Las tres vidas del barrio del Pilar

A.G.
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Se han cumplido 55 años del cierre de la Sociedad Española de Seda Artificial, que creó a su alrededor un singular núcleo de población. Tras su ocaso cayeron sobre la zona años de olvido que se revirtieron transformándola en una zona residencial

Un grupo de trabajadores frente a la fábrica, alrededor de 1943. - Foto: Archivo Familia Cabello

Exactamente 640 trabajadores quedaban en la Sociedad Española de Seda Artificial (SESA) cuando en mayo de 1966 cerró definitivamente sus puertas tras un tiempo incierto en el que se fueron acumulando los problemas financieros y las deudas. Concluía, de esa manera, uno de los capítulos industriales más fructíferos de la primera mitad del siglo XX en Burgos ya que esta factoría, que se instaló en 1930 al oeste de la ciudad, llegó a tener a más de mil personas en plantilla y construyó a su alrededor un núcleo poblacional singular que durante mucho tiempo funcionó de manera autónoma -casi autárquica- con respecto a la ciudad de Burgos, de la que no fue barrio hasta 1975. A esos treinta años de gloria le siguieron otros tantos en los que fue arrinconado y echado en el olvido para, a finales de los 90 del siglo pasado, reverdecer hasta convertirse en lo que es hoy el Barrio del Pilar, una de las zonas residenciales más cómodas de la ciudad, junto a la Universidad de Burgos.

Como recogen Henar Pascual y Gonzalo Andrés en su investigación Las primeras fábricas de la ciudad. El impulso industrializador en Burgos durante los años treinta y cuarenta, la SESA tiene su origen en la factoría de seda artificial Fábrica de Alday y Compañía, conocida también como Fábrica de Seda Artificial de Burgos, que era propiedad de la familia de la alta burguesía santanderina Alday Redonnet y funcionaba desde 1918 en Valdenoceda. En 1930, como decimos, se constituyó con la participación de capital local aportado por la familia Moliner (a pesar de que la sede social siempre estuvo en Madrid) y los hermanos Alday Redonnet, y "comenzó a fabricar seda artificial multifibra a partir de materias ricas en celulosa (esparto, desperdicios, trapos de algodón...) con un sistema considerado puntero en el sector".

Su expansión en el mercado fue rápida y fructífera. Tras la Guerra Civil -momento en el que la zona fue militarizada y sus trabajadoras, movilizadas: en 1998 y con 93 años recordaba para este periódico una de las pioneras, Leonor García, que fue nombrada sargento- se construyó alrededor de la fábrica un poblado para dar vivienda a las familias trabajadoras, pues no era infrecuente que se desempeñaran juntos allí muchos matrimonios. Aquel nuevo espacio se estructuró en tres partes que aún hoy permanecen intactas, una división que tenía tras de sí un fuerte componente jerárquico. Así, los obreros ocupaban unos pequeños pisos en bloques de planta baja y tres alturas en lo que hoy se conoce como Plaza Virgen del Pilar (a la que se accede desde la calle Benito Pérez Galdós en la que está la iglesia, también construida por la SESA y dedicada a la misma virgen, con forjas y orfebrería de Maese Calvo); los mandos intermedios, unos coquetos chalets rodeados de vistosos setos (que siguen alineados hoy en la calle Jacinto Benavente), y los directivos, un alto edificio de ladrillo caravista, que se conocía popularmente entre los vecinos como 'las casas altas', cuyo aspecto sigue siendo idéntico al que tenía cuando se levantó en los años 40 y que continúa en la ahora denominada calle Rosalía de Castro.

No solo la dirección de la empresa -José Antonio Plaza de Ayllón fue el presidente del consejo de administración- facilitó vivienda a sus empleados sino que impulsó multitud de actividades lúdicas y deportivas (la SESA siempre fue una potencia en diferentes deportes) y abrió un economato y hasta una tienda de chucherías para los más pequeños. Se montó también un botiquín y una escuela donde las niñas y los niños aprendieron con las señoritas Isabel y María Luisa, a las que aún hoy muchos, ya sexagenarios, recuerdan con un gran cariño. No les hacía falta para nada, pues, salir del barrio.

