"Antoñete siempre soñó con torear hasta el final"

R. PÉREZ BARREDO
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El periodista taurino Manuel Molés evoca la tarde de hace veinte años en que Antonio Chenel sufrió una insuficiencia cardiorrespiratoria cuando toreaba en El Plantío que le llevó a retirarse de los ruedos

Chenel fue auxiliado por su cuadrilla tras desvanecerse. - Foto: Valdivielso

Tarde soleada, aunque algo ventosa. Y expectación: toreaba Antonio Chenel, Antoñete, leyenda viva del toreo más clásico. El año anterior, el madrileño había regalado a los aficionados burgaleses una faena primorosa a base del toreo eterno, sin trampa ni cartón, sin adornos ni alharacas, cuando con la muleta adelantó el engaño en las cuatro series al natural que dibujó sobre el albero. Fueron naturales largos, cadenciosos, templados, con ritmo y bien rematados. Una epifanía. La faena fue breve, intensa, hermosa. Inolvidable. Y aquello estaba en la memoria de los burgaleses taurinos fijos de El Plantío. Así que aquel 1 de julio de 2001 (se van a cumplir veinte años) la plaza de toros registró una entrada espléndida, y eso que la corrida la retransmitía Canal +, con el gran periodista taurino Manuel Molés, a la sazón íntimo de Chenel, al frente de la emisión.

Era de Antoñete el primero de la tarde. Colino de nombre, 464 kilos. Antoñete, de musgo y oro. Con el capote, discreto: ni una media verónica para honrar a Belmonte. Con la muleta fue otra cosa. Dio varios pases con la derecha, llegando a rozar el peligro en uno de ellos. Al natural trenzó varios del mejor trazo y airosos que no pudo rematar de pecho porque la bestia dobló. Quieto y seguro, de nuevo con la zurda, hizo otros dos muy bellos antes de unas trincheras y de pedir el acero. En la suerte suprema pinchó y se vio desarmado; y, al cabo, demudado el rostro, buscó el refugio del burladero frente a la enfermería, donde se derrumbó, siendo cogido en volandas por su cuadrilla.

"Chenel siempre soñó con torear hasta el final", evoca Manuel Molés hoy, veinte años después de aquella tarde y diez del fallecimiento del matador. El gran gurú de la prensa taurina, el periodista que mantuvo una larga e intensa relación de amistad -e incluso profesional- con Antoñete, explica que el torero "apuró toda la fuerza de su vida hasta el último momento. Él era feliz toreando y pensando siempre en que volvería a torear. De hecho, sus últimas corridas fueron un gusto de él, de querer volver como si estuviera empezando. No lo hizo por dinero. Lo hizo porque le daba vida y se sentía útil. Y aquello marcaba su forma de ser. Su vida fue el toro, con sus alegrías y sus penas. Como no tuvo mucha suerte ni con los negocios ni con los amores, su vida era eso: un toro, una plaza, el público y tirar para adelante".

Evoca el periodista el instante con tintes de tragedia que se dio sobre la arena del coso burgalés. "Lo viví con mucho miedo. Aunque él era una persona que, siendo débil físicamente, era muy fuerte anímicamente. Yo sabía que lo que le pasó le podía pasar en cualquier momento, que existía ese riesgo, pero él decidió apurar su tiempo de torear por encima de lo que podía ser lo razonable. Tuvo una fuerza interior tremenda para hacerlo". Recuerda Molés que fue después de que Chenel llevara colaborando con él desde hacía años en Canal + (afirma que no ha habido nadie como Antoñete para calar cada toro que salía a una plaza, que lo veía como nadie) cuando el maestro madrileño se vino arriba y decidió volver a vestirse de luces para un puñado de corridas en aquel 2001. "Y no le podías decir que no, porque lo disfrutó como nunca. Él disfrutaba vistiéndose de luces, pasando ese miedo. Así era él".

Cuenta el periodista taurino una anécdota que habla a las claras de aquel carácter indómito de Antoñete y de su pasión por límites por el toreo. Varios años después de retirarse tras el episodio de Burgos, ambos viajaron a Colombia para asistir a un festival de la mano de César Ricón, quien le rogó a Antoñete que se vistiera por última vez de torero. La preocupación de todos era lógica. "Ricón llevó varios médicos equipados con bombonas de oxígeno. Recuerdo a Chenel poner cara de mala leche con tanto médico y tanto oxígeno. Su toro no paró de moverse. Él se puso en su sitio. Pases y más pases. Cortó dos orejas. Se acercó al burladero donde estábamos nosotros y los médicos rápidamente le ofrecieron el oxígeno. Y él dijo: ponédselo al toro, que es el que ha corrido. Y a mí me pidió un cigarro. Así era Chenel. Fue un torero puro", concluye Molés.

Genio y figura hasta el final.