El abuelo de la provincia cumple 107 años

A. HERRERO
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Procopio Angulo alardea en Quintanilla de la Mata de la suerte que ha tenido en la vida. "El truco para vivir tanto es comer bien y no trabajar", asegura

Procopio Angulo, tras una vida llena de idas y venidas, mañana celebra 107 años en Quintanilla la Mata, el pueblo que le vio nacer, donde conoció a la que fue su mujer y al que acude todos los años para pasar el verano. Muy elegante para la ocasión, 107 años no se cumplen todos los días, Procopio nos recibe a las puertas de su casa para revivir algunos de los momentos más alegres y tristes de su dilatada vida, como por ejemplo los de la Guerra Civil cuyas imágenes todavía perviven en su memoria. «No pasé hambre, comía mejor que en el pueblo», asegura, a la vez que la define como su etapa más difícil.

En el año 1936 fue llamado a filas para luchar en el bando nacional y durante casi tres años se recorrió España de norte a sur y de este a oeste combatiendo para derrocar a «los rojos». Se define como un hombre con suerte, emocionado y con una lagrimilla cayendo por su cara, relata que «era ranchero y cuando estaba en el almacén, cayó una bomba a mis pies que no explotó. En ese momento me acordé del patrón de mi pueblo, ¡Viva San Adrián!».

Otra de las anécdotas que le ocurrieron cuando estaba en la guerra fue, como relata su hija cuando «tuvieron que echar a suertes el ir a por leña porque fuera, estaban cayendo bombas por todos lados» a lo que Procopio la rebate, sin quitar su pensamiento de la guerra, que sus compañeros «estaban en medio de la cocina y la bolaron, un cañonazo que mató a dos o tres personas». Efectivamente, se salvó de nuevo por tener que ir a por leña y asegura que fue «un hombre con suerte»

Una vez terminada la guerra, regresó a su pueblo de origen. No podía ocuparse del campo por una dolencia de la que se enteró cuando no estaba trabajando por lo que decidió dedicarse al comercio y a la venta ambulante de telas. Después de ‘hacer caja’, vivió algunos años a caballo entre Lerma, Quintanilla la Mata y otros de pueblos de la comarca del Arlanza. Compraba telas en Barcelona y Bilbao y cuenta que se iba por estos pueblos a venderlas y,en ocasiones, echaba mano del trueque, «intercambiaba telas, algunas veces me daban diez kilos de alubias y cogía y las vendía en otro pueblo más caras», relata Procopio.

una hija de 83 años. Su hija, que desde hace 30 años cuida de su padre junto a su marido, cuenta como fueron esos diez años en Lerma, «a los 16 años empecé a trabajar en la tienda, cosiendo y vendiendo telas con mi madre. Nos recorríamos los cinco kilómetros que separaban Lerma de Quintanilla la Mata y con el dinero que ganábamos, mis hermanos podían estudiar».

Con las 13.000 pesetas que consiguió de la venta de su ganado y con la vista siempre puesta en el negocio, Procopio y su familia, se trasladaron, a Burgos y montaron tres negocios paralelos en la Plaza del Rey donde aun se pueden ver los antiguos carteles. Una carnicería, de la que se encargaba su hija, una mercería para su madre y los ultramarinos en donde trabajaba el propio Procopio, aunque su hija confiesa que «de vez en cuando se pasaba a ayudarme a destazar la carne», y resalta que «a él se le daba todo bien».

vida apacible. Después de jubilarse, adoptó la tradición irse a Benidorm todos los veranos para «bailar unos chotis». Ahora, reside en Burgos y pasa los veranos en su pueblo donde se encuentra muy tranquilo y dice que lo que más le gusta hacer es «mirar al sol».

Una de sus aficiones, aunque tiene pocas, son los toros y el Real Madrid. Tampoco se queda atrás y da su opinión sobre el conflicto catalán «no los trago, ni antes, ni ahora», asegura Procopio recordando los malos momentos que pasó combatiendo en Barcelona.

Se puede decir que su vida, aunque no fue un camino de rosas, fue buena, pudiendo dar estudios a sus hijos, montar tres negocios y vivir bien. Su único deseo por ahora es «seguir cumpliendo años».