"Mis atracones de comida son realmente de sentimientos"

Angélica González
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Sonia, en tratamiento contra un trastorno de la conducta alimentaria, hace un relato valiente, sobrio e inteligente de su enfermedad, anima a otras personas afectadas a pedir ayuda especializada y pide que la sociedad no les dé la espalda

Sonia Cuadrado, entre su psicóloga, Marimar Herrero, y su novio, Jesús, a quienes considera dos de sus apoyos más importantes en el proceso de superación de un trastorno de la conducta alimentaria. - Foto: Patricia

Sonia Cuadrado tiene lo que  llama ‘un bol de comida segura’. A la hora del almuerzo coloca en un pequeño cuenco canónigos, tomate, zanahoria y atún -todo en muy pequeñas cantidades- y esta ensalada constituye la única ingesta que hace a lo largo de toda la jornada, salvo un café o un poco de avena. Algunos días, muchos, lo vomita. Sonia Cuadrado, 34 años, arquitecta de formación, actriz que ha hecho ya varios pinitos delante de la cámara y mujer con un talento maravilloso para el dibujo y la pintura, sufre un trastorno de la conducta alimentaria producto de la mala relación que tiene con ella misma que hace que se odie, que no reconozca nada de su valor y que esté en permanente guerra contra su cuerpo. Así de crudamente lo cuenta porque dentro del túnel terrible en el que se encuentra, hay una pequeña luz, y es que reconoce su problema, lo define y lo describe a la perfección, y se ha puesto en manos expertas para conseguir solucionarlo.

Siempre fue una niña obsesionada «con el tema corporal y las calorías» pero la enfermedad apareció cuando tuvo que cambiar de ciudad para hacer la carrera de Arquitectura en Madrid, la enorme  urbe que se le antojó un lugar muy hostil. Allí convivió con una familia que comía más de a lo que ella estaba acostumbrada y comenzó a ganar algunos kilos y con ellos, un trastorno: atracones brutales a escondidas en los que en menos de diez minutos era capaz de comerse dos barras de pan, varios bollos y un paquete entero de cereales «sin saborearlo, de una manera brutal y rápida» para después vomitarlo todo: «Te sientes tan mal, tan hinchada y te duele tanto todo que tienes que expulsarlo. Pero realmente lo que estás comiendo es lo mal que te sientes y lo que estás vomitando es lo mal que te sientes. Mis atracones de comida son realmente atracones de sentimientos». Esa forma impulsiva de comer hacía que su ansiedad bajara mucho; tanto, que al final, ya mucho más tranquila, era consciente de la barbaridad que había hecho. Pero esa consciencia solo le duraba hasta la siguiente vez: un círculo infernal.

Dos años duraron los atracones. En el momento en que empezó a vomitar sangre, pidió ayuda a su familia y contó todo lo que le estaba pasando. Enseguida llegó el diagnóstico: trastorno de la conducta alimentaria (TCA). A la bulimia (su origen etimológico es la expresión en griego ‘hambre de buey’), que se caracteriza por atracones y compensaciones -vómito, diuréticos o ejercicio excesivo o todo a la vez-, le siguió la anorexia. En esos días tomaba un yogur por la mañana, lechuga a mediodía y un yogur por la noche y a pesar de ello dice que se sentía «fuerte como un toro». Nunca estuvo ingresada: «Esto es como doble juego. Pensaba que si bajaba de tantos kilos me iban a ingresar y a obligar a comer cosas que yo no quería. Por eso, me compensaba de otra manera, con daño físico, para aliviar el estrés, para que el dolor que me infligía fuera más fuerte que el que me rompía por dentro».

Es impresionante escucharla y comprobar el aplomo con el que habla de su problema de salud y la tranquilidad con la que disecciona sus emociones ante una extraña y frente a una grabadora. Lo hace acompañada por su terapeuta, Marimar Herrero, psicóloga de la Asociación de Familiares de Anorexia y Bulimia de Burgos (Adefab), y Jesús, su pareja, dos de los pilares en los que se está sosteniendo en estos momentos amargos. Para los dos, para su nutricionista, Leticia, y para el resto de su familia -padres, hermano, abuelos, tíos y primos- solo tiene palabras de afecto: «Son mis delfines protectores, los que están a mi lado, los que nunca, nunca me han abandonado. Porque esto es duro para mí pero a ellos ver que me estoy destruyendo les destroza el alma».

No utiliza Sonia el símil del delfín por casualidad.  Es el que le ha escuchado muchas veces a Marimar en la consulta cuando la terapeuta habla del papel que tienen que desempeñar las personas de alrededor de una paciente con TCA: acompañar en silencio y ofrecer  ayuda cuando se solicite. Hace ya medio año, aproximadamente, que va todas las semanas a su despacho desde que en octubre del 2018 volvió su enfermedad después de muchos años de estar «dormida» y en los que, cuenta, tuvo una alimentación normal «con mis hamburguesas y mis tartas». Fueron muchas las razones que provocaron la reaparición de los atracones. Ésta es una enfermedad multicausal: una mala racha en lo personal y en lo profesional, una dieta inadecuada de esas que se publicitan con nombre propio y un perfil, el de Sonia, en el que se reconocerán muchas personas: muy perfeccionista, con alta sensibilidad, miedo al abandono y baja tolerancia a la frustración, impulsiva, metódica, con una nula autoestima y enormemente empática, tanto, que muchas veces ha puesto por delante de sus intereses los de otras personas: «Tengo, además de todo esto, una gran dificultad para expresar e identificar mis propias emociones. Es muy importante decir que los TCA son problemas multicausales: Al odiarme y odiar mi vida necesito controlar algo y lo único en lo que puedo tener un control es en lo que como y en mi peso y de esa manera creo que controlo mi vida».

(Artículo completo en la edición de hoy)