Pasadizo al más allá

RODRIGO PÉREZ BARREDO
-

En su maravillosa novela 'Inquietud en el Paraíso', Óscar Esquivias ubica en la Catedral una delirante expedición; fabula con que el sepulcro del arcediano Villegas, traductor de Dante, encierra la clave por la que acceder al Purgatorio

Esquivias, junto al sepulcro de Villegas. - Foto: Valdivielso

Al infierno se va por atajos, cantaba Joaquín Sabina unos años antes de que otro prestidigitador de la palabra nos mostrara una de esas veredas para acceder al Más Allá, con transbordo en el Purgatorio. También mucho antes de que Óscar Esquivias escribiera Inquietud en el Paraíso, maravillosa primera novela de su trilogía ‘dantesca’, él ya había habitado lugares, reales y imaginados, que le sugerían el viaje por antonomasia, la madre de todas las aventuras: cruzar al otro mundo. Puede que sea cierto que haya escritores que urden novelas mucho antes de hacerlas realidad; que esos libros que aún no han escrito van tomando forma y construyéndose de manera inconsciente mientras su autor, ajeno a tal gestación, vive y sueña. Cuando era adolescente, Óscar Esquivias asistía a la Academia de Dibujo del Paseo del Espolón. No recuerda con especial cariño aquella experiencia; sí, sin embargo, lo que acostumbraba hacer tras concluir aquellas tediosas clases: adentrarse en la Catedral, «ese monstruo mitológico de piedra» que en aquellos años, a últimas horas de la tarde, era de lo más misteriosa y oscura. Evoca el novelista burgalés que en aquel tiempo se hallaban cerradas todas las capillas, pero podía gozar de la contemplación de los lugares que no se hallaban tras reja alguna. 

Ninguno ejercía más magnetismo sobre el aprendiz de dibujante que el sepulcro del arcediano Villegas. «Me atraía mucho plásticamente, me parecía evocador. Me daban ganas de dibujarlo, es como una llamarada de piedra». Lo que más llamaba su atención eran las formas del sepulcro gótico, así como el libro que la estatua yacente sostiene en las manos, entreabierto hacia la mitad. Puede que por aquellos años ya hubiese hojeado una Divina Comedia con grabados de Doré, fantásticas y sugerentes imágenes que le entraron por los ojos como un hechizo. Y que en algún momento relacionara a aquel Villegas cuyo sepulcro tanto admiraba con la persona que había realizado la primera traducción al español de la inmortal obra de Dante.

Años más tarde estudió italiano (cuya literatura está muy presente en su obra, ejerciendo una gran influencia en ella) y por fin leyó la Divina Comedia, que constituyó para él todo un deslumbramiento. «Como todos los clásicos, es una obra que admite muchas lecturas: se trata de un poema teológico, que es lo que Dante quiso en primer término: hacer una plasmación literaria de las ideas teológicas de su momento; pero también es una historia de amor potentísima: por el amor de Beatriz, Dante consigue lo que nos está vedado a todos, conocer los territorios del Más Allá en vida; y también es una novela, una historia de aventuras porque consigue hacer el viaje más apasionante de todos.Todo eso me resultaba muy atractivo. Cuando empecé a escribir la novela lo tenía claro: iba a ser un viaje al Más Allá, enmascarado en una primera parte que parece muy realista, donde ese viaje se presenta como una locura», explica el escritor.

Así, fabuló con que el sepulcro del arcediano Villegas, aquel intelectual burgalés que fue el primero en traducir y glosar el Infierno de Dante, es la clave, la llave que da acceso al otro mundo. Allí ubicó la locura del canónigo don Cosme Herrera y su delirante expedición al Más Allá acompañado por el comandante Paisán y otro grupo de alucinados burgaleses. Es el libro que sostiene la escultura de Villegas el que cobra súbitamente vida y, en alado movimiento, señala el pasadizo: a través de sendos arcos flamígeros súbitamente aparecidos en torno a la Escalera Dorada; sendas galerías por las que se adentran los expedicionarios siguiendo a la carroza de plata del Corpus luego de que se encabritaran las mulillas con el fantástico caos generado en ese momento de tensión.

Durante los meses que siguieron a la publicación del libro, que fue todo un éxito editorial, era frecuente ver grupos de visitantes arracimados en torno al sepulcro del arcediano Villegas, alborozados de poder contemplar el escenario que describe la fenomenal aventura imaginada por Esquivias, quien considera que la novela enriqueció la mirada de la Catedral. Junto a la estatua yacente del traductor de Dante, el escritor burgalés se siente como en casa. Habla con verdadera pasión del magnífico sepulcro gótico «que Villegas encargó en vida» a la vez que describe con detalle y conocimiento su arquitectura. «Fue un verdadero intelectual, y un pionero este Villegas», concede el autor de Inquietud en el Paraíso mientras, siempre juguetón, elucubra sobre el libro que su eternizada figura sostiene y marca con varios dedos de una mano.

«Es posible que fuera un devocionario o un libro de oración. También podría ser alguno de los que él mismo escribió o tradujo». Puestos a fantasear, no sería descabellado que se tratara de la Divina Comedia? Íbase el día, envuelto en aire brumo,/ aliviando a los seres de la tierra/ de su fatiga diaria, y yo, solo, uno,/ me apercibía a sostener la guerra,/ en un camino de pesar sin cuento/ que trazará la mente, que no yerra, escribe Dante en el Canto Segundo, en el proemio del Infierno. Se despide Esquivias de Villegas como quien lo hace de un ser querido, y en el silencio de la girola queda temblando un sonido extraño, como de batir de alas, como el del crepitar de un fuego. Y a uno le tienta volverse, pero prefiere seguir adelante imaginando que, a sus espaldas, el libro se ha zafado de las manos del arcediano y ha echado a volar en zigzag, como un murciélago, hacia la Escalera Dorada, a cuyos lados arden dos arcos de fuego. Para qué volverse: sabe que, bajo esos pórticos flameantes, varias personas están accediendo a lo desconocido.