La adoración de los Magos

JOSÉ ANTONIO GÁRATE ALCALDE
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El claustro alto de la Catedral alberga una interesante epifanía que nos sirve de punto partida para analizar la evolución iconográfica de este episodio de la vida de Jesús

Sarcófago paleocristiano de Poza de la Sal. Siglos IV-V. Museo de Burgos.

«¿Dónde está el que ha nacido, el rey de los judíos? Porque hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo». (Mateo 2, 2)

Desde los primeros siglos de su existencia, la Iglesia ha celebrado el 6 de enero la fiesta de la Epifanía. En ella, en origen, se conmemoraban varios acontecimientos de la vida de Jesús en los que se manifestaba su divinidad al mundo. De hecho, la palabra ‘epifanía’ procede del griego epipháneia, que significa «manifestación». Tres son las epifanías que la Iglesia celebra: la adoración de los Magos, el bautismo de Cristo y las bodas de Caná. En la Iglesia oriental es el bautismo de Cristo la epifanía que ha prevalecido; sin embargo, en la Iglesia romana, ese protagonismo le corresponde, desde muy antiguo, a la adoración de los Magos. Por supuesto, esa relevancia en lo litúrgico tiene su correspondiente reflejo en lo artístico, siendo la adoración de los Magos uno de los episodios de la vida de Jesús más representados en el arte cristiano occidental de todos los tiempos.

El episodio de la adoración de los Magos solo se menciona, y de forma muy escueta, en uno de los evangelios canónicos, el de Mateo. Concretamente, es en los versículos 10-11 del capítulo segundo donde se encuentra el origen de su iconografía: «Al ver la estrella experimentaron una grandísima alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Partiendo de esa base, los evangelios apócrifos y la tradición patrística irán añadiendo importantes detalles al episodio, hasta llegar a la Edad Media, en la que diversos autores terminarán de dar forma a la iconografía típica del acontecimiento.

Adoración de los Magos, finales del siglo XII. Basílica de San Vicente, Ávila. Adoración de los Magos, finales del siglo XII. Basílica de San Vicente, Ávila. - Foto: Juan

Una adoración gótica. En la esquina donde confluyen las pandas sur y oeste del claustro alto podemos contemplar un bellísimo grupo escultórico que representa la adoración de los Magos. No se trata solamente de una de las numerosas epifanías (aproximadamente una docena) que alberga la catedral; me quiero detener en ella, además de por la extraordinaria calidad artística que atesora, porque considero que contiene, a la vez, una serie de detalles que la hacen especialmente interesante para el análisis de la evolución iconográfica de este tipo de representaciones.

En primer lugar, en cuanto al número de los Magos, hay que señalar que el Evangelio de Mateo no lo precisa. De hecho, en las primeras representaciones del tema la cifra oscila fundamentalmente entre dos y cuatro. Por ejemplo, en un célebre fresco de las catacumbas de Domitila, en Roma, aparecen cuatro Magos. Incluso los primeros Santos Padres llegaron a hablar de doce, un número muy utilizado en las Sagradas Escrituras como símbolo de la elección divina. Pero pronto su número quedó establecido en tres. Fue Orígenes el que lo defendió en el siglo III en una de sus homilías basándose en que fueron tres los presentes ofrecidos al Niño. Además, y como se puede apreciar en el grupo del claustro, esa cifra permitía vincular a los Magos con las tres edades de la vida: juventud, madurez y vejez.

Este último punto nos introduce de lleno en el problema de su caracterización. Efectivamente, en nuestra epifanía se ve a unos Magos representados en las tres edades de la vida. Pero, ¿quién es quién? Y, como una vez oí preguntar a un niño que visitaba la catedral con su colegio, ¿dónde está el rey negro? En la obra del Pseudo-Beda Excerptiones patrum, collectanea et flores aparece una caracterización que tendrá mucha influencia en las representaciones del arte medieval: «Primus fuisse dicitur Melchior, senex et canus, barba prolixa et capillis... Secundus, nomine Caspar, juvenis imberbis, rubicundus... Tertius, fuscus, integre barbatus, Balthasar nomine...». Siguiendo esta descripción, en la adoración del claustro el primer Mago empezando por la derecha sería Melchor (anciano de cabello y barba largos), el segundo Gaspar (joven imberbe de tez rubicunda) y el tercero Baltasar (de piel oscura y con toda la barba). Respecto a este último, el Pseudo-Beda ya menciona el color oscuro (fuscus) de su piel. Sin embargo, la representación de Baltasar como un Mago de raza negra, aunque irá apareciendo a lo largo de la Edad Media, no se generalizará en el arte hasta bien entrado el siglo XVI.

Adoración de los Magos, último tercio del siglo XIII. Claustro alto de la catedral de Burgos. Adoración de los Magos, último tercio del siglo XIII. Claustro alto de la catedral de Burgos.

