«Viajar me abrió la mente hasta que me la cerró. Y volví»

PATRICIA CORRAL PÁRAMO
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Retratos del #Burgos olvidado (XII) | Artesano, productor, empresario, exalcalde, viajero, ecologista y ser rural, Agustín Blanco de Domingo mantiene una relación «maravillosa» con las abejas, aunque a él también le pican

Agustín Blanco de Domingo, apicultor. - Foto: Luis López Araico

El 23-F le sorprendió haciendo la mili en la Brunete, «novato» y con un sargento «medio loco» que se llevó a sus compañeros a ocupar Radio Popular. Pero no es, ni con mucho, la situación más peligrosa a la que se ha enfrentado. Se navegó el Amazonas y el Paraguay en un barquichuelo con una hamaca y una mosquitera, recorrió Sudamérica solo y aunque sus «malas pintas» ahuyentaban a los ladrones, la muerte volaba cerca. Concretamente en Colombia, presenció «tres o cuatro asesinatos». ¡Cómo para tener miedo de las abejas! Pican, claro que pican, también la mano que les da de comer, porque «no distinguen», pero su relación es «maravillosa», cuasi de amor. Solo por amor se puede entender que uno fracase, se suma en una depresión y cambie de vida para finalmente volver al hogar, convencido de que esa relación se merece otra oportunidad, pese a los obstáculos, las trampas y la burocracia.

Pero no todos los comienzos son el mismo repetido, ni el alma llega limpia a la segunda vuelta. Así que hoy quedan solo los rescoldos del hippie que regresó de la mili al pueblo de su familia para vivir del campo pero refulge la llama del niño que salía con su abuelo a catar colmenas en los riscos. «Del Agustín niño queda todo. Sigo viviendo en el pueblo, en contacto con la naturaleza, en contacto con mis amigas las abejas. Yo soy un ser rural, a mí me gusta el mundo rural, siempre me he encontrado bien en él. Tiene sus carencias que nunca acaba de subsanarse, no tenemos teléfono, no tenemos internet, te ponen problemas, es una lucha continua contra todo...».

Agustín es artesano. Recién llegado de Madrid a la casa familiar de Hortigüela, pidió un crédito al 14% (subvencionado cuatro puntos y avalado por una entidad estatal). «Monté mi taller, me hacía las colmenas...». Idílico. «Pero vinieron unos años muy malos, con unas sequías muy fuertes, el precio de la miel estaba muy bajo, 100 pesetas un kilo al por mayor, en bidones, y tuve que abandonar durante unos años la apicultura porque me moría de hambre”, asume. Aún hoy, la miel y el polen fluctúan más que el barril de Brent. Un día se paga a 13 euros el kilo y al siguiente a 3.

Artesano y productor. «He llegado a explotar 600 colmenas, ahora tengo unas 400 porque mi espalda no da mucho más de sí», se lamenta. Fue apicultor trashumante y por ello sabe que en Castilla y León compiten en inferioridad de condiciones con respecto a otras comunidades, por ejemplo Extremadura, donde reciben infinidad de ayudas. También vendió en algún mercado, cuando no existía la sobrepoblación actual. «Quienes van a los mercadillos están muy profesionalizados y aunque parezca lo contrario, ninguno es productor. En el País Vasco sí se lleva pero aquí en Castilla son todos barraqueros, montas tu barraca y vendes lo que sea, son todos profesionales de la venta», desgrana.

Artesano, productor y empresario. Agustín Blanco lo es todo en Miel Sabinares del Arlanza y llegó a importar máquinas de Argentina, si bien ahora se enfoca «hacia la comercialización». No encuentra mano de obra y ha comenzado a «externalizar» las colmenas, a enseñar a otros parte de su sapiencia apícola. Siempre desde el medio rural, aun sabiendo que lo tiene más difícil que en la ciudad y que nada cambia por falta de interés de los políticos, que se limitan a encargar estudios «a montones a sus amigos» y a enviar funcionarios «represivos» con «controles casi policiales, como si guardases aquí droga» y exigir cada vez más papeles, sin distinguir entre las empresas casi artesanas y las grandes compañías. «Con una discriminación positiva los pueblos se llenan.Menos impuestos, más ayudas».

