Hay que vivirlo

SAMUEL GIL QUINTANA
-

OPINIÓN | "Cuando juega el Burgos CF esta ciudad se activa. Se nota en la gente. Ya sea desde la grada o preguntando después, permanecen atentos al devenir de los acontecimientos (...)"

Marcelo se abraza con la hinchada después del tanto del empate ante el Arenas. - Foto: Christian Castrillo

Cuando juega el Burgos esta ciudad se activa. Se nota en la gente. Están los que acuden al estadio: los de siempre. Los que estuvieron en Linares, en Sevilla o en Palencia rezando a puerta vacía junto a Nacho Garrido. Los que han llorado cientos de veces mientras veían escapar la gloria. Y están los que dicen no sentir nada: si acaso, indiferencia. Pero, qué cosas, todos miran. De una u otra forma. Ya sea desde la grada o preguntando después, permanecen atentos al devenir de los acontecimientos.

Antes me cabreaba eso de: "¡Oye! ¿Cómo ha quedado el Burgos?".  Sobre todo cuando la dichosa preguntita viene del típico -todos conocemos uno- que espera con socarronería una respuesta negativa. Y que, además, no tiene ni la más mínima intención de abonarse a la causa. Sin embargo, ahí está: expectante, preguntón. Cómo le gusta la preguntita... Luego, encima, te da su opinión. O peor, te pide la tuya. "Como si le importara...", piensas. Y entonces, sucede. Caes en la cuenta. ¿Y si de verdad le importa? De lo contrario no estaría pendiente. Simplemente, pasaría. 

Ahora ya no me enfado cuando me preguntan. De un tiempo a esta parte tengo mucho que contestarles. Puedo hablarles de coraje. De tradición. De orgullo. De un estadio prendido en llamas. De una afición identificada con su equipo. Del esfuerzo. De vermú y rabas. De todo lo que antes no teníamos. De una ilusión con mayúsculas que hacía años no paseaba por El Plantío.

Y puedo invitarles, si quieren, a subir a bordo. Porque no puedo explicarles lo que se siente cuando Borja Sánchez recorta de taco y la pone con música. Porque no entenderán que vuelas junto a Marcelo a cabecear esa pelota. Porque merecerá la pena. Porque no es lo mismo imaginarlo que vivirlo.