Las esguevas y el cólera morbo

ESTHER PARDIÑAS
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Los arroyos que surcaban el centro de la ciudad, además de regar huertas y mover molinos, servían para 'recoger' la suciedad de calles y viviendas

Bajo el Museo del Libro (c/ Travesía del Mercado -El Hondillo-) se descubrió y estudió hace unos años una esgueva abovedada. - Foto: Valdivielso

Las esguevas que atravesaban la ciudad de Burgos, según nos cuenta Ismael García Rámila, provenían de la laguna que el río Vena formaba desde la Casa de la Vega hasta la antigua plaza de toros. Para aprovechar esta agua se hicieron en la ciudad canalizaciones que atravesaron las murallas, confluyendo tres corrientes principales. Una de ellas que entraba por San Gil, por la llamada puerta de Margarita, y llegaba a Trascorrales y la actual Laín Calvo, se dividía, y su brazo izquierdo transcurría por la Pescadería de lo Salado (a la altura de la calle de la Paloma), seguía por la catedral y el palacio arzobispal, y continuaba con el nombre de Merdancho por Caldabades (Nuño Rasura) hasta Santa Águeda, y llegaba hasta la calle de la Ronda (al comienzo del paseo de los Cubos), por donde salvaba la muralla a la altura de la antigua puerta del Hierro, hoy desaparecida, y salía hasta los lavaderos y tintorerías de lanas, para más abajo dar caudal a unos molinos.

Teniendo en cuenta que estas esguevas transcurrían como canales abiertos y servían con su corriente para limpiar la suciedad acumulada en las calles de la ciudad, y que en la inmensa mayor parte de las casas el sistema sanitario fuera un «agua va», o en el mejor de los casos un lugar excusado con conducto directo a las esguevas, no es de extrañar que la confluencia de estas aguas llenas de residuos agravaran o incentivaran las epidemias de cólera, en las que la principal fuente de contagio eran las heces de las personas enfermas y las aguas contaminadas. Y que se considerara, según la teoría miasmática, que los miasmas pútridos que producían estas corrientes de agua agravaban las epidemias. Como hasta 1884 no se descubrió que la enfermedad la provocaba un bacilo, el vibrio colérico, se suponía que los efluvios fétidos que emanaban de las esguevas provocaban la enfermedad. Desencaminados no iban, aunque los olores y efluvios por sí solos poco tenían que ver. Además, el caudal de agua nunca era el mismo, y si bien en épocas de lluvia y abundancia bajaba con fuerza por las calles deslizándose por los innumerables regatos, en verano el caudal apenas bastaba para arrastrar la suciedad, por lo que los problemas sanitarios y la fetidez aumentaban.

Regadío regulado. El agua de las esguevas también servía para el regadío de huertas y jardines y su aprovechamiento estaba sujeto a normas, leyes e innumerables litigios. En 30 de octubre de 1787 discutía el cabildo un proyecto del maestro Hilario Alfonso Jorganes para realizar obras en el río Arlanzón y en las esguevas de la ciudad, porque se temía que tras las obras, el agua que quedara en ellas no fuera suficiente para los molinos ubicados más abajo de los lavaderos. 

En 1797 el maestro de obras Fernando de la Riva propuso al Ayuntamiento de Burgos un sistema de nivelación y aprovechamiento del agua de las esguevas mediante la construcción de tres presas, para conseguir que el agua corriera con mayor abundancia y se evitaran los perjuicios de la fetidez y los riesgos de salud. 

La limpieza o monda de las esguevas fue una constante para evitar los malos olores provocados por las inmundicias retenidas en ellas, y cada vecino aportaba una media de 6 a 13 reales, y el cabildo debía pagar un impuesto por la parte que le correspondía, por las casas que le pertenecían y alquilaba en las distintas calles, y también pagaban los capellanes de las diferentes capillas de la catedral. 

El Ayuntamiento tenía establecido un acuerdo con el cabildo catedralicio, del 27 de septiembre de 1779, en el que se contemplaban, entre otras condiciones, un pago equitativo de la monda de las esguevas, cuya limpieza salía a concurso y se asignaba a la mejor opción siempre en presencia de un miembro del cabildo. La limpieza de las esguevas de 1796 tuvo un coste de 15.700 reales, de los que el cabildo aportó la parte que le correspondía. En 30 de abril de 1797 la capilla de la Visitación pagó por la limpieza de las esguevas que transcurrían por las casas que le pertenecían en San Cosme, la Gallinería, Plaza Mayor, Cantarranillas y el Mercado Mayor.

La primera noticia del archivo catedralicio sobre un enfermo de cólera la tenemos en 1788. El canónigo José Redondo Portillo, convaleciente de la enfermedad, solicita el punto de cuartanario para poder salir a hacer ejercicio y recuperarse. El llamado punto de cuartanario se concedía a los canónigos convalecientes de alguna dolencia. Se llamaba así por las cuartanas, las fiebres intermitentes que también castigaban lo suyo. En los libros donde se apuntaba la asistencia de canónigos y capellanes, constaban los ‘puntos’ de enfermo o de cuartanario, para poder excusar su asistencia al culto. 

La primera epidemia. La primera epidemia terrible de cólera, que deja amplia constancia histórica y encima en plena guerra carlista, con lo que el movimiento de tropas supone para la transmisión de enfermedades, entra en Burgos en el otoño de 1833 procedente de Portugal, Huelva y Ayamonte, aunque ya desde el 19 de abril de 1832 pedía Fernando VII que se hicieran rogativas por el cólera que se padecía en Francia. 