Artesano, productor, empresario y político. Con perdón. «Yo me presenté por el PSOE porque el PP estaba ocupado, no porque tenga una ideología concreta, porque me repatea toda la política de España, y más ahora que los políticos hacen la carrera de profesional de política, que eso no se ha visto en ningún país. Cuando estás dentro te enteras de cómo funciona la política. Y es vomitivo», resume. Fue alcalde de Hortigüela. «Acabé hasta aquí» y se señala la cabeza mientras añade que desde entonces hay gente en el pueblo que no le habla. «Es una de las cosas de las que me arrepiento. No se me ocurrirá otra vez, en la vida, jamás», una afirmación rotunda que sorprende en este hombre pausado y nada visceral. Él, como tantos, pensó que desde dentro podía mejorar las cosas. «Sí, pero al final no cambias nada. Si no haces nada, nadie te critica. La gente no quiere que hagas nada», concluye.

Artesano, productor, empresario, político y viajero. Que no turista. Su primer fracaso le sumió en una profunda depresión. Se dedicó a otros trabajos hasta que ahorró un poco y cruzó el charco. «Mi primer viaje fue al congreso de apicultura de Brasil. Me quede 3 o 4 meses por Sudamérica, me fui a Argentina a trabajar en las explotaciones que ellos habían copiado de los americanos, que van más avanzados en todo, aprendí muchísimo...». No solo de apicultura. «Yo empecé a viajar porque estaba muy mal. El viajar me abrió la mente hasta que me la cerró del todo. Y volví. Una vez me levanté en un hotel y no sabía dónde estaba. Ya se me iba la olla. Tuve que llamar a recepción» para reenfocar la realidad . Aun así, lo recomienda encarecidamente. « A mi hijo lo primero que hice fue mandarle a Inglaterra a acabar la carrera y vaya si espabiló», exclama. «Viajar te cambia la dinámica. En un pueblo, al final te embruteces, ahora ya no tanto pero cuando yo vine aquí, hace 40 años... Ahora ya me encuentro más gente cosmopolita en los pueblos que en la ciudad. Pero antes tenía lo suyo», reconoce. Cada año mantiene la costumbre de hacerse un viaje a un país nuevo, casi siempre solo y en febrero, cuando baja el ritmo de trabajo. La covid dejó pendiente el de Nepal.

Artesano, productor, empresario, político, viajero y ecologista. Pero no de pacotilla. «Para ser ecologista lo primero que tienes que hacer es irte un invierno a Tinieblas y después te doy el carné. Eso sí, no puedes cortar leña ni enchufarte a la electricidad, veremos qué haces. Porque todos los ecologistas están en la ciudad», donde no hay más que asfalto, basura y contaminación. «Casi todo es mentira. La gente vende márketing, todo ecológico y aquí el único ecológico soy yo, que tengo una casa bioclimática que se calienta con el sol, que tengo placas solares para producción de electricidad, que tengo una caldera de pellet para dar calor, que reciclo el 99% de las cajas que me vienen con productos, que utilizo solo cartón y cristal, que vivo en el campo...», resume.

Artesano, productor, empresario, político, viajero, ecologista... Y, por encima de todo, y de todos, rural. «Cuando yo venía aquí con mis abuelos a pasar los veranos, todos sabían lo que tenía que hacer y lo que no. Igual no había tanta normativa, ni tanta historia pero todo el mundo se respetaba. Ahora nadie cumple nada y nadie te ayuda a nada. Me gustaba más el pueblo de mis abuelos, aunque hubiera más de lo que ahora llamamos incultura, pero había una cultura de la convivencia tremenda, que se ha perdido». Su añoranza, al menos, tiene un sabor dulce, del que Agustín nunca se cansa. Sabor a miel.