"Lo más duro fue ver a una sanitaria derrumbarse"

F.L.D.
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Los guardias civiles han dejado sus labores cotidianas para sumarse a la lucha contra la pandemia. Cada día patrullan por las carreteras y municipios de la provincia

El guardia Javier Gallardo da ánimos a los trabajadores e internos de una residencia en Villagonzalo. - Foto: Valdivielso

Para llegar a todos los rincones de un territorio tan amplio como la provincia de Burgos es necesario el movimiento constante. Esta premisa la tienen muy clara en la Guardia Civil, cuyos efectivos, literalmente, dejaron todo lo que estaban haciendo el día que el Gobierno decretó el estado de alarma sanitaria y se pusieron a su disposición para llevar a cabo las labores de vigilancia y control de la movilidad. Tal vez sea uno de los trabajos más ingratos, pues estar encima de todos los insolidarios que se saltan el confinamiento no es fácil. Pero los agentes de la Benemérita creen que la población se está comportando muy bien, más aún en los pueblos, donde muchas veces les agradecen su presencia diaria. 
Para el guardia civil Javier Gallardo su oficio ha cambiado radicalmente. Antes de que se decretara la cuarentena estaba en la detección de armas y ahora se dedica, junto con su compañero inseparable Virginio de Paz, a patrullar por los pueblos del alfoz para asegurarse de que todo está en orden. Acuden a farmacias, residencias y otros lugares donde pueden necesitar su ayuda, al tiempo que se detienen en las carreteras para vigilar a los vehículos. «Los primeros días fue una labor informativa, pero más tarde cambió el chip y hemos tenido que estar más pendientes de controlar la movilidad. También participamos puntualmente en el reparto de medicinas». 

Uno puede pensar que, como a priori las pequeñas localidades están algo menos vigiladas, hay más incumplimientos. Sin embargo, Gallardo descarta esta creencia y asegura que en los pueblos la gente es muy cumplidora, «más que en las ciudades». «Viven personas más mayores y saben lo que se juegan. En general todos quieren colaborar y nos saludan amablemente cuando nos ven aparecer», señala. Aun así,  siempre hay alguien que incumple con excusas peregrinas, aunque le resta importancia recordando que «eso no cambia, siempre hay unos pocos que no entienden la situación». Todo lo demás, insiste, la manera de interactuar de las patrullas con los viandantes o los conductores, es totalmente distinta. 

La Guardia Civil tiene mucha precaución a la hora de pedir la documentación y los justificantes que muestran los que tienen permiso para poder circular. Éstos solo abren ligeramente la ventanilla para comunicarse y dejan la documentación en el salpicadero para que los agentes, a través del cristal, la comprueben. «Esto es nuevo para todos, también para nosotros», afirma Javier Gallardo. 

El Instituto Armado ha tenido que multiplicarse para poder llegar a todos los rincones burgaleses. De este modo, las cinco o seis patrullas de media que salen a los pueblos por turno cuentan con el apoyo de los efectivos del Subsector de Tráfico, que controlan grandes autovías, la red secundaria y los caminos. También tienen, en ocasiones, el soporte aéreo. Y eso que la delincuencia ha caído considerablemente, aunque a veces tienen pequeños sobresaltos motivados por alarmas que se activan por las tormentas y la lluvia. 

Ellos también se llevan su ración de aplausos ciudadanos, sobre todo cuando les toca patrullar por los municipios a eso de las 8 de la tarde. «Nos saludan, nos dan ánimos, se portan bien con nosotros», subraya Gallardo. Se nota la tranquilidad en los pueblos cuando acuden a las residencias o las farmacias y se dan una vuelta por las calles para asegurarse de que todo está en orden. También les avisan cuando ven a ciudadanos que se saltan el aislamiento. «Siempre tenemos una o dos llamadas por turno, es normal», reconoce entre risas. 

A lo largo de este largo mes y medio, han vivido también momentos muy difíciles. El más duro, recuerda este guardia civil, «fue en un control en el que vimos cómo una compañera sanitaria se nos echó a llorar y se derrumbó. Estuvimos tranquilizándola y animándola hasta que se recompuso», relata. Los servicios médicos son, tanto para Virgino como para Javier, los auténticos héroes y «los que se merecen todos los aplausos».