La Quinta

MARTÍN G. BARBADILLO
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HEMEROTECA | La Quinta es una cuña de naturaleza, paralela al río Arlanzón, que se adentra hasta casi el centro de la ciudad. Se pueden ver y oír decenas de especies de aves e incluso contemplar ardillas

La Quinta, en otoño. - Foto: Patricia

Cada pueblo o grupo humano tiene sus mitos y tradiciones, glorias y miserias, usos y costumbres que, aunque están presentes, pasan desapercibidos en la cotidianidad. Paradójicamente, tomar un poco de distancia permite ver mejor lo más cercano; se gana en perspectiva. Esto es precisamente lo que pretendemos: mirarnos de lejos para vernos de cerca, y reírnos un poco de nosotros mismos, que no pasa nada. La idea no es original, es un homenaje, en realidad un copieteo total, de la sección Pass Notes que el diario británico The Guardian lleva publicando 30 años y que ha sido replicada en periódicos de todo el mundo. En cambio, sí es un homenaje sentido a todos los que han hecho humor con las cosas de esta tierra, como Virgilio Mazuela, y a los que han llenado páginas en la prensa buscando la carcajada, como Moncho Alpuente. Esperamos que le divierta.

¿Qué es? Un parque.

Edad. Es público desde 1868.

¿Y qué era antes? Una propiedad de la Iglesia Católica llamada Quinta del Arzobispo; de ahí el nombre. Hace siglo y medio se transformó en un paseo accesible a todo el mundo que conectaba el Convento de San José y Santa Ana de las Carmelitas (el último fundado por Santa Teresa, en 1582) con el camino que lleva a la Cartuja de Miraflores.

Entonces, ¿ahora es un parque? En realidad es una cuña de naturaleza, paralela al río Arlanzón, que se adentra hasta casi el centro de la ciudad. Se pueden ver y oír decenas de especies de aves e incluso contemplar ardillas. Un lujo.

¿Y árboles? A tutiplén. Hay castaños y chopos enormes y en una de sus últimas reformas transformaron el comienzo del paseo en una especie de jardín botánico con los ecosistemas de la provincia, que es variadita. Te topas con sabinas, pinos, encinas, olmos, hayas... En otoño es una fabulosa mezcla de colores, del verde a todos los tonos de ocre pasando por decenas de amarillos. Parece Boston.

Estando tan cerca, se habrá usado para más cosas. En los 80 se instalaban allí las barracas, que es como se llama aquí a las ferias. Volabas en las atracciones entre las ramas de los chopos e incluso plantaban un teatro que resultaba fascinante porque solo era para mayores. Años después abrió el local cool de la ciudad, el Quinta Avenida. Era bar, restaurante y daban conciertos.

¿Importantes? Gente con recorrido, sí: La Cabra Mecánica, Duncan Dhu, Sidonie, Marlango, Amaral. Recuerdo uno de Jorge Drexler que seguro que el uruguayo tampoco habrá olvidado, porque no le estaba escuchando nadie y eso que pidió silencio por lo menos quince veces. También otro de Siniestro Total; ahí se lo dimos todo. El local se incendió en 2006.

Y ahora, ¿qué hay en La Quinta? Aquí quería llegar. Todo lo que te he contado hasta ahora no es mentira pero no tiene ninguna importancia. La Quinta es el templo al aire libre donde se practica una religión local con miles de devotos incondicionales.

¿Cuál? Andar.

¿Pasear? No, no confundirse. Pasear es lo que se hace por el Espolón. A La Quinta se va andar y es una cosa seria.

¿Puedes explicarte? El asunto tiene sus reglas. Para empezar, se sale siempre, aunque llueva o haga frío. Hay que ir rápido o muy rápido. Se puede hacer en solitario o en compañía. En este último caso es frecuente cruzarse con grupos en los que cuatro personas hablan a la vez, caminando frenéticamente. No se mira atrás, el objetivo está siempre de frente; da la impresión de que si un miembro del grupo no puede seguir el ritmo será abandonado. Lo importante es no parar, nunca. Y hay más.

¿Por ejemplo? Un dress code, código de vestimenta, más estricto que el de la ceremonia de entrega de los Nobel. Aquí hay que ir de Quechua de arriba a abajo.

¿Quechua? Sí, es algo así como el dios de este culto. En realidad es la marca de productos para el campo de Decathlon. Tiene desde las botas a la gorra, pasando por forros polares, pantalones y cortavientos. Yo los tengo todos, por supuesto. De hecho, creo que La Quinta es en realidad una pista de prueba de Quechua; testan ahí los productos antes de sacarlos al mercado global.

¿Y dónde van los paseantes? Insisto, no pasean, andan. Es una incógnita, avanzan y se desperdigan por Fuentes Blancas, los pinares de La Cartuja, remontan el río... Tal vez buscan el horizonte o solo hacen camino al andar.. Pero, puntualmente, regresan por el mismo sitio para llegar a casa a comer, o cenar si han salido por la tarde.

Probaría, pero no soy muy de caminar. Entonces puedes disfrutar de La Quinta corriendo o en bici, pero son cultos menores; la verdadera fe es andar.

Pasearé entonces. Déjalo.

Si quiero parecer integrado... Corre a Decathlon y equípate.

Nunca, nunca, nunca... Bajes el ritmo.

*Este artículo salió publicado en el suplemento Maneras de vivir del 7 de marzo de 2020