¿Qué hacía un chico como él en un sitio como éste?

R. PÉREZ BARREDO
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Amigos que Antonio Martín hizo en Briviesca evocan al magnético artista que habitó entre ellos como un hombre especial, sí, pero también sencillo y humilde que trató de sacar siempre lo mejor de todos ellos

Timo posa con el retrato que le hizo a Antonio Martín semanas antes de su fallecimiento. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Penélope Martín ha viajado mucho y ha vivido en lugares muy distintos. "Pero siempre que vuelvo a Briviesca es especial. Es mi raíz. Mi hogar. Mi madre es briviescana y mi padre se enamoró de ella cuando vino a dar un concierto aquí. El suyo fue un amor muy puro. Mi madre fue la estrella en la sombra. Se amaron hasta el final. Y ella pagó un precio muy alto cuando se quedó sola con una niña, tan joven, enamoradísima. Mi madre es una mujer buenísima y me ha hecho seguir amando a mi padre". Antonio Martín pasó mucho tiempo en Briviesca. Cierto que a veces regresaba a Madrid o viajaba a alguna otra ciudad, pero siempre volvía. Era una estrella del rock, un tipo famoso a más no poder. Pero fue uno más en Briviesca. Un tío que se integró, que fue sencillo y generoso, que dio a su alrededor todo lo que era y representaba. "Él se hizo de aquí por su mujer. Eso es una prueba de amor. Se dejó a sí mismo a un lado para ser uno más junto a mi madre", apunta Penny.

Hombre especial, de una honestidad brutal, a Antonio Martín le gustaba sentarse a leer en un banco de la plaza del pueblo, frente al Templete. También daba largos y solitarios paseos por el extrarradio, en busca posiblemente de sí mismo, de llenar aquellos huecos que siempre le faltaban. Alternaba en el Ekus, garito al que regaló vinilos que compró en Nueva York, en Londres. Discos únicos. "Era un lujazo", dice Raúl, uno de los dueños de aquel bar. "Sabía muchísimo de música, era la hostia oírle hablar. Y tenía imán y esa elegancia...", apostilla. Compartiendo una cerveza, tanto Raúl como Carlos, otro de los amigos de Antonio y músico por más señas (integrante del grupo de rock briviescano Punto G), la figura del líder de los Burning adquiere un perfil tan humano como mítico. Ambos hablan maravillas de la persona y del artista. De su cercanía, de su magnetismo, de su elegante manera de estar en el mundo. "A nosotros nos ayudó mucho. Éramos unos chavales que estábamos empezando en la música y nos empujó, nos alentó", señala Carlos, quien habla también en nombre de Jesús, otro de los miembros de la banda briviescana.

Tercia Penny en la conversación para apuntar que su padre siempre tuvo una relación maravillosa con su abuelo materno, Timoteo. Que siempre se entendieron bien, que la suya fue una amistad llena de complicidad. "Conocerle y estar con él fue la leche para nosotros. ¡Era una estrella del rock! Pero siempre fue muy humilde y sencillo. No se las daba de nada, pese a ser un genio de la música, un tío famoso", apunta Carlos, que cuenta anécdotas sin parar, como aquella de un concierto de Punto G en el que andaba él entre bambalinas enredado en menesteres poco musicales cuando oyó la voz de Antonio reclamando la presencia del batería en el escenario, al que subió jadeante, recomponiéndose la ropa con urgencia, bajo la mirada admonitoria de aquel improvisado mánager. O como aquella otra que originó una tradición que se cumple todas las madrugadas en las fiestas de la villa: ¿en qué bar no suena la versión rockera del Himno a Briviesca?

Raúl y Carlos evocan al cantante de Burning con cariño y admiración.Raúl y Carlos evocan al cantante de Burning con cariño y admiración. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Sepan todos que ese temazo se debe a Antonio Martín, quien a la conclusión del repertorio de Punto G durante uno de los primeros conciertos de la banda anunció que sonaría ese tema. "Y lo tuvimos que tocar en directo sin haberla ensayado antes. Y se ha convertido en una canción mítica. Antonio nos espoleó, nos estimuló siempre, hizo todo lo que pudo por ayudarnos".