En un intento de sanear la ciudad y conservar la salud pública, en 12 de agosto de 1833 se manda que se deje correr libremente el agua de las esguevas con todo su caudal, sobre todo por la noche, para limpiar las casas de Trascorrales, la Panadería, la Paloma, Caldabades, y Santa Águeda, destinando al riego tan solo la mitad del agua, durante el día. Sin embargo y a pesar de todos los esfuerzos, la Junta de Sanidad de Burgos pide en 1 de octubre de 1833 que un diputado del cabildo, como patrón del Hospital de Barrantes, acuda a las Casas Consistoriales para preparar la acogida de los enfermos coléricos en el hospital de la Concepción, y tratar al resto de pacientes en los demás hospitales. 

Se prepara también para los afectados el colegio de San Nicolás y en 28 de julio de 1834 se solicitan 10 camas del hospital de Barrantes, por no ser suficientes las que ya están dispuestas en los demás establecimientos. 

Durante estos meses se celebran rogativas para pedir por el fin de la epidemia, aunque el canónigo Francisco Pampliega González reclama que no se celebre misa en las capillas de la catedral, y que si se hace se haga con suficiente ventilación. 

Por fin el 24 de octubre de 1834 el Te Deum en la catedral marca el fin de una epidemia que se había cobrado innumerables vidas, que había sembrado el pánico y que había hecho que la gente pensara incluso que se envenenaban las aguas.

20 años después, otra. Solo 20 años después el cólera morbo asiático hacía de nuevo su aparición y, aunque un poco menos virulento que el anterior, la situación fue también dramática y desesperanzadora. Desde el 28 de febrero de 1854 el alcalde de Burgos, Timoteo Arnaiz, reclamaba al cabildo 20 camas en el hospital de Barrantes por si se propagaba el cólera desde los pueblos de Galicia, donde ya se había declarado. El 20 de septiembre se hace necesario y el cabildo concede 24 camas en su hospital y 6.000 reales para ayudar a la contención de la epidemia.

El arzobispo de Burgos, Cirilo Alameda y Brea, pide que en las misas se incluya la rogativa pro vitanda mortalitate, propia de los tiempos de epidemia, y que se haga una procesión por el claustro de la catedral con la imagen de Nuestra Señora de Oca. Imagen que hoy se puede contemplar en la capilla de Santa Catalina del claustro de la catedral. No obstante, una vez que la enfermedad hace su aparición en Burgos en torno al 18 de junio de 1855, el propio arzobispo pide en esta ocasión que se continúen las rogativas, pero que no se celebren las procesiones de San Juan Bautista ni de San Juan de Sahagún, y que se evite toda aglomeración de personas en la catedral. Al mismo tiempo se nombran seis beneficiados que atenderían en la parroquia de Santiago (dentro de la catedral, hoy capilla de Santiago y museo catedralicio) a todos los enfermos que lo necesitaran para prestarles ayuda. 

Creemos, como cuenta José Ramón Urquijo sobre el cólera que afectó en Madrid en estos mismos años, que algunas parroquias se dedicaron a la atención de enfermos, porque el cólera si no era muy grave y necesitaba atención hospitalaria se pasaba confinado en casa, y desde las parroquias convertidas en centro de atención se derivaba a los enfermos. Los entierros se celebraban sin llevar el cuerpo a la iglesia para evitar los contagios.

Desamortización. En 28 de julio de 1855 el alcalde, Eleuterio Moreno, solicita al cabildo que cierre la esgueva que transcurría por detrás del palacio arzobispal y las casas de la Lencería para evitar la profusión de los miasmas del cólera. El cabildo contesta que no puede por haber sido objeto de la desamortización esas casas y no tener la propiedad sobre ellas. Al mismo tiempo y para financiar los 6.000 reales que ha ofrecido para costear las camas de los enfermos en esta epidemia, emplea 1.000 reales de los fondos del hospital de Barrantes y otros 3.500 de la obra pía de Pedro Fernández de Castro, que tenía una cláusula para poder ayudar en épocas de plagas y hambrunas, porque se ve el cabildo imposibilitado para pagar por carecer de fondos, a diferencia de en 1833, cuando pagó de su propia mesa capitular 25 camas y los gastos de los afectados.

El edicto del 16 de octubre de 1855 del alcalde, Lorenzo García Esteban, y el Te Deum en la catedral un día después marcarían el fin de otra epidemia que había durado cuatro meses. Dos años después Gumersindo Fernández de Velasco presentaría un tratado sobre el cólera morbo con las precauciones higiénicas más adecuadas.

En 1857 comienzan las obras de cerramiento de las esguevas -la de las denominadas casas boticas de la calle de la Paloma importaron 16.000 reales- y en 1861 continúa el cabildo cerrando y adecuando las esguevas y canalizaciones de las casas de su propiedad, en un intento de mejorar la higiene.

Aún atravesaría Burgos otras dos epidemias en este siglo: en 1865 comienza otra vez el cólera, que esta vez entra por Valencia y aunque el cabildo ofrece en otoño de ese año 10 camas completas y enseres para aliviar al vecindario, no se hace necesario. Aún así, el Ayuntamiento repartirá en noviembre una instrucción sobre el desarrollo del cólera morbo asiático, los síntomas, las precauciones que deben tomarse y la organización del cuadro sanitario. Lo que volvería a repetirse en la epidemia de 1884, que llegaba de los puertos de Tolón y de Marsella y que alcanzaría Burgos en el verano de 1885 y no se daría por concluida hasta la celebración del Te Deum de 11 de noviembre de 1885.

Hoy tristemente los cordones sanitarios, el miedo y la incertidumbre no nos son ajenos. Esperemos que pronto los dejemos atrás y podamos celebrar, una vez más, el fin de una pandemia.