Reyzábal, una saga maldita

R.P.B.
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La muerte en accidente a los 14 años de Ana Reyzábal se suma al rosario de tragedias que han marcado la existencia de los descendientes del empresario burgalés Julián Reyzábal

Casa de Valdeande en la que vivió Julián Reyzábal. - Foto: DB

Quizás sea cierto y haya familias a las que persigue una maldición por más que más se sucedan las generaciones y cambien los tiempos. Una de ellas es la de los Reyzábal, propietaria de un imperio levantado de la nada por Julián Reyzábal Delgado, campesino burgalés nacido en Caleruega y criado en Valdeande que hizo fortuna emigrando primero a Bilbao y posteriormente a Madrid, donde cimentó unos dominios cuyo símbolo por antonomasia fue un edificio: el Windsor. La desgracia y la tragedia se han cebado con esta saga, que hace unos días ha vuelto a padecer un golpe brutal: la muerte en accidente acuático en Asturias, durante un campamento de verano, de Ana Reyzábal, de 14 años, bisnieta del patriarca. Una de las cien grandes fortunas de este país parece maldita.

Julián Reyzábal Delgado nació el Caleruega en 1903, aunque sus padres se instalaron pronto en Valdeande. Julián era el segundo de los seis hijos que tuvo el matrimonio compuesto por Florentino y Úrsula. Y, sin ninguna duda, el más audaz de todos. Así, pronto sintió que no quería ver su vida consumida en una Castilla que no le garantizaba un futuro siquiera tranquilo, y emigró a Bilbao, donde trabajó como botones para pagarse estudios de contabilidad. Nunca olvidó su pueblo: en este periódico publicó varios artículos en la década de los años 20 en los que mostraba su preocupación por una Castilla pobre frente al progreso y a las oportunidades que representaban regiones como la vasca. Allí también se buscó la vida como reventas de entradas de cine y salas de espectáculos, un mundo pujante que acabaría marcándole y siendo el origen de su éxito empresarial.

Tras casarse con la bilbaína Milagros Larrouy se instaló en Madrid. Él se empleó en la distribuidora de cine SAGE y ella como taquillera. Su olfato y su carácter emprendedor hicieron que pronto el matrimonio montara su propia sala de cine tras adquirir un solar en lo que entonces aún era extrarradio de la capital. Aquel fue el principio. En sólo dos décadas, siguieron adquiriendo terrenos y abriendo más salas de cine. En lugares que poco más tarde serían casi el centro neurálgico de la capital. En la década de los 50 compró los terrenos que había ocupado un antiguo internado. Allí, en ese solar, se levantaría a mediados de los años 70 la joya de la corona de su gran imperio: la torre Windsor.

Antes de que se erigiera el gran símbolo de esta saga de origen burgalés, el avezado patriarca fundó la productora y distribuidora Ízaro Films (el nombre se debe a un islote que hay frente a la costa vizcaína de Bermeo y Mundaka, y que fue el reconocible icono de esta casa). Desde sus oficinas de la calle Desengaño hizo mucho dinero en pleno cine del destape, convirtiendo a Andrés Pajares y a Fernando Esteso en estrellas con películas como Los bingueros o No desearás al vecino del quinto, entre otros títulos clásicos de aquel cine de los 70 y 80. También, claro, trajo producciones extranjeras, como Marco Antonio y Cleopatra, Por un puñado de dólares o Rambo, todas ellas verdaderos éxitos de taquilla. En aquellos años, la familia Reyzábal ya era dueña de los más importantes cines de la capital: el Cine Callao y el Palacio de la Prensa, ambos ubicados en la Gran Vía, los cines Luchana, Canciller, Consulado, Versalles, Carlos III, Bilbao, Roxy B, Velázquez o Goya, entre otros.

Al frente de sus diversos negocios -el cine, las salas de fiestas, los asuntos inmobiliarios, una marca de cosméticos que tuvo a Marujita Díaz como reclamo publicitario-, fue poniendo Julián Reyzábal a sus siete hijos: José María, Julián, Eduardo, Florentino, Milagros, Fortunato y Jesús. El empresario burgalés falleció en 1978. Al año siguiente, y gracias a los enormes beneficios que les procuró la productora, inauguraron la torre Windsor (más de cien metros de hormigón, acero, aluminio y cristal), a la que seguirían otros rascacielos en el complejo Azca, junto al paseo de la Castellana. Sin embargo, la muerte se cebó con la descendencia del empresario burgalés. Cinco de sus hijos murieron a una edad muy temprana, tres de ellos poco después de cumplir los cuarenta años. Hoy sólo viven Milagros y Florentino.

Estos sí pudieron ser testigos, en febrero de 2005, del incendio que arrasó con el gran símbolo de la riqueza familiar, si bien poco después los Reyzábal vendieron el solar por 500 millones de euros. Sin embargo, ese dineral provocó un enfrentamiento entre los herederos que aún se dirime en los juzgados. Otra maldición. De la estrecha relación con las muertes prematuras se hizo eco hace unos días una de las nietas del empresario burgalés, Bárbara Reyzábal, cantante conocida por el nombre de Barei (representó a España en Eurovisión en 2016): "En nuestra familia hemos aprendido a vivir con la muerte cerca desde muy pequeñitos. Al final son parte de lo mismo, la vida y la muerte. Desde que mi padre murió cuando tenía un año y pico hasta ahora han sido tantísimas pérdidas de tantísima gente querida y de tantísimos familiares, que pensábamos que el cupo ya estaba cubierto porque no podía haber algo más dramático, pero resulta que sí", manifestó tras el trágico fallecimiento en tierras asturianas de su sobrina Ana Reyzábal.

En tierras burgalesas. El apellido Reyzábal es bien conocido en Caleruega y Valdeande. Aunque ningún miembro de la millonaria saga ha vuelto por allí desde hace años, aún quedan familiares lejanos y la huella del paso del patriarca por allí. No en vano, aún sigue en pie la casa en la que vivió durante muchos años Julián Reyzábal Delgado. Todavía hay quienes en Valdeande recuerdan que fue el empresario (a quien durante muchos años le gustó regresar a su comarca de origen para disfrutar de una de sus grandes aficiones, la caza) quien financió el nuevo cementerio de la localidad y quien dio espléndidas cantidades de dinero para invertir en las escuelas y el arreglo de la iglesia. De la gratitud de la villa con la familia Reyzábal este detalle: junto a la casa en la que vivieron sus miembros lució durante años la placa con el nombre calle de los Hermanos Reyzábal. Hoy es la calle San Pedro, pero el apellido Reyzábal sigue sonando con la misma fuerza de siempre, por más que atraiga la desgracia.