De las escaleras a la autopista

A.C.
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Los vecinos de Tartalés de los Montes han vivido siempre aislados por dos difíciles kilómetros de una carretera que en enero de 2001 se vino abajo y les dejó 24 meses sin servicios y sin poder acceder en vehículo a sus casas.

Un puente sostiene desde diciembre de 2002 el tramo que se hundió. Elisa, en primer plano, su hija Angelines y Francisco. - Foto: A.C.

Elisa Ruiz cumplirá 94 sabios años en febrero. Sus palabras y las fotos que conserva enmarcadas en su casa de Tartalés de los Montes sirven para comprender el aislamiento secular que siempre ha sufrido esta pequeña pedanía de la Merindad de Valdivielso. «Te parecerá imposible, pero era la realidad», dice señalando el sendero que junto a la cascada y con un precipicio a sus pies, tenían que sortear los 60 vecinos que entonces vivían en el pueblo. Aquella penuria se acabó en  1959 con la ejecución de una rudimentaria carretera. El rendimiento que se obtenía de la madera y la resina de los montes hizo posible contratarla en dos fases, en las que los vecinos volcaron todo su esfuerzo y pusieron la mano de obra. No hubo apoyo de ninguna institución y por eso, a día de hoy, el acceso a la localidad sigue siendo propiedad de su junta vecinal. Son apenas dos kilómetros que sortean el desfiladero desde Hoz, pero dos kilómetros que han marcado el devenir de Tartalés. Ahora Elisa pasea  junto a su hija Angelines, contenta de lo que ve después de tantos años de penurias.

Llegó de Arroyo a Tartalés en 1951 tras casarse con Gonzalo Fernández. Reconoce que el día a día «siempre ha sido difícil porque estamos en un sitio extraviado». Pero aún así, vio la   vida que bullía en más de siete casas del pueblo. Ahora se cuentan solo 8 empadronados y ella es la única mujer. A su lado, Angelines recuerda como el difícil acceso ha marcado a la pedanía. «No había demasiado para los pueblos de alrededor, pero no había nada para Tartalés», añade para explicar como los vecinos siempre se sintieron menos que el resto de Valdivielso.

Elisa conoció las dificultades del peligroso sendero. Por él bajaba a Arroyo cada semana a ver a sus padres y, muchas veces, subía con el burro y las alforjas llenas de provisiones, incluso una vez «con dos camas nuevas». También recuerda vívidamente el ascenso vertiginoso que los vecinos tuvieron que superar durante los meses en que se realizaron las obras de la primitiva carretera en los años 50 y hubo que derribar los muros que sostenían el camino al borde del precipicio.

A pesar de la construcción de aquella humilde carretera, todo un lujo que dejó atrás el sinuoso sendero, los dos pequeños de la casa tuvieron que irse internos al colegio de Poza de la Sal con seis años. No se les dio otra opción. El resto de los niños del Valle tenían autobús para ir a Villarcayo, pero a Tartalés no se atrevía a subir.

Pese a todo, la nueva carretera trajo algo de ilusión, pero a principios de los años ochenta comenzó a dar signos de desgaste y se produjo el primer desprendimiento de uno de sus muros de contención. Lo repararon los vecinos más jóvenes. En los noventa llegó el segundo. Afortunadamente, dejaba espacio para que los vehículos se la jugaran pasando pegados al cortado de roca lateral. El mordisco permaneció sin reparar hasta el otoño de 2015,  pocos meses después de que tomara posesión el equipo de gobierno de Juntos por Valdivielso. Costó 13.600 euros.

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