Ese paternalismo hacía que las familias -muchas de origen rural, procedentes de los pueblos de alrededor como Villalbilla, San Mamés, Villacienzo o Tardajos- no tuvieran que ocuparse, por ejemplo, de los gastos de los bautizos o las primeras comuniones de sus hijos, que corrían por cuenta de la empresa, pero, también, que si estos infringían algunas de las normas como pisar el césped en el elegante parque que se conocía -aún hoy se hace- como La Pérgola, la multa, de unos pocos céntimos, se detraía de la nómina del padre o de la madre. Las trabajadoras, además, se surtían de telas en la propia fábrica para coserse ellas mismas batas y otras prendas de vestir.

Las fiestas -durante años, legendarias- fueron desde el principio el 19 de marzo, día de San José, y el 12 de octubre, el Pilar, para homenajear así a José Alday y a su mujer que llevaba el nombre de la patrona de Zaragoza. Había bailes y verbenas, meriendas y excursiones, se creó una fanfarria de nombre San Miguel, y la gente participaba también en los sampedros con vistosas carrozas. En verano, la chiquillería se bañaba en el canal que corría paralelo a la que hoy es la calle Benito Pérez Galdós (había otro que atravesaba el barrio) y las mujeres jugaban a las cartas en la calle... Las cosas iban viento en popa. Tanto, que el 5 de noviembre de 1960 este periódico le dedicó toda una página y un titular a cinco columnas a uno de los grandes hitos de la empresa: 'Merced al acuerdo con Avisco International Limited algunas producciones de SESA serán completamente originales y exclusivas en el mercado español'; luego, entrecomillados, se podían leer comentarios de Plaza de Ayllón como este: "Nuestro personal tendrá oportunidad de mejorar producción y rendimiento con los consiguientes beneficios". Seis años después terminaron todos en la calle.

Comienza entonces un periodo ominoso. Cada familia se buscó la vida como pudo, los niños fueron a otros colegios y el barrio se fue deteriorando hasta el punto de que en los años ochenta seguía sin asfaltar y el canal que lo atravesaba se llenó de pez emitiendo fuertes y molestos olores que pronto se mezclaron con los de la Cooperativa Avícola, que en 1976 ocupó el espacio de la antigua fábrica, que hasta ese momento había sido una presencia fantasmagórica y peligrosa por sus cascotes y cristales rotos pero adonde los niños y adolescentes del lugar gustaban de ir a vivir aventuras. El parque de la Pérgola, otrora cuidado con esmero, se cubrió de suciedad y hojarasca, y su fuente de piedra, que siempre había estado inmaculada y cuyo chorro de agua alegraba el ambiente, se secó. Lo que ni en esos momentos se perdonó fueron las fiestas, que siguieron siendo tremendas con grandes orquestas hasta llegadas de Madrid.

Entre mediados y finales de los años 90 el barrio comenzó a crecer. Primero se construyeron viviendas unifamiliares donde había estado la escuela. Más adelante, en el descampado que históricamente había sido sede de las cuerdas para tender la ropa, bien organizadas y cada una con su dueña, y finalmente, cuando la Avícola se marchó, se levantó en su lugar un área residencial . Las calles, ahora con nombres de escritores, se ha llenado, así, de familias jóvenes y de criaturas que vuelven a disfrutar de la Pérgola, que cuenta con un parque infantil. Y el campus de la Universidad de Burgos, que se ha acercado mucho hasta allí con la Escuela Politécnica ubicada en La Milanera, que fue parte importante también de la SESA, pone el bullicio de los estudiantes, que probablemente ignoran que sobre ese espacio reinó durante años una de las factorías más importantes de todo el país.