La investigación de alto nivel elige Burgos como destino

B.G.R.
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Ha pasado una década desde que la UBU recibiera al último profesional del prestigioso programa de excelencia Ramón Cajal. Este curso cuenta con dos en ciencias y evolución humana. Edgar Ventosa y Cristina Valdiosera relatan su trayectoria profesional

Cristina Valdiosera y Edgar Ventosa relatan para Diario de Burgos su trayectoria profesional antes de llegar a la UBU. - Foto: Valdivielso

Ha pasado una década desde que la Universidad de Burgos recibiera al último profesional del prestigioso programa de excelencia Ramón Cajal. Este curso cuenta con dos en ciencias y evolución humana. El químico mirandés Edgar Ventosa y la bióloga Cristina Valdiosera que relatan a Diario de Burgos su trayectoria profesional.

Edgar Ventosa | Químico: «La ciencia es una carrera de fondo especialmente en España porque hay menos recursos»

«Me vine porque soy de Miranda de Ebro». Así de claro se expresa este experto mundial en el desarrollo de baterías que aterrizó en el campus el año pasado y que ya ha formado su propio grupo de investigación

Ventosa trabaja tanto en la Facultad de Ciencias como en el Centro de Investigación de Materias Primas Críticas (ICCRAM). Ventosa trabaja tanto en la Facultad de Ciencias como en el Centro de Investigación de Materias Primas Críticas (ICCRAM). - Foto: Patricia

Siempre ha querido estar cerca del terruño, aunque el destino le tenía deparadas alguna que otra sorpresa que le mantuvieron alejado. Ahora ha vuelto con 40 años y un currículum de investigador que le ha hecho merecedor de una beca Ramón y Cajal, el programa de excelencia científica para la captación del talento más importante de España. Lo ha hecho en condiciones económicas mucho menos ventajosas de las que disfrutaba en su último trabajo en Madrid y con proyectos y fondos europeos y nacionales bajo el brazo.

¿Por qué? La primera respuesta que ofrece Edgar Ventosa es clara y sencilla: «Porque soy de Miranda. No hay otra razón». Luego ya va aportando más detalles sobre el hecho de haberse encontrado con «buenos equipos de investigación» que le permiten tener doble filiación a la Facultad de Químicas y al Centro Internacional de Materias Primas Críticas (ICCRAM). Y lo que es mejor, su objetivo de liderar un grupo de científicos ya se ha cumplido, aunque con el inconveniente de que no podrá tener la certificación GIR (Grupos de Investigación Reconocidos) de la Junta al no ser funcionario, lo que lleva consigo que se quedará sin poder optar a los fondos del Gobierno regional. No oculta su malestar por esta situación e, incluso, así se lo ha manifestado por escrito a los responsables políticos autonómicos.

Fue Ventosa el que se puso en contacto con la UBU para ocupar una de las plazas que las instituciones académicas deben reservar para estos científicos de excelencia por ley (el 15%), aunque también le ofreció el puesto la de Valladolid, entre otras. Las dificultades que existen para cubrirlas hacen que en muchas ocasiones se pierdan. De hecho, el campus burgalés llevaba desde 2011 sin acoger a un científico Ramón y Cajal.

Valdiosera llegó el pasado diciembre después de que sus planes se retrasaran por la pandemia. Valdiosera llegó el pasado diciembre después de que sus planes se retrasaran por la pandemia. - Foto: Valdivielso

Su línea de investigación son las baterías, en la que es un referente internacional, y alargar su vida en condiciones más sostenibles su principal objetivo. «Tratamos de predecir en una semana lo que puede pasar en un año para comprobar si funciona o no», explica de forma sencilla este investigador, quien apunta a los numerosos campos de aplicación que tiene su campo de estudio; desde la automoción, con especial atención al vehículo eléctrico, hasta los móviles o las energías renovables.

Hasta llegar aquí, su recorrido profesional ha incluido distintos puntos de España y del extranjero, con especial presencia en Alemania, en la Universidad Ruhr de Bochum, ciudad ubicada en Renania del Norte. Estudió Químicas en la UBU después de que una profesora consiguiera explicarle bien la asignatura en segundo de Bachillerato. «No quería irme lejos de Miranda, pero no tenía claro que quería ser químico», reconoce, al tiempo que explica cómo el interés por la carrera crecía a medida que avanzaban sus conocimientos. 

En quinto se «enganchó» a la investigación y realizó su tesis doctoral sobre electroquímica. Pasó un tiempo en Italia y después en la Universidad de Warwick (Inglaterra). Su trabajo ya empezaba a destacar, al igual que su convencimiento de que quería dedicarse al campo del almacenamiento de energía. A través de un contacto de esta última institución académica, llegó al país germano en el año  2009 en un momento en el que su Gobierno había realizado un gran desembolso económico en este área con la vista puesta en el coche híbrido y eléctrico, adelantándose así  al resto de países Europa.