La última sesión. Penny cuenta que su padre tenía ojo clínico para quienes atesoraban algo especial: ahí están Carlos, Raúl o Timo, el hombre que le hizo al artista las últimas fotografías, uno de los últimos amigos que hizo en Briviesca. El cantante y compositor no llegó a ver aquellas imágenes: falleció pocas semanas después de la sesión, cuando Timo aún no había revelado el carrete. "Nos habíamos acostumbrado a verle por aquí. Era un tipo que había triunfado. Y para los jóvenes a los que nos gustaba la música su presencia era importante", explica el fotógrafo y también pintor. "Era un tipo muy normal, muy accesible, muy cercano. Con esa chispa de alguien que es realmente distinto, tanto por lo que hizo -ahí está su obra- como por ese halo que no era común".

Tiene Timo grabada a fuego aquella sesión de fotos que surgió sin pretenderlo. Él tenía una suerte de estudio en el que pintaba sus cuadros y revelaba fotografías (se estaba aficionando a ello), y Antonio fue a visitarlo. "Nuestro punto de conexión era la música, porque yo también tocaba la guitarra. Alguna vez ensayé con él. Yo estaba aprendiendo y él llegaba del ámbito profesional. Alguna bronca ya nos echó, pero todo para que mejoráramos... Ese día surgió la sesión de forma natural. Yo tenía allí todo, la cámara, un trípode, luz natural, un flexo. Las fotos no estaban previstas, pero recuerdo que pensé: ya que está aquí, voy a hacerle fotos a un tío que es famoso. Era una oportunidad de oro. Y no tuve que insistir. Se mostró encantado y enseguida posó. Se notaba que estaba acostumbrado, lo hizo como algo natural. Esas poses... Tenía un don innato, conocía su imagen. Y quería ofrecer la imagen de lo que quería y no otra. Él mismo se puso el flequillo de esa manera. Sabía lo que quería. Sabía lo importante que era la imagen. No creo que haya grupo de aquella época -ni Leño, ni Radio Futura, ni nadie- que tenga un archivo de imágenes como el que tiene Burning. Y se percibía que estaba acostumbrado a posar. Y así fue. Las fotos salieron bien, la verdad.

A Timo le duele que Antonio no llegara a ver esas fotografías, que conserva en su archivo como un tesoro de valor incalculable. "No llegó a verlas por días. Cuando yo las vi, reconocí a un ser especial. Está transformado, era un animal de la escena. Estaba a gusto, y eso que no se encontraba bien físicamente. Pero en las imágenes se le ve con toda la fuerza, con intensidad. Me jodió mucho que no llegara a verlas. Mucho. Sentí pena y frustración que el cabronazo se marchara sin verlas. Le hubieran gustado".

Un lujo para Briviesca. Todos aquellos que le conocieron -Timo, Carlos, Raúl, Jesús- aseguran que la presencia de Antonio fue un lujo para Briviesca. Y les duele que la memoria de esa presencia y de la relación del artista con la capital burebana no haya sido bien reivindicada, suficientemente ponderada. Les parece tan injusto como torpe. "Que Antonio Martín estuviera aquí, viviera aquí, se integrara aquí fue un lujo. Pero no todos supieron verlo de esa manera. Es una verdadera lástima". Suena rock and roll del bueno mientras se brinda por Antonio Martín. El brindis es poderoso y está lleno de promesas: también creen que aún se está a tiempo. Hay muchas ideas y proyectos en torno a reivindicar la relación del artista con Briviesca. Se habla de un festival, acaso un memorial en el que la música sea la protagonista. Que honre la memoria de uno de sus hijos más especiales, uno de esos seres que sólo de vez en cuando se dejan ver sobre la tierra. Uno de esos artistas que hicieron oblación de su vida para dejarnos en herencia la luz.

*Este reportaje ha sido posible gracias a la generosidad y el amor de Penny, y es para ella. También para su hijo Aiur (significa Deseo), que mueve las caderas con el mismo talento que su abuelo Antonio, genio y figura. Pero está especialmente dedicado a la persona -'Es especial', sigue cantando Antonio- que lo ha habitado entre líneas, tras los focos, pero brillando con luz propia. Este reportaje es para Esther.