El pacto de los recelos

H.J.
-

El acuerdo de Gobierno de PSOE y Cs se fraguó en conversaciones plagadas de desconfianza entre las partes y un constante juego a dos bandas por parte de Marañón

El pacto de los recelos

«A la política se viene a gobernar», decía Vicente Marañón en una entrevista publicada por este periódico el día 31 de agosto, coincidiendo con la vuelta al curso político. «Aunque hayas sacado el peor resultado electoral de la historia, eso se arregla gobernando», abundaba en su reflexión. El portavoz de Ciudadanos lo tenía muy claro, no ocultaba su intención de ir a lo práctico por encima de siglas o preferencias ideológicas y lo acaba de conseguir esta semana. Ya gobierna.

Este viernes el PSOE y la formación naranja suscribían un acuerdo que reparte la responsabilidad entre todos sus concejales. Los socialistas pierden capacidad de gestión, pero a cambio logran estabilidad. Y los de centro logran por primera vez en su corta historia saborear las mieles del poder municipal en la capital burgalesa.

El pacto es el resultado de meses de tira y afloja. Ha habido muchísimas conversaciones informales por teléfono, en torno a un café o en medio de un pasillo, y muy pocas verdaderamente formales en las que se han dado los últimos retoques al bipartito. Por el camino ha aparecido y desaparecido, cual Guadiana, la desconfianza entre las partes. Unos días se querían dar besos y abrazos, incluso con mascarilla. Otros recelaban todos de todos, incluso entre compañeros de partido en el caso de los naranjas. Y como gran protagonista, el propio Marañón, que ha mantenido hasta el último momento el juego a dos bandas haciendo creer a socialistas y populares que contaba con dos barajas y que se quedaría con la que mejores cartas le ofreciera en el reparto final.

De nuevo, el 31 de agosto en DB, Vicente Marañón no ocultaba su estrategia cuando advertía directamente al alcalde De la Rosa: «El PSOE solo tiene una opción, nosotros tenemos más margen de maniobra que ellos. Y eso es lo que yo le pongo en valor cuando hablamos. Que yo hablo con él porque quiero, porque creo que debemos hacerlo».

Hasta los últimos días, según trasladan fuentes populares, el portavoz de Ciudadanos ha estado coqueteando con la posibilidad de una moción de censura apoyada en el bloque de derechas PP-Cs-Vox. Está por ver si estos últimos la habrían apoyado, pero sostienen los responsables populares que ahora no era el momento, que debían esperar a que la pandemia deje de azotar con dureza y que antes había que dejar pasar un tiempo para explicar a la opinión pública que existían verdaderas razones para censurar juntos a los socialistas, máxime cuando los naranjas acaban de aprobar como quien dice el presupuesto municipal en vigor.

los orígenes. Todo comenzó hace casi un año, en el otoño de 2019. Aún estaba abierta la herida de la sesión de investidura, cuando la negativa de Vox a hacer alcalde a Marañón le impidió conseguir el bastón de mando, cuando se empezó a especular con un acuerdo PSOE-Cs.

Varios de sus concejales lo veían con buenos ojos porque esto les permitía ganar visibilidad y les daba la oportunidad de quitarse el sambenito de «partido veleta», demostrando lo que son capaces de hacer (o deshacer) cuando gobiernen. No así el portavoz, mucho más cercano ideológicamente a la derecha como demuestra su militancia juvenil en el PP.

Sabedor de esa querencia de la mayoría del grupo naranja, Daniel de la Rosa empezó a ofrecerles un pacto públicamente cada vez que concedía una entrevista, alegando siempre el objetivo de la estabilidad. Pero haciendo honor a la fama de hombre de derechas que le adjudican dentro y fuera de su partido, en aquellos meses, previos al estallido del coronavirus, Marañón siguió apostando por un tripartito conservador y llegó a trasladar a los populares la posibilidad de una alternancia en la Alcaldía. Año y medio para unos y año y medio para otros. El todavía portavoz del PP, Javier Lacalle, ni lo contempló y lo rechazó frontalmente.

Tras el parón del confinamiento, Daniel de la Rosa sigue lanzando el anzuelo a los naranjas, con quienes entre tanto logra el acuerdo de presupuestos, su primera gran vitoria estratégica. ¿Por qué no gobernamos juntos, ya que me acabáis de aprobar las cuentas?, venía a decir. Cuatro de los cinco concejales naranjas lo aceptaban sin rechistar aunque a alguno le entrase el vértigo de saber que iba a asumir responsabilidades. Pero el quinto, el más importante, aún se resistía.

