Fernando Aller

DESDE EL ALA OESTE

Fernando Aller

Periodista


Escaqueo público

03/09/2021

El final de las vacaciones para una parte importante de la población ha reverdecido el debate sobre el teletrabajo y sus implicaciones sociales y económicas. La pandemia ha acelerado un proceso que ya se intuía y que se ha convertido en una realidad para quedarse. No será algo fácil porque todo cambio siempre conlleva una parte traumática. Las dudas más importantes hacen referencia en estos momentos tanto a la adaptación vital del trabajador en la distancia como a la eficacia, a su productividad. En este ultimo aspecto las empresas tratan de articular métodos de evaluación, un objetivo que no será difícil porque el resultado económico es fácilmente medible.

No ocurre lo mismo a la hora de comprobar la eficacia de las administraciones públicas. En Castilla y León son varios los organismos que han abierto investigaciones internas al haber detectado que una parte importante de los funcionarios acogidos al teletrabajo, como consecuencia de la pandemia, no han pegado ni clavo. En la Diputación de León, por ejemplo, se estima que muchos funcionarios que estaban en casa ni siquiera encendían el ordenador y otros, más cucos y para disimular, lo conectaban a primera hora y esa era la única tarea desarrollada en la jornada.

El problema de la burocracia es que se trata de una enfermedad silenciosa, que no mata aunque inutiliza. Recuerdo aquel presidente de Castilla y León, luego ministro, al que le pregunté si estaba preocupado por la huelga de funcionarios de aquel día. “No, no se nota”, respondió. O el expresidente de la Diputación de León, majo él y de apellido, que mostraba desagrado y hasta dolor porque la institución provincial “debería ir como una liebre y va como una tortuga”. No es asunto de fácil arreglo. Con frecuencia el factor determinante de un sistema poco resolutivo no es la vagancia, sino la falta de estímulos que primen la eficacia. La inhibición se convierte así en el mejor aliado en quienes entienden que el mejor servicio público es la tranquilidad personal.

Lo peor es que estos ejemplares, afortunadamente minoría, provocan un daño corporativo desastroso. El mal solo podría paliarse, y no totalmente, haciendo públicos los nombres de los escaqueados y el de sus ineficaces jefes.