Cuando gobernar es cosa de dos

Agencias-SPC
-

La aprobación de los Presupuestos con ERC y Bildu, el modelo de Estado y la ley de libertad sexual marcan el primer año de un tenso Ejecutivo de coalición aún en período de pruebas

Cuando gobernar es cosa de dos

El 2020 empezó, en política, con un borrón, una cuenta nueva y un abrazo, el que se dieron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Hemiciclo para estrenar la era del primer Gobierno de coalición, que ha tenido que hacer frente a la situación más excepcional de la democracia.

Con perspectiva, el abrazo de la investidura se ve un poco forzado. El líder de Podemos se acerca al recién investido presidente, que le rodea con sus brazos pero, al segundo, se separa. Entonces Iglesias le ofrece su mano, Sánchez la choca y va girando su cuerpo hacia la bancada socialista, donde le están esperando los suyos. El líder morado, a punto de ser nombrado vicepresidente, llora. Aquel 7 de enero no les unió el amor sino la tozudez de las urnas, y a juzgar por lo acontecido desde entonces, su relación se basa más en los roces que en el cariño, pero aun así van avanzando.

«Ha sido un primer año de rodaje, pero muy duro», debido a la pandemia, dicen en el lado del PSOE.

A la investidura de Sánchez le sucedieron semanas de armonía. Nombró el Gobierno con más ministros de la democracia, un total de 22 -17 socialistas y cinco de Unidas Podemos- que definió como «progresista» y «con espíritu de equipo». Tras la foto de familia en el primer Consejo de Ministros, las dos alas del Ejecutivo comenzaron a conocerse, tratarse y «engrasar sus relaciones» incluso con un encuentro informal en una finca de Toledo.

Se aprobaron enseguida algunas medidas incluidas en el acuerdo de investidura, el contrato para cuatro años del que se dotaron el PSOE y Unidas Podemos y que un año después sigue vigente aunque se tenga que «adaptar» a la nueva situación. En aquellos primeros compases se aprobó la revalorización de las pensiones y el alza del salario mínimo hasta los 950 euros, y Sánchez visitó al president Torra en Barcelona y la mesa de diálogo sobre Cataluña echó a andar en La Moncloa.

Pero a finales de febrero, el Ejecutivo libró su primera batalla pública a cuenta de la ley de libertad sexual que impulsaba Irene Montero, y que el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, quería frenar por considerarla jurídicamente inconsistente. La acusación de «machista frustrado» por parte de Iglesias a su compañero causó estupefacción.

El punto álgido llegó poco después, el 14 de marzo, cuando, con la pandemia del coronavirus descontrolada y con toda España pendiente de la televisión, se reúne el Consejo de Ministros para aprobar el estado de alarma y salen a la luz con toda su crudeza las fuertes fricciones sobre las medidas económicas que hay que tomar. En el lado socialista molesta el momento elegido para atizar una batalla dirigida a la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, y perciben en Podemos un intento de anotarse méritos.

Desde el 14 de marzo al 21 de junio, España vivió en un estado de alarma bajo el que el Gobierno decretó uno de los confinamientos más estrictos de Europa y durante el cual emergieron disputas por los ERTE, la vivienda, el Ingreso Mínimo Vital o los paseos de los niños.

La histórica cumbre europea en la que se aprobó el fondo de reconstrucción común para hacer frente a la pandemia del que a España le corresponden 140.000 millones dio al Gobierno este verano el oxígeno necesario para diseñar unas cuentas expansivas ante la durísima situación económica, y espantó, además, el miedo a los recortes.

La pelea por los socios

Sánchez e Iglesias han desbloqueado conflictos en las reuniones periódicas que mantienen, habitualmente los lunes. Su relación es cordial. En el marco de esas reuniones se han alcanzado acuerdos, entre ellos el que permitió rebajar el discurso altisonante de Podemos contra el intento de los socialistas de negociar las Cuentas con Ciudadanos. «El PSOE sabe que con Podemos no va a contar para unos Presupuestos con Cs», había lanzado el partido de Iglesias, empeñado entonces en pactarlos con ERC y EH Bildu, como al final sucedió. Los aprobaron hasta 11 partidos y 188 diputados, entre los que no se contaron los 10 de la formación naranja.

Y con un Gobierno que suma solo 155 escaños de los 350 de los que se compone el Congreso, esa dicotomía entre mirar a la derecha o a los independentistas se perfila como una de las claves de la legislatura. Porque la estrategia del ala socialista es la de la geometría variable, es decir, la de no cerrar ninguna puerta y menos a los liberales, en quienes los de Sánchez siempre ven a un aliado potencial.

No olvidan los socialistas que fue el bloque naranja quien les socorrió por tres veces cuando necesitaron prorrogar el estado de alarma para hacer frente a la pandemia. Arrimadas dio el sí en la cuarta, la quinta y la sexta prórroga, algo que no hicieron ni el principal partido de la oposición, el PP, ni tampoco ERC.

Por otra parte, la estrategia de Podemos es trasladar a los medios su descontento cada vez que hay un sapo que no se quiere tragar, mientras que el PSOE, se queja el partido morado, «ignora» sus demandas hasta que ya no tiene más remedio que atender sus gritos. Sobra decir que Iglesias sapos se ha comido algunos, y el primero bien temprano, cuando Sánchez nombró a la exministra Dolores Delgado -cuya dimisión habían pedido- como fiscal general del Estado. También han recibido a cambio el apoyo cerrado de su socio en asuntos como la situación judicial del partido o la eventual imputación del vallecano.

Los socialistas tiran de paciencia. Nadie sabe si, de no existir el coronavirus, se habrían abrazado Sánchez e Iglesias el día que el Congreso de los Diputados aprobó sus Presupuestos, pero lo cierto es que en las últimas semanas hay tensiones. Incluso se ha visto a la ministra portavoz, María Jesús Montero, pedir al líder de Podemos que aflojara su presión. «No seas cabezón», se le escuchó decir en los pasillos de la Cámara Baja.

Discusiones justificadas

Pero este entiende que «claro que va a haber discusión, porque así es la política y así son los gobiernos de coalición», según explicó el mismo día de la aprobación de las Cuentas.

«El Quijote decía que la experiencia es la madre de la ciencia; también de la ciencia del Gobierno de coalición», decía Sánchez, unas palabras que explican así en su entorno: «Se dice que los experimentos, con gaseosa. Pero aquí no había más remedio que arremangarse y ponerse a la faena. Los números eran los números». Lo cierto es que, pese a que los augurios de que el Ejecutivo de coalición sería inestable y frágil, el Gobierno de Sánchez ha venido demostrando apoyos suficientes en el Congreso. Salvó el Gobierno hasta finales de junio sus prórrogas al estado de alarma, superó con éxito la moción de censura de Vox, ya tiene Presupuestos, y ha sacado adelante la reforma del sistema educativo y la legalización de la eutanasia.

La Monarquía ha sido otro punto de fricción, ya que a raíz de los problemas con el fisco de Juan Carlos I, Podemos insistió una y otra vez en un referéndum sobre la Monarquía, en tanto el PSOE le frenaba. 

Sánchez e Iglesias caminan juntos, no hay de momento otro compañero de viaje posible, aunque cada uno sepa que el calor en realidad lo dan sus filas. En ellas se refugian, como hicieron aquel 7 de enero cuando festejaron la victoria, cada uno en su lado del Hemiciclo.