Tras su paso por Alemania regresó al Centro Tecnológico de Miranda en 2011, en plena crisis económica, y tras una corta estancia regresó de nuevo a Alemania convertido ya en jefe de un grupo de investigación. A pesar de todo, siguió intentando volver a su país y lo hizo al Instituto de Investigación en Energía de Cataluña (IREC), pero la experiencia no resultó satisfactoria. «Veías la situación en España y salías de nuevo», afirma hasta que hace tres años aterrizó en el instituto público Imdea Energía de Madrid, de donde se fue para llegar a Burgos el pasado verano. 

Ventosa acumula publicaciones de alto impacto, proyectos europeos o patentes que conforman su currículum de excelencia. Una trayectoria que mira con modestia porque considera que hoy en día para ser un buen científico son necesarios varios factores, además de la suerte. «Yo no tenía el mejor expediente, pero hay que ser un poco espabilado», afirma, al tiempo que resume esos condicionantes en tres palabras: «Motivación, curiosidad y trabajo». Porque, según añade, la investigación es una «carrera de fondo especialmente en España», ya que en otros países la estabilización laboral de los investigadores llega antes al haber más recursos.

Cristina Valdiosera | Bióloga (Paleontología): «Decidí apostar por un campus que está en crecimiento porque me parece más enriquecedor»

Dejó su puesto fijo en Australia después de 10 años y rechazó ofertas de universidades nacionales. Es una de las pioneras en el estudio del ADN antiguo y ha participado 20 años en las excavaciones de Atapuerca

Nació en Estados Unidos de forma circunstancial, pero se crio en México. Ha vivido en Madrid, Copenhague y los últimos diez años en Melbourne (Australia). Desde diciembre se encuentra en Burgos con la intención de quedarse después de tomar una decisión que para nada ha resultado fácil pero de la que ahora se muestra totalmente convencida. Cristina Valdiosera, de 45 años, es un referente en la investigación del ANDantiguo y del Neolítico, además de otros campos, y su conocimiento ha llegado a la UBU gracias al programa Ramón y Cajal.

Licenciada en Biología y especializada en Paleontología, Valdiosera siempre ha vivido de cerca el mundo científico, al de que se dedicaba su padre, y sabía cómo tenía que enfocar su futuro, donde las estancias internacionales son un elemento clave. Lo tuvo claro desde que comenzó en México sus estudios y decidió realizar el último semestre de la carrera en la Universidad Complutense. Un buen día acudió a la Feria del Libro con una publicación del paleontólogo Juan Luis Arsuaga bajo el brazo para que se la firmara, recibiendo como respuesta unas líneas en las que figuraba 'para una posible miembro del equipo de Atapuerca'.

Aquella premonición se convirtió en realidad. Estudió el doctorado con Arsuaga y se adentró en un campo de trabajo que en aquellos momentos echaba a andar; la arqueología molecular o el estudio del ADN antiguo. Su tesis se centró en los osos de la Sima de los Huesos, pasando más tarde a aplicar la misma técnica en humanos. El contacto con los yacimientos se estrechó y lleva participando 20 años en la campaña de excavaciones.

Su vínculo con la sierra siempre ha estado ahí, aunque el devenir profesional le llevara a otros destinos. Primero se fue con una beca Marie Curie a Copenhague para hacer el posdoctorado y en 2012 aterrizó en la Universidad de La Trobe de Melbourne (Australia) junto a su marido, también investigador. A los 3 años ya contaba con una plaza fija y una vida asentada, pero en 2018 solicitó la beca Ramón y Cajal. «Gran parte de mi trabajo está basado en Europa y quería estar cerca de mis proyectos», explica, a lo que también añade vínculos familiares, de amistad y la relación con el grupo de Evolución Humana que dirige José Miguel Carretero, «entre cuyos miembros nos hemos visto crecer» y de los que destaca su juventud, dinamismo y el hecho de que la presencia femenina en el mismo sea mayoritaria.

Había conseguido su sueño personal y profesional de tener estabilidad, pero tras haber sido seleccionada llegó la disyuntiva de «ahora o nunca». No fue sencilla la decisión, aunque ayudó el hecho de que su pareja consiguiera una de las tres becas Beatriz Galindo que concedió el Ministerio a la UBU en el ámbito de la biomedicina. Las piezas habían encajado. Contactaron con ella instituciones académicas de Barcelona, la de Santiago de Compostela, Alcalá de Henares, Granada... pero Valdiosera lo tenía claro: «Me parece más enriquecedor estar en una universidad pequeña pero en crecimiento. Tú tienes algo que aportar y los demás también porque en las grandes parece que ya está todo hecho».   

Se muestra encantada con el recibimiento que ha tenido y la ayuda que le han prestado. «No he llegado a un lugar extraño», subraya. En este poco tiempo ha solicitado financiación para un proyecto nacional relacionado con el origen de la domesticación en la Cueva del Portalón, además de que mantiene otra de sus líneas de investigación, que son los inicios del contacto entre España y México hace 500 años.  

La pandemia retrasó sus planes de llegada. Una vez instalada y con su experiencia internacional, considera que España debería cuidar más la investigación (también ha venido con condiciones económicas inferiores), aunque cree que el país «se está dando cuenta» de esta necesidad. Lo mismo que de la importancia de su internacionalización, poniendo como ejemplo que en su grupo de Copenhague había 20 nacionalidades distintas.