran coherentes... Y luego la ruptura de Tierra Comunera. Nosotros, desde el principio, no vimos transparencia ni lealtad en ellos. Y para trabajar en equipo hay que tener lealtad y respeto para llegar a acuerdos. Hay que negociar, escuchar al otro. Fue una legislatura de mucho trabajo, de mucho esfuerzo, de desgaste, sin descanso" Pese a todo, habla maravillas de la gente con la que trabajó en Acción Social "donde dejé muy buenos amigos y amigas y donde trabajamos para cambiar caridad por justicia social", y también de compañeros de viaje (al margen de Ortega) como Ángel Olivares, "con quien me entendí siempre bien y le considero un amigo. Él fue leal conmigo y yo con él", y Antonio Fernández Santos, "que me ayudó mucho a conocer el funcionamiento del Ayuntamiento y al que aprecio muchísimo".

Se siente orgullosa de aquella etapa. "Abrimos el Ayuntamiento a la ciudad. Logramos que la ciudadanía se acercara, nos conociera, hiciera propuestas. Yo quería una ciudadanía activa, ese fue mi propósito". Defiende que aquel primer gobierno de izquierdas que hubo en Burgos cambió la ciudad. "Quitamos la caspa, dimos un soplo de aire fresco, con una política cultural dirigida por Isabel Abad extraordinaria. Fueron años duros, pero también de mucho rigor y transparencia en todo lo que hacíamos. Hicimos muchas cosas muy bien, aunque reconozco que podíamos haber hecho más por los barrios en materia de infraestructuras. Pero hicimos la ciudad más igualitaria. Fuimos cercanos al ciudadano. Y la ciudad cambió. ¡Iniciamos los carriles-bici, que ahora están en todas las ciudades! Recuerdo que el concejal Quintanilla decía que pedíamos los carriles-bici para Manolo Ortega y para mí. Hace poco me le encontré con su bici y me reconoció que había sido una buena idea".

La política medioambiental, la puesta en marcha de las escuelas taller, los convenios con Autismo Burgos, Aspanias y muchas asociaciones que antes recibían subvenciones como las peñas... La Casa del Sida, los Ceas, el CEIS... Logros de los que siente un orgullo enorme, aunque sufriera por ello ataques y críticas "y los medios de comunicación no nos favorecieran en nada". Recuerda con especial desagrado la elaboración de los presupuestos, aquellas interminables, arduas reuniones en el que cada cual tiraba a su lado... Puro desgaste. Y aunque la ciudad cambió, no pudo repetirse una mayoría de izquierdas en la legislatura siguiente. "Fue una gran decepción". Y Lourdes, que había encabezado la candidatura de IU a su pesar, porque se encontraba agotada, dijo basta y a los dos años (en 2004) cedió su puesto a Jesús Ojeda.

Y recuperó su vida. Y empezó a disfrutar de algo que había perdido: tiempo; tiempo para disfrutar de su familia, de sus amigos, de las actividades culturales; y a dedicarse por entero a su profesión ayudando a la gente. Rompió por completo con la política. Hoy sigue sin echarla de menos. "Tener más tiempo, poder dedicarme más a mí, me pareció un lujo". Lourdes Martín disfruta de Burgos como nunca. Le apasiona su luz, su frío seco, hasta ese norte canalla que a tantos otros ahuyenta. Hoy es, además, la feliz abuela de una preciosa criatura de casi tres años, con la que sube a menudo a su querido Castillo. "Un paseo por Burgos es un privilegio. Este parque, algo extraordinario. Fuentes Blancas, la Quinta, el centro histórico, tan recoleto, tan recogido, con tanta vida...".

Le preocupa mucho la malhadada crisis sanitaria que ha cambiado el paso a todo el mundo. Lo ha hecho desde Atención Primaria (ya no en Urgencias del HUBU) y admite que ha sido muy duro. "Ha habido mucho sufrimiento y angustia en los profesionales; no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Hoy es el día en que creo que no conocemos el comportamiento del virus. He sido muy crítica con la parálisis de la atención. Tratar a un paciente sin verle la cara es un riesgo tremendo. El estrés ha sido enorme. Y no he entendido por qué en el hospital muchos especialistas han dejado de ver a los pacientes... Creo que ha habido una mala organización. Y tengo miedo a los que se nos avecina. Tenemos que ser responsables y prudentes". Sonríe Lourdes Martín pese a los temores. Sonríe siempre Lourdes. Gracias, Lourdes.