La paz de los papeles

Angélica González
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Cinco jóvenes africanos contaron en diciembre a DB la odisea vivida hasta llegar a España en patera desde la angustia de estar de forma irregular en el país. Hoy todos tienen regularizada su situación y un trabajo gracias a Atalaya Intercultural

De pie, George Kofi, Jhonson Sakyi y Alpha Bah. Sentados, Vincent Agyei y Maissa Faye. - Foto: Alberto Rodrigo

El 24 de febrero de 2021 es una fecha que Vincent Agyei no va a olvidar en su vida. Desde entonces, este joven ghanés de 33 años ‘tiene papeles’, la fórmula coloquial que se utiliza para referirse a una persona extranjera cuya situación en España está regularizada, así que enseña muy orgulloso su carnet que indica que tiene permiso de residencia temporal y de trabajo por un año. Lejos quedan, por suerte, todas las tribulaciones que pasó hasta llegar a España y que contaba en el ejemplar de este periódico del 7 de diciembre del año pasado. Porque Vincent, originario de la ciudad de Kumasi, fue vendido como esclavo en Libia, ese punto del mundo en el que se diría que la vida no vale nada pero no es así: la de este joven fue tasada exactamente por 350 euros en un principio, para incrementar su valor hasta los 800 porque «trabajaba bien», según explicaba entonces, sin querer ahondar demasiado en esa tremenda experiencia.

Ahora su vida ha dado un vuelco y es el orgulloso ayudante de cocina del restaurante ‘Chamberí’ en el número 24 de la calle de la Paloma. «Creo que se me da muy bien el trabajo y allí se come muy rico, viene mucha gente», afirma con una sonrisa de oreja a oreja: «Ahora me siento mucho mejor, antes lo pasaba fatal porque vivir en un país sin documentos da mucho miedo y mi familia, sobre todo mi madre, está muy contenta porque también tenían miedo por mí. Me gustaría viajar allí para visitarla porque hace casi seis años que no les veo, tengo muchas ganas de estar con ella».

George Kofi, paisano de Vincent, también está en orden. El relato que hacía de su travesía en patera era estremecedor. «Rezas, rezas todo el tiempo y le pides a Dios para no morir», contaba. Cinco meses tardó en llegar a España después de ser testigo de situaciones muy difíciles de explicar. Ahora, cuando han pasado tres años desde que está aquí, se ha casado con una burgalesa y tiene un empleo en Acciona, una empresa de limpieza en la que está muy contento, pasea por las calles con seguridad y con la tranquilidad de que nadie le va a molestar: «Ya me siento casi como un burgalés más. Mi intención es traer a mi hija Francisca, de casi seis años, que está en Ghana».

(Reportaje completo, en la edición impresa)