"Alabamos más lo de fuera que lo nuestro"

H.J.
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No presiden, no representan, no quieren foco...Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Juan Luis González Ubieta es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

Juan Luis González Ubieta. - Foto: Luis López Araico

* Este reportaje se publicó el 20 de enero de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

Nunca pudo imaginar que acabaría viviendo en Burgos, pero así lo quiso el destino cuando, acabada la mili de dos veranos en La Granja de San Ildefonso, pidió 12 destinos para las prácticas de alférez. La vieja Cabeza de Castilla, entonces una ciudad repleta de militares, era su última elección y fue justo la que le tocó.

Así fue como se mudó desde su Madrid natal, donde había venido al mundo en 1941, Juan Luis Diego González Ubieta y Sainz de los Terreros, de familia paterna alavesa y materna cántabra, un joven aparejador que había estudiado en el Instituto Ramiro de Maeztu justo cuando empezaba a despuntar el germen del club de baloncesto Estudiantes.

Su padre, director de Personal en el Banco de España, podía permitirse una vivienda en el barrio de Salamanca y allí también vivía su novia. Los dos tenían planes para casarse y quedarse en la capital de España, pero saltaron por los aires cuando le mandaron a Burgos a principios de 1965. "Viajé el 9 de enero, en tren, y me destinaron a Artillería, en los cuarteles que había en la calle Vitoria", recuerda hoy ante un café cortado con leche fría quien llegó a ser el jefe de Bomberos del parque de Burgos durante casi 30 años.

A su llegada se encontró con una ciudad en ebullición, con el Polo de Desarrollo recién concedido el año anterior, en la que había muchas cosas por hacer, y de la mano de su mentor, Domingo Echeverría y Martínez de Marigorta, primer director de la Escuela de Aparejadores, comenzó a dar clases en ella mientras lo compaginaba con trabajos como la reforma de la Ciudad Deportiva Militar.

Casi no tenía experiencia profesional, aunque en Madrid ya había estado con el padre de la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada, pero en Burgos fue ampliando rápidamente horizontes profesionales que le obligaron a convencer a su novia de que podían quedarse aquí. En 1966 el Ayuntamiento de Burgos, necesitado de mucho personal para gestionar el rápido crecimiento al calor del impulso industrial, sacó tres plazas de aparejadores y entró a la administración local como interino. Entonces trabajaban en la entrecubierta del Teatro Principal, a la que accedían por una escalera situada junto a la puerta giratoria del vetusto café Pinedo, y recuerda que desde allí tenían ventanas al palacio de la Diputación Provincial.

Cinco años más tarde, ya plenamente asentado con su mujer en la ciudad donde han criado a sus tres hijos, saca la plaza definitiva a la que se presentaron 12 aspirantes y comienza a encargarse de tareas relacionadas con el parque de Bomberos. Por entonces eran siempre los arquitectos y aparejadores los responsables del servicio de prevención y extinción de incendios, puesto que se concebía como algo muy vinculado a las estructuras de los edificios y al conocimiento del comportamiento del fuego en su interior, y definitivamente en 1976 pasa a encargarse casi en exclusiva de este cometido.

Insiste Ubieta en ese "casi" porque siempre le llegaban consultas sobre otros temas: "Me ha tocado hacer de todo, desde estar presente en la subasta de las barracas a llevar la sección de ruinas, licencias...". Hasta fue el primer presidente de la Junta de Personal. Todo un veteranísimo del organigrama municipal.

Por fin, después de tanta provisionalidad, en 1982 le confirman como jefe de Bomberos y entonces afronta uno de los momentos clave en la historia reciente del cuerpo. Desde la vieja sede del principio de la avenida del Cid, donde estaban "como tres en un zapato" y donde ni siquiera cabían los camiones en el propio inmueble (tenían que alquilar un garaje cercano) afrontaron el traslado a una nueva ubicación en la avenida de Cantabria.

Se trata de las oficinas que hoy en día todavía están en funcionamiento y que tan bien han envejecido desde su estreno entre finales de 1985 y principios de 1986. Por primera vez estaban y trabajaban juntos los bomberos y la Policía Local en un lugar moderno, bien comunicado con los distintos barrios de la ciudad y con amplitud más que suficiente.

La obra, según recuerda Juan Luis, costó 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros), solo duró un año y medio y permitió generar 1.500 metros cuadrados puestos al servicio de la seguridad ciudadana en sus múltiples vertientes, donde posteriormente se sumaron las áreas de Movilidad y Tráfico.

La sede no se ha movido, pero desde entonces las circunstancias del trabajo de los bomberos sí que han cambiado. "En el fondo no mucho, pero en otras cuestiones como los materiales sí", explica el exjefe. Los tejidos con los que se fabrican las ropas están mucho más estudiados y los vehículos son más modernos, aunque el problema que siempre permanece pendiente de solución es el del personal, que nunca será suficiente ante las inagotables necesidades que pueden surgir.

Ubieta recuerda que en su época ya eran más de 100 efectivos en el parque y eso puede parecer mucho, "pero hay que trabajar durante las 24 horas 365 días al año y siempre tiene que haber un mínimo de personal pensando en salidas simultáneas o trabajos auxiliares, además de gente que permanezca en el parque para cuestiones como la atención al teléfono".

Precisamente ahora es cuando se jubilan las grandes promociones de principios de los años 80 y ese retiro masivo y simultáneo ha traído no pocos quebraderos de cabeza a los responsables municipales. La solución no es otra que convocar oposiciones, algo que fue especialmente complicado durante los años más duros de la crisis y cuya preparación necesita su tiempo. "Es verdad que puede haber un problema de renovación, pero un proceso así es largo", justifica.

