Los únicos niños de Quintanalara recuperan su libertad

I.P.
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Los hermanos David, Fernán y Lara, de 6, 3 y 1 años, respectivamente, son los únicos pequeños que residen en Quintanalara. Desde el domingo disfrutan más de la calle y de los beneficios de vivir en un pueblo, como visitar a las gallinas de la abuela

Después de dar un paseo por el pueblo, toca ir al corral para ver a las gallinas. - Foto: Patricia

Es lunes. Si fuera un inicio de semana normal, David, el hijo mayor de Rubén Heras, que fuera durante varias legislaturas alcalde de Quintanalara, y de Ana García, su mujer, se habría levantado a las 8 de la mañana y una hora después estaría cogiendo el autobús que le deja en el colegio de Infantil y Primaria de Fuentes Blancas. Pero como no es un lunes normal -no hay días normales desde el 14 de marzo-, David no madruga tanto y no tiene pupitre donde sentarse, ni amiguitos de clase con los que jugar, ni a la profe al lado mandándole hacer una suma. Está en tercero de Infantil y aunque sí les envían trabajos por el correo electrónico para hacer en casa, no son tan estrictos como los de alumnos de cursos superiores; aún así, tiene que trabajar cada día las tareas, naturalmente. 

Él dice que preferiría estar en el cole, pero como no son días normales, ahora más que nunca su cole, su mundo es el pueblo, que no es poco y ya quisieran muchos, porque no es lo mismo vivir el confinamiento en el medio rural que hacerlo en un piso de 70 metros cuadrados de la capital, ni aunque fuera de 100 y tuviera terraza.

De ser el de ayer un lunes normal, Ana su madre, abogada de profesión, también habría cogido carretera y manta y estaría trabajando en el Juzgado. De hecho, tuvo que hacer ese recorrido pero para acercarse al HUBU con Fernán, que el próximo 13 de mayo cumple 3 años, para quitarle los puntos de un dedo que hace unos días se pilló con la puerta de la casa de la abuela. 

Pero antes de viajar hasta la capital, Ana ha salido a la calle con David, Fernán y la pequeña Lara; yo les sigo, tomando buena nota de cómo disfrutan los niños, y Patricia, haciéndoles fotos; ambas guardamos las distancia, como manda el protocolo. Empiezan a caen unas ligeras gotas, pero es agradable sentirlas sobre la piel en ese paseo por las calles del pueblo, una vez que desde el domingo, los niños acompañados de un mayor pueden salir de casa una hora al día. Con esas pocas gotas, el campo huele distinto y las lilas que ya muestran la intensidad de su morado, desprenden su característico aroma.

David va más a su bola, que para eso es el mayor, coge cualquier laberinto de las calles para perderse y aparecer de nuevo donde estamos, en ese agradable paseo por las calles desiertas de Quintanalara. Fernán y ha Lara han cogido sus patinetes, que la peque maneja con soltura pese a su corta edad. Detrás vamos dejando a Rubén, a la puerta de casa, estos días no sale a trabajar al monte, está de vacaciones, aprovechado que es periodo de hacer algunos trabajos en los campos de trufas que cultiva.

Vamos paseando por las calles, sin prisa, en los pueblos no hay prisas... Como a los columpios no se puede ir a jugar -pese a que solo sean ellos los que les van a utilizar- qué mejor que acercarnos hasta el corral de la abuela donde están sueltas las gallinas, a las que los niños no tiene miedo en absoluto y las cogen. También nos acompañan Curra y Curro los dos perros de la familia, a los que, por supuesto, tampoco tienen miedo, sino que les van haciendo carantoñas. Antes tenían otro perro, dice David, y un cerdo vietnamita que se murió.

Regresamos hacia casa, Ana y Fernán tienen que ir a Burgos. Sus hermanos se quedan con Rubén y los abuelos. Qué suerte tener a los abuelos tan cerca y que entre su casa y las de éstos y la otra abuela medie un enorme espacio ajardinado de 1.000 metros, donde los niños pueden salir a sus anchas a jugar sin necesidad de pisar la calle. David nos recuerda que a veces pasa a por patata y se siente importante haciendo los recados, y también que fue en la puerta de la casa de la abuela donde se pilló el dedo Fernán. En otros momentos se hace el remolón y no contesta a las preguntas. ¡Venga David! que tus hermanos no pueden contestarme, tienes que hacerlo tú, le digo, y así le vamos arrancando frases y me entero de que un día ha tenido una vídeollamada con los amigos del cole y hasta me dice los pueblos por los que pasa el bus a recogerlos camino del colegio, Revilla, Los Ausines, Castrillo del Val y Cardeñajimeno.