«Los alumnos me han exigido intentar ser buen docente»

B.G.R
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El 1 de octubre será el último día de trabajo para Javier Ruiz Álvarez tras 32 años de carrera, 6 como director del Diego Marín Aguilera

Ruiz Álvarez, en el instituto en el que ha pasado 18 años como profesor de Filosofía. - Foto: Luis López Araico

Javier Ruiz Álvarez es uno de los profesores que este año se acogerá a la jubilación voluntaria. Con 60 años y 32 dedicado a la docencia, considera que ha llegado el momento de «dejar paso a los profesionales que vienen detrás» y poder centrarse en otras vocaciones a las que la de la enseñanza les ha robado tiempo, como la lectura, el teatro o la escritura. Antes de irse el 1 de octubre, empezará el curso en su instituto, el Diego Marín Aguilera, del que ha sido director desde 2015 para ayudar a sus compañeros en el traspaso de trabajo.

Licenciado en Filosofía, considera que es un «lujo» poder decir adiós a la vida laboral a su edad, pero cree que ha llegado su momento. Asegura que la pandemia no ha tenido nada que ver en su decisión, si bien reconoce la «dureza» del curso 2019-2020, cuando estalló la crisis, que fue mucho más costoso que el pasado al haberse podido recuperar la presencialidad. «Nos lo esperábamos peor de lo que luego ha transcurrido», manifiesta. 

Comenzó a trabajar con 28 años, primero en el Comuneros de Castilla, después en un centro de Fabero (comarca del El Bierzo), en el Vela Zanetti de Aranda y el resto en el Diego Marín. En la última etapa de su carrera profesional ha compaginado la docencia con la gestión, primero como jefe de estudios y más tarde como director, cargos a los que accedió por «casualidad» pero en los que admite «haber disfrutado mucho». Sin embargo, se queda con la primera función porque «lo que me gusta es dar clase».

Ha llegado a tener hasta 150 alumnos en un curso, aunque el número ha ido disminuyendo debido a la materia que imparte, que solo es obligatoria en primero de Bachillerato y no en segundo, aunque volverá a serlo con la nueva ley educativa (Lomloe). Cambios que no han mermado su ilusión y que extiende también al perfil del alumnado, «que ahora es tecnológico y antes no». «Una de las dificultades de esta profesión es que tienes que ir adaptándote a cada generación de estudiantes», precisa, poniendo como ejemplo todo el campo digital y la utilización a veces indebida de los teléfonos móviles.

No habla de generaciones mejores y peores, algo que considera como mantra que se dice cuando «nos hacemos mayores». «Son distintos, tienen otros valores y los responsables son los padres, los educadores y la sociedad en general», agrega, extrayendo de su experiencia una lectura positiva sobre lo que ha aprendido de sus alumnos. Y esa tiene que ver con «haberme exigido que intentara ser buen profesor», además de «aprender a escucharles y adaptarme a su mundo». 

La ilusión y las ganas de adquirir conocimientos son las principales motivaciones que ha recibido de quienes se han sentado en los pupitres de sus aulas. Una experiencia que siempre le acompañará toda la vida pero que no le genera «nostalgia», aunque sí que reconoce que echará de menos impartir clase y el contacto con sus compañeros. Le queda la filosofía, que entiende como «una manera de vivir» y a la que dedicará aún más horas cuando ya disponga de tiempo.

Ruiz se va con la llegada de una nueva ley educativa, una más de las muchas que ha vivido y que asegura que «nacen muertas porque no son fruto del consenso». Porque para este profesor, la enseñanza debe de cambiar y concebirse como  algo «integral» donde, además de la transmisión de conocimientos, tengan en cuenta las emociones y los sentimientos del alumnado.