Lo que ETA no podrá matar

Á.M.
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Los amigos de Sáenz de Tejada García recuerdan al guardia 10 años después de que le asesinaran en Palma y lamentan el desapego social que detectan en la causa contra el terror

Encuentro de los amigos de Sáenz de Tejada en la casa del guardia civil fallecido hace 10 años - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

ETA celebró su medio siglo de existencia cobrándose la vida de dos jóvenes guardias con una bomba lapa colocada con tiempo suficiente para esconderse y preparada para matar a quien se subiera a un Nissan Patrol de la Guardia Civil de Calviá, en Palma de Mallorca. Todo tan miserable como su propia condición. El mallorquín de origen navarro Diego Salvá Lezaun y el burgalés Carlos Sáenz de Tejada García fueron su presa. Los terroristas no sabían a quién iban a matar, simplemente querían matar. Así fue como poco antes de las dos de la tarde del 30 de julio de 2009, ETA perpetraba sus últimos asesinatos en suelo español. Y así fue cómo la vida de dos chavales, sus familias y todo su entorno se partió para siempre. Nadie ha pagado por ese crimen.

Cerca de la vivienda familiar de la que Sáenz de Tejada salió tras celebrar los Sampedros de aquel año, su padre, José Antonio, toma café rodeado de Guzmán, el primo de Carlos, y cuatro de sus amigos: Luis, Daniel y los hermanos Víctor y Rodrigo. Podrían estar también Javier, Ricardo, Nacho, Eduardo, Sergio... El clan es amplio. «Ese día le acerqué yo a Barajas. Almorzamos un bocata de lomo con queso con una coca-cola, como a él le gustaba, y se fue. ¿Quién podía pensar que no le volveríamos a ver?», cuenta uno de los hermanos.

Para ellos también cambió todo esos días en los que algunos incluso hablaron con Carlos de lo que había pasado la madrugada anterior en Burgos. El tiempo ha paliado el dolor de la ausencia de su amigo, pero la sangre hierve con el relato de la actualidad. «Los sentimientos son de odio y rabia. Dicen que con ETA ha ganado la democracia, pero han ganado ellos. Están en la política, en los ayuntamientos, en el Congreso... Ves cómo entrevistan a Otegi, un terrorista, en la televisión pública. Ves cómo se permiten con toda impunidad homenajes a los asesinos excarcelados. ¿Quién ha ganado?», preguntan.

El asesinato de Carlos cohesionó hasta los límites la relación de todo su entorno. Su padres y hermanas le perdieron a él, pero ganaron a todos los demás. Los amigos de Carlos circulan por la casa de sus padres como por la propia. Celebran su cumpleaños, un campeonato de futbito en su memoria, acuden a la misa que se oficia cada año en su recuerdo (hoy, a las 19,30 en La Anunciación), han integrado a toda la familia en sus maratonianos ‘encuentros’... «Nos han quitado a Carlos, pero nos han unido más a todos».

la peor noticia. Asumen sin fisuras que el atentado, de una forma u otra, les cambió «totalmente». «El modo de percibir la vida, de intentar disfrutarla, de estar más con la gente que te quiere... Cuando pasa algo grave te das cuenta de lo realmente importante, pero dentro te lo llevas para siempre», admiten. Guzmán llamó Carlos a su primer hijo. «No estaba previsto. Ahora él dice que quiere ser guardia y futbolista, como el primo Carlos». ¿Sabe un niño de ocho años cómo murió aquel familiar al que jamás conocerá? «Sabe que le mataron unos hombres muy malos, sí».

El día de autos «fue lo peor». Las primeras informaciones hablaban de un guardia llamado Carlos Enrique. Un error porque Carlos jamás tuvo nombre compuesto, pero un error al que se aferraban como si les fuera la vida en ellos. O la de su amigo. «Llamábamos a su móvil y al principio daba señal, hasta que alguien decidió apagarlo. Supongo que nadie quería ser el mensajero de la noticia». Hace diez años no existía WhatsApp, advierten. Los medios se encargaron de hacer el trabajo. Varios tuvieron la confirmación cuando vieron por televisión «cómo la Guardia Civil se llevaba al aeropuerto a sus padres».

Desnortados y noqueados, algunos se arremolinaron en un banco junto al río. «Estábamos allí sin saber cómo reaccionar, hasta que nos fuimos juntando todos en un bar del G-3». Allí se abrazaron, bebieron en memoria de su amigo, algunos volvieron a fumar... Allí empezó a fraguarse un grupo indisoluble.

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