Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Casanders

24/02/2020

Poco, muy poco que ver entre Pablo Casado, el líder del centro derecha español y más probable aspirante a ocupar algún día el principal despacho de La Moncloa, y Bernie Sanders, el más probable candidato demócrata a la Casa Blanca, de perfil bastante izquierdista según los parámetros norteamericanos. Casado es joven y Sanders tiene 78 años; además, este último tiene perfiles más populistas que el jefe de la oposición en España. Pero en una cosa coinciden ambos: lejos de ofrecer una imagen de unidad en sus partidos, transmiten la sensación de que sus respectivas formaciones están mucho más divididas de lo que sería conveniente para enfrentarse a unas elecciones. En el caso de Sanders, es cierto que se encuentra inmerso en unas primarias y que, después, pese a las controversias de hoy, los candidatos demócratas se unirán, es de esperar, para apoyarle frente a la amenaza de Trump. En cuanto a Pablo Casado...

Pienso, sinceramente, que Casado ha dado un paso en falso al destituir fulminantemente a Alfonso Alonso como candidato en las elecciones autonómicas del País Vasco. Cierto que quizá Alonso traspasó algunos límites que las severas disciplinas internas de los poco transparentes partidos españoles no toleran; pero no menos cierto es que era el candidato más idóneo para competir en una Euskadi donde, ciertamente, el PP no lo tenía, ni lo tiene, ni lo tendrá, fácil. Nada que decir sobre su sustituto, Carlos Iturgaiz, a quien conozco bien y del que sé que es excelente persona y político comprometido con sus ideas, pero que quizá carece del 'tirón' necesario en estos momentos para lanzarse a una campaña del alto voltaje requerido en el País Vasco en estos momentos. Que son, por cierto, políticamente muy complicados.

Con Alonso se va el penúltimo representante de la era Rajoy. Casado y su secretario general, Teodoro García, han limpiado la casa popular de recuerdos de un pasado no demasiado remoto: ni dos años han transcurrido desde que Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y su oponente María Dolores de Cospedal controlaban el partido, entonces en el gobierno. Creo que ha habido, sí, un rejuvenecimiento y una nueva definición, quizá un paso a la derecha respecto de los ya viejos tiempos. Acaso la presencia de Vox justifique estos giros. Pero lo que Pablo Casado, que es a mi juicio un político estimable, no ha logrado ha sido imponer la sensación de que el PP es un partido tan unido como antes, en el que los barones regionales siguen a pie juntillas lo que dice el presidente nacional desde su despacho en la calle Génova.

Y eso es lo malo. No solo que no se acaten los diktats de la jefatura, sino, peor, que, lo mismo que les ocurre a los restantes partidos políticos españoles, el PP sea básicamente una maquinaria electoral personalista, con un aparato que depende únicamente del presidente. Y donde, claro, el que se mueve no sale en la foto. Alfonso Alonso se movió demasiado, mostrándose disconforme con la política de generosidad en la alianza con Ciudadanos, porque pensaba, y quizá con razón, que esa alianza con el partido que capitaneó Rivera y ahora lidera de modo provisional Inés Arrimadas aporta poco a la presencia del centro derecha en el País Vasco.

Ahora, Alonso se ha convertido en uno más de los que fueron algo políticamente y ya son solo parte del olvido: Basagoiti, San Gil, Arantza Quiroga, Borja Sémper... Así no hay quien construya partido, con la espada de Damocles de la amenaza del olvido incluso por parte de los teóricamente tuyos. Lo mismo que Sanders cuando, me temo que probablemente, pierda las elecciones, en medio de la tempestad interna, frente al huracán Trump. Quedará olvidado incluso por los que hasta hoy le aclaman. Y no es esa precisamente una buena noticia. Sobre todo cuando está en juego lo que está en juego. En Euskadi y en los Estados Unidos, aunque sean magnitudes y circunstancias muy diferentes.