Belén Delgado

Plaza Mayor

Belén Delgado


Una fábrica de perfumes

10/08/2020

Los pueblos agonizan. Salvo en verano y algunos fines de semana, cuando las familias reabren las casas de los abuelos y padres, el resto del año el mundo rural es un desierto potenciado por la falta de empleo, la escasez de servicios (lo que está ocurriendo con la sanidad rural es vergonzoso), vías de transporte ineficientes y la poca o nula conexión digital. El panorama de la denominada España vacía es la pescadilla que se muerde la cola. Porque sin actividad productiva, el pozo se hace cada vez más hondo para esos territorios incapaces de fijar población joven, y mucho menos de atraer nuevos habitantes.
En la época de las ‘vacas gordas’, decenas de ayuntamientos de medio y pequeño tamaño se lanzaron a la loca carrera de urbanizar miles y miles de metros cuadrados de suelo para polígonos industriales. Daba igual si había o no empresas interesadas y dispuestas a construir naves en esas parcelas. El caso era llenar los extrarradios del pueblo con calles de cemento y farolas, esperando su particular ‘Bienvenido Mister Marshall’. Ahí siguen. Vacíos tras un despilfarro millonario.
En este páramo de actividad económica han surgido en los últimos años algunos proyectos que, sorprendentemente, se han topado con el rechazo de los habitantes de las zonas en las que quieren ponerse en marcha. Y me refiero a las macrogranjas porcinas, a algunas canteras de áridos y a parques eólicos. Tres actividades que ‘molestan’ porque provocan malos olores, polvo, ruido e impacto visual, inconvenientes todos ellos que son mucho más importantes, trascendentales e invalidantes que los puestos de trabajo que generen, la riqueza que creen en el municipio y la población que fijen.
Para alguien, como servidora, que ha nacido y crecido en un pueblo, habituada, hasta hace no muchos años, a ver a la gente pisar boñiga de vaca y de oveja y a usar la cuadra como cuarto de baño, resulta incomprensible que de repente se demonicen las granjas porque huelen mal. El rechazo, de haberlo, tiene que venir porque el proyecto no cumple con todas las exigencias medioambientales y técnicas, incluidas las que se refieren a vertidos a los ríos. Lo otro, el no por el no, son ganas de tocar las narices. O de esperar que en vez de cerdos llegue Chanel y monte una planta de perfumes. O Mercedes una fábrica de coches. Vamos listos.