Llega el verano, Lacalle anuncia que se va al Senado y en el PP es Carolina Blasco quien toma el relevo en las conversaciones. Vuelve a escuchar de Marañón ofertas informales de moción de censura, aunque siempre sin concretar cuándo, cómo y exactamente por qué, mientras en paralelo los de Ciudadanos, con el vicepresidente de la Diputación, Lorenzo Rodríguez, entrando en liza, se ponían en serio a negociar con el PSOE.

Debieron de ser unas semanas esquizofrénicas para los negociadores naranjas. Basta escuchar a sus respectivos interlocutores para deducir que estaban picando aquí y allá, probando a ver quién ofrecía mejores condiciones. Eso, o todo era un farol, sabían perfectamente que la opción real eran los socialistas y simplemente quedaban y se dejaban ver charlando con los populares para que De la Rosa y compañía se pusieran nerviosos.

Públicamente siempre lo negarán, pero algunos cuentan también que los compañeros de Marañón se llegaron a plantear dejarle en evidencia si las cosas se ponían verdaderamente serias y pactar con los socialistas incluso sin el visto bueno de su portavoz, confiados en que posteriormente Valladolid y Madrid bendecirían el acuerdo.

«Hasta hace solo unos días, Vicente nos ha estado hablando de la moción», insiste un dirigente popular. Con tanta constancia, argumenta, que por eso Blasco sorprendió a todos en un Pleno reciente lanzando al PSOE la oferta de reeditar el gran pacto de la legislatura pasada. «Era para que Marañón viese que también teníamos alternativas y que ahora no era el momento de esa censura al Gobierno», sostienen en las filas de la calle Calzadas.

Así las cosas, Daniel de la Rosa se da cuenta de que tiene que firmar cuanto antes con Ciudadanos y va cediendo en casi todas las pretensiones de los naranjas. La vicealcaldía para Marañón era irrenunciable, como en otros gobiernos en los que ha entrado Ciudadanos. La presidencia de la Sociedad de Promoción fue exigida expresamente por el líder centrista. El gran escollo estaba en la figura del portavoz, que quería para sí mismo y finalmente compartirá con Nuria Barrio.

Esta última, que pasa de ser mano derecha de De la Rosa a una simple concejala de Personal (este área es una de las de mayor peso aunque también fuente habitual de complicaciones), se resistió en las últimas semanas a ceder el Instituto Municipal de Cultura. «Por una cuestión de orgullo», dice un compañero de Corporación. Finalmente ha quedado como la principal damnificada, por mucho que el alcalde sostenga que su labor de coordinación del pacto será clave en el devenir de lo que queda de legislatura.

Y si Barrio aparece como la víctima, Marañón resulta ser el malo de la película, o más bien el intrigante, en boca de todos. Probablemente a él no le importe, porque en definitiva ha conseguido el objetivo que nunca ocultó. Sabe que afronta un contexto difícil, que tendrá muy complicado explicar a diario a sus votantes por qué está con el PP en la Diputación y en la Junta y sin embargo en el Ayuntamiento ha optado por los socialistas.

A la espera de ver si algún día termina de estar cómodo con la decisión tomada, desde el punto de vista práctico ha cumplido la única misión que estaba a su alcance una vez que la Alcaldía se le escurrió entre los dedos en la sesión de investidura. Quería gobernar y ya lo tiene.

los nuevos papeles. Ahora el Ayuntamiento de Burgos afronta un periodo de estabilidad con un Gobierno cómodamente asentado, con 16 concejales entre los que el reparto del trabajo resultará mucho más llevadero. Los nuevos ediles naranjas necesitarán tiempo para asentarse, y el PP tendrá que aprovechar esa etapa para incrementar su nivel de crítica antes de endurecerla en la recta final de la legislatura.

Será una tarea absolutamente nueva para ellos, pues nunca se habían topado con el papel de oposición intrascendente (si atendemos a las matemáticas del Pleno) desde la primera parte del mandato de Olivares, justo hasta que el tripartito estalló y los conservadores se pasaron dos años frotándose las manos ante la minoría del PSOE.

Junto a ellos, también Podemos y Vox tendrán que redefinir sus papeles. Los morados tienen que empezar a ejercer una verdadera oposición si no quieren pasar completamente inadvertidos a la vista de que los socialistas, sus socios naturales, ya no les necesitan para nada. Y los verdes deberán buscar su sitio en el espectro político municipal, ahora que acaban de romper peras con el PP a nivel nacional tras una moción fallida en el Congreso de los Diputados que lanzaron para tener protagonismo y les ha acabado arrinconando.

La ciudad tiene el primer gobierno autosuficiente desde 2015, cuando Javier Lacalle perdió la mayoría absoluta. Y sin embargo nadie garantiza que el experimento vaya a durar los dos años y medio que le restan a esta extraña e histórica legislatura. Queda un mundo hasta las elecciones de 2023, y todos lo saben.