Alegrías y penas. Una profesión tan sometida a los vaivenes cotidianos está salpicada de penas y alegrías constantemente, tal y como recuerda Ubieta. "El trabajo en el parque de bomberos te proporciona muchas satisfacciones y al mismo tiempo muchos disgustos. Hay momentos felices cuando consigues salvar una vida o controlar un siniestro para que solo haya daños materiales, pero también instantes muy duros de accidentes y de muertos".

El más terrible de sus recuerdos es el vinculado al accidente de la calle Sauce. Diez operarios de la empresa Arranz Acinas, que se disponían a iniciar su jornada laboral para ejecutar las obras del carril bici, murieron tras una tremenda explosión que les provocó una intoxicación por humo. Siete perecieron el acto y tres perdieron la vida tras ser ingresados. Otro más sobrevivió, pero nada se pudo hacer por el resto. "No nos dio tiempo a llegar ni a actuar. Ni a nosotros ni a nadie", recuerda Ubieta.

Por contraste, entre sus momentos memorables en la profesión está un chascarrillo protagonizado por él mismo. Siendo ya jefe de Bomberos se le ocurrió comprarse un Renault Fuego, lo que ya tiene su aquél. Pero el colmo fue cuando nada más estrenarlo, con solo 12 kilómetros de rodaje, salió ardiendo junto al Hotel Landa. Ese día no solo tuvo que suspender la comida que había organizado con sus suegros en Lerma y a la que se dirigían con su flamante adquisición, sino que se vio obligado a soportar las bromas de sus subordinados, que tuvieron que apagar el Fuego de su más alto mando. El concesionario le entregó otro vehículo, pero la anécdota no se la pudo quitar nadie.

Tampoco se olvida de una ocasión en la que el parque recibió una llamada para hacer un curioso salvamento. "Los bomberos acudieron a una cestería de Huerto del Rey y se encontraron a un dependiente subido a una mesa, mientras en el suelo había una iguana enorme que se había escapado de un terrario de una vivienda superior".

Con esos buenos recuerdos se queda ahora que tiene todo el tiempo libre del mundo, camino de unos 79 años muy bien llevados y siempre elegante en el vestir. No ha perdido la actividad, y sigue haciendo peritaciones para empresas privadas que le llaman para hacer valoraciones de edificios, informes y siniestros. De paso así viaja un poco y mantiene la agilidad mental (apenas necesita cuatro notas escritas para acordarse de todos los años citados en este relato) y física.

Juan Luis ha esquiado mucho y bien, sin sufrir nunca una caída de gravedad como él mismo destaca, pero lo dejó hace dos años entre otras razones por los insistentes consejos de su esposa y por prevención de posibles lesiones. Es también nadador, aunque no de los que se machacan durante el invierno en la piscina cubierta sino de los que prefieren gozar del ambiente mucho más agradable del verano.

No es futbolero y en su momento siguió al Tizona de baloncesto, aunque ahora está más desenganchado del San Pablo y sí que se anima a pasar frío en San Amaro para ver jugar al rugby, deporte que practica uno de sus nietos y de cuya proyección como deportista se muestra orgulloso. Con esa misma satisfacción de abuelo muestra las fotos que lleva en el teléfono del resto de sus nietos. Tiene siete, con edades comprendidas entre los 7 y los 19 años, y uno de ellos ya está estudiando Medicina en Madrid.

45 años de perspectiva. Un empleado público como él, que estuvo 45 años trabajando para el mismo ayuntamiento, las ha visto de todos los colores con diferentes corporaciones. Para más inri vivió de lleno la transición de la dictadura a la democracia, la ampliación física de la Casa Consistorial y su ensanchamiento en competencias y modernidad, así que tiene una panorámica privilegiada sobre cómo ha evolucionado la ciudad desde la época del blanco y negro.

No es "de Burgos de toda la vida", pero se siente como tal, pues dice que al fin y al cabo él también vino de un pueblo aunque fuera "del pueblo más grande de España", en el que al final cada uno hace vida de barrio y apenas se mueve de su círculo habitual. Es, por tanto, un burgalés de adopción de aquellos que quieren a la ciudad como si fuera la suya propia.

"Burgos me gusta muchísimo, ha cambiado mucho desde que yo la conocí en 1965 y nos hemos quedado aquí tras la jubilación porque aquí está nuestra familia, nuestros tres o cuatro grupos de amistades y es mucho más cómoda que la vida en Madrid", comenta. Apenas vuelve ya en ocasiones puntuales a la Villa y Corte y esta es su Casa, con mayúsculas.

Cuenta maravillas del centro de la ciudad, no solo de la Catedral sino que al listado de lugares que merecen mucho la pena suma "mil cosas más con un valor que no se encuentra en otros sitios. El retablo de San Nicolás, la iglesia de San Gil, el eje que forman el Espolón y la Quinta...". Solo tiene una pega para los burgaleses: su pesimismo. "Tenemos la costumbre de alabar más lo de fuera que lo nuestro y de criticar especialmente lo de dentro". Y lo dice alguien que tiene con qué comparar y que llegó desde otra ciudad, lo cual suele proporcionar una mejor perspectiva.

Ese derrotismo tan castellano, junto con algún otro detalle negativo "como la ubicación de la nueva estación de trenes, que no me gusta nada" queda eclipsado por tantísimas cosas buenas que el histórico jefe de Bomberos relata de su lugar de adopción. Quién le iba a decir a él que el pasillo de nieve que le recibió en aquel enero de hace 55 años estaría más que derretido por el calor del tiempo pasado y de las vivencias acumuladas a orillas del Arlanzón.