Tal y como nos indican sus coronas, en el grupo escultórico del claustro los Magos ya poseen la condición de reyes. A pesar de que el Evangelio de Mateo habla únicamente de «magos» (probablemente sabios astrólogos), pronto los Santos Padres afirmarán su condición real. Así lo hará Tertuliano (siglos II-III) basándose en varias citas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en Salmos 71, 10 se dice: «Los monarcas de Tarsis y las islas le ofrecerán regalos; los reyes de Arabia y de Saba le traerán presentes». Y en Isaías 60, 3: «Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora». No obstante, no podemos hablar propiamente de una tradición arraigada de Reyes Magos hasta los siglos V-VI, y en el arte hasta el período románico.

Las primeras representaciones de la epifanía fundamentaban su composición en el acto de la ofrenda. Así, en el arte paleocristiano el centro de la escena lo suele ocupar la procesión de los Magos encaminándose con sus ofrendas hacia la Virgen y el Niño, que se encuentran en un extremo. Esta disposición recuerda a la de los embajadores extranjeros desfilando ante el emperador de los monumentos triunfales del arte imperial romano. La riqueza patrimonial de nuestro territorio nos brinda la oportunidad de poder ver una composición de este tipo sin salir de nuestra ciudad. La encontramos al final de la Sección de Arqueología del Museo de Burgos, en un interesante sarcófago paleocristiano procedente de Poza de la Sal. En una de sus caras principales se representa una controvertida escena en la que tres personajes se dirigen en procesión con los brazos extendidos hacia una figura sedente. Digo que es controvertida porque los expertos no se ponen de acuerdo sobre su interpretación: unos dicen que es precisamente una adoración de los Magos y otros que se trata de los tres jóvenes hebreos desfilando ante Nabucodonosor de la historia del Horno Ardiente del Libro de Daniel.

En el arte medieval, en cambio, el foco de atención de la composición se concentra en la genuflexión del primer Mago, gesto que representa la adoración propiamente dicha. Por su parte, la Virgen, que en la imagen del claustro permanece de pie, muestra al Niño, que bendice a los ilustres visitantes. Por cierto, un Niño al que aquí notaréis un tanto crecidito, ya que la tradición apócrifa decía que el acontecimiento tuvo lugar a los dos años de su nacimiento.

En cuanto a los presentes ofrecidos al Niño, pronto surge en las fuentes un consenso acerca de su simbología. Así, el oro, metal utilizado por la realeza, aludiría a su condición de rey; el incienso, sustancia presente desde antiguo en la adoración de deidades, simbolizaría su condición divina; y la mirra, resina aromática que se empleaba para embalsamar a los muertos, manifestaría que tenía que morir, es decir, su condición humana, actuando, por lo tanto, como una prefiguración de su pasión y muerte.

En nuestro grupo escultórico, los presentes son ofrecidos al Niño dentro de unos sencillos recipientes cerrados que no permiten conocer la naturaleza de su contenido. No obstante, como bien sabemos, lo más habitual es que Melchor porte el oro, Gaspar el incienso y Baltasar la mirra. Lo que sí se puede apreciar en nuestra epifanía es que Melchor presenta al Niño tres grandes monedas de oro juntas. Esta peculiaridad iconográfica tiene su fundamento en el Evangelio del Pseudo-Mateo, que dice que, aparte de los tradicionales presentes comentados, los Magos entregaron al Niño una moneda de oro cada uno. Este detalle también se adivina, por ejemplo, en la maravillosa adoración de los Magos del cenotafio de los santos Vicente, Sabina y Cristeta de la basílica de San Vicente de Ávila. Con una significativa diferencia: en el cenotafio de Ávila Melchor ofrece las monedas con la mano velada en señal de respeto, algo más propio del románico que del gótico.

Las semejanzas compositivas existentes entre estas dos adoraciones hacen resaltar sus diferencias estilísticas. De esta manera, a la rigidez y solemnidad de las actitudes de espera de Gaspar y Baltasar del grupo de Ávila, se contrapone la deliciosa escena del grupo de Burgos en la que uno de los Magos le señala al otro la estrella, estableciéndose entre ellos una comunicación. Un gesto que algunos historiadores han relacionado con la influencia de las representaciones teatrales en la escultura monumental de este período. Muy teatral es sin duda la actitud de san José en ambas adoraciones; un personaje, por cierto, que se generaliza en este tipo de representaciones a lo largo del gótico, y que suele aparecer en ellas así, como un anciano que dormita sobre su bastón prácticamente ajeno a lo que está pasando.

En conclusión, la adoración de los Magos del claustro alto es uno de los grupos escultóricos más sobresalientes de la catedral, una extraordinaria obra de uno de los talleres más importantes del gótico de la segunda mitad del siglo XIII, pero también constituye un precioso testimonio a través del cual podemos analizar cómo las imágenes (y las creencias) han ido variando y conformándose a través de los siglos hasta llegar a lo que ahora asumimos naturalmente. Y todo ello a partir de unas pocas líneas...