«Jugaba horas y horas y horas y horas»

A.G.
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Sagrario ha sido siempre una madre abierta, pero a la vez muy firme en cuestiones de disciplina. Nada indicaba que uno de sus hijos pudiera tener un problema de abuso de la tecnología. Pero lo hubo y suficientemente importante como para pedir ayuda

En el ‘Fornite’ solo puede quedar un jugador. - Foto: Luis López Araico

Sagrario ha sido siempre una madre abierta, con las ideas muy claras sobre la importancia de la comunicación con sus hijos, mucho sentido del humor pero, a la vez, muy firme en cuestiones de disciplina. Especialmente lo fue con el móvil ya que tres dos hijos no lo tuvieron hasta los quince años, muy por encima de la media del resto de sus clases. Y no solo eso sino que en su casa siempre hubo unas normas muy claras: nunca se usaba por la noche ni en horas en las que había que hacer otras cosas como deberes o salir con los amigos. Lo mismo pasaba en su casa con el ordenador. Había uno y en el salón, es decir, que el uso era muy controlado. Así que nada indicaba que uno de sus hijos pudiera tener un problema de abuso de la tecnología. Pero lo hubo y lo suficientemente importante como para que ella pidiera ayuda.

«Yo conocía Proyecto Joven de una charla que dieron en el colegio cuando los niños tenían 12 años, así que en el momento en el que empecé a ver que la cosa se nos iba de las manos les llamé», cuenta. 'La cosa' es que el menor de sus hijos comenzó a tener un abuso de uno de los videojuegos que en la entidad más conocen: LOL. «Se pasaba jugando horas y horas y horas. Con el confinamiento le tuvimos que comprar un ordenador para que siguiera las clases on line y eso hizo que lo tuviera en su cuarto y se enganchó».

El problema de fondo, ahora lo saben, fue un duelