Hotel, triste hotel

H.J.
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Los establecimientos hosteleros de la ciudad soportan el peor enero que recuerdan, con la gran mayoría cerrados y resignados ante la falta de un horizonte cierto de reapertura

Dos empleados del hotel Los Blasones, en la calle Fernán González, tapan con sábanas el mobiliario de la recepción - Foto: ALBERTO RODRIGO

Antes de todo esto, durante la bendita y vieja normalidad, los hoteles eran un trajín continuo de espíritus viajeros, hombres y mujeres de negocios, huéspedes de paso, familias en ruta. Las recepciones bullían con constantes llamadas, se repartían planos, se dejaban recados. Los salones acogían presentaciones, eventos, por las mañanas olían a pan tostado y por las noches a carnes a la brasa y pescados en salsa. Ahora, la nada.

Los hoteles de Burgos afrontan el peor enero jamás imaginado con el 90% de los establecimientos cerrados y decenas de trabajadores sin faena. Solo queda una calefacción bajo mínimos y el personal justo para garantizar el mantenimiento y la seguridad. Una tristeza mayúscula.

Cantaba Joaquín Sabina en su Hotel, dulce hotel alabando estas viviendas pasajeras entre cuyas paredes se encierran millones de historias, en contraposición al "hogar, triste hogar" de la misma canción, pero hoy las tornas han cambiado. Los hogares son el refugio frente al virus, el toque de queda y las restricciones, mientras que los hoteles tienen mucho frío. Real y metafórico.

El claustro del NH, solitario y vacíoEl claustro del NH, solitario y vacío - Foto: ALBERTO RODRIGO

La epidemia del coronavirus y las medidas de contención aplicadas por las administraciones está provocando que la inmensa mayoría de los establecimientos de la capital (en la provincia ocurre tres cuartos de lo mismo) lleven varias semanas cerrados a cal y canto, mientras solo unos pocos permanecen abiertos para captar la mínima demanda que permanece, vinculada sobre todo a lo que denominan ‘cliente corporativo’.

El resto está sumido en un profundo compás de espera, y lo peor para ellos es la incertidumbre. En abril del año pasado sabían (o pensaban) que tenían un horizonte de reapertura. Ahora ya no quieren ni elucubrar porque son un animal escarmentado que se ha llevado muchos palos. Dan el primer trimestre por perdido, incluso la Semana Santa, y empiezan a poner la mirada en el lejano verano.

Ricardo Garilleti, presidente del grupo que engloba a los hoteles Rice, los Blasones y el Bulevar, explica que "ahora mismo no hay demanda y tener abierto un edificio con cientos de metros cuadrados es carísimo. Sin movilidad territorial, sin eventos, sin hostelería, es imposible que venga turismo y un hotel no se abre sin un mínimo de 10 o 15 personas".

Necesitan tres en recepción para cubrir 24 horas, personal de mantenimiento, de limpieza y para atender un comedor en el que al menos dar desayunos, ya que el interior de los bares y cafeterías están cerrados. Y además mantener una pequeña estructura para las tareas administrativas o comerciales. "Esta situación es ruina sobre ruina", lamenta Garilleti.

En Los Blasones, el hotel más céntrico del grupo, David y Francisco se encargan respectivamente del mantenimiento y de la organización de la alimentación y bebida para tratar de salvar las existencias que aún no han caducado. Son de los pocos que todavía pueden seguir trabajando, aunque sea con reducción de jornada, entre los más de medio centenar de empleados del Grupo Rice que están en ERTE y cuyos ingresos por tanto se llevan resintiendo meses.

En el otro extremo de la calle Fernán González, José Luis López, del Mesón del Cid, contempla con enorme tristeza la silueta de la Catedral. Es un privilegiado por tener esas vistas, pero le encantaría poder compartirlas con los clientes de su veterano hotel. "Veo el restaurante y se me cae el alma a los pies. Prefiero no pasar por ahí", relata López, emocionado tras la mascarilla y las gafas, dirigiendo la mirada hacia el establecimiento situado al otro lado de la plazoleta con la mejor panorámica de la seo.

"¿Cuántos negocios sobrevivirán a esto?". Él mismo es quien lanza al aire una pregunta retórica cargada de dudas y temores, porque en este gremio puede que haya una competencia feroz por atraer al turista, pero nadie habla mal de la competencia y todos saben que si Burgos triunfa como destino será bueno para todos, sin excepción.

Este verano tiene que ser bueno", apunta López, quien sustenta su optimismo en algo más que un deseo o una impresión personal. Asegura el hijo del histórico ‘Pepín’, tercera generación y por tanto experimentada en los vaivenes del mercado, que las reservas de cara al periodo estival empiezan a demostrar más movimiento y ganas de viajar, en cuanto las restricciones sanitarias lo permitan. Quienes conservan el empleo y los ingresos están ahorrando por obligación, imposibilitados de gastar en bares, restaurantes o escapadas, y van a coger con ganas el primer puente que puedan disfrutarlo de verdad.

Eso mismo quiere creer Alfonso Ruiz Ferreiro, director del NH Palacio de la Merced. Llevan cerrados desde noviembre pero su intención era abrir a lo largo del mes de febrero, si las autoridades y la realidad del sector no lo impiden. Con 27 empleados en el ERTE y él mismo al 50% de su jornada, tiene que llevar a cabo una vigilancia y un mantenimiento mínimos "porque si no un edificio así con tantísimos metros cuadrados se degrada con enorme rapidez. Piensa en la casa del pueblo, que en cuanto lleva unos meses vacía se cae".

Para evitarlo, la mañana en la que nos recibe se ha dado ya unos cuantos paseos por el interior de los 18.000 metros cuadrados que tiene su hotel inspeccionando parte de las 110 habitaciones, encendiendo y apagando luces, abriendo y cerrando grifos y hasta pulsando los botones de las cisternas para que no haya problemas con las cañerías. "Entre semana quizás podríamos ser rentables, pero los fines de semana en absoluto porque el turismo está desaparecido", relata con resignación.

Los que sobreviven. Entre los que siguen abiertos figura, por ejemplo, su ‘vecino’ situado justo en la otra orilla del Arlanzón. El AC se mantiene sobreviviendo, como otro puñado de hoteles en la ciudad entre los que están el Silken, el Landa, el Corona de Castilla o el Puerta de Burgos. El cliente de empresa es el que los está salvando, aunque no se sabe por cuánto tiempo aguantarán. Siempre hay quien necesita dormir en la ciudad y por tanto, aunque se apañe con un bocata al mediodía, querrá desayunar y cenar en un lugar medianamente acogedor.

El resto, por mucho que usted los encuentre disponibles en internet y figuren abiertos en los portales más exitosos, en realidad atienden el teléfono para reservas futuras o le derivarán a apartamentos turísticos propiedad de la misma empresa o de algún compañero de la competencia que a partir de ese momento le deberá un pequeño favor. Hoy por ti, mañana por mi.

Las escasas ayudas que las empresas pueden tramitar ante la Junta y el alivio de los ERTE no compensan los impuestos que conllevan sus enormes edificios (el recibo del IBI, la tasa de basuras y el agua) o los gastos fijos derivados de los contratos de gas, luz, telefonía o internet.

Como otros sectores, el de la hostelería pelea por acelerar el tiempo ante su invierno más crudo y la tormenta perfecta que conforman la temporada baja y una pandemia mundial. A partir de ahora solo pueden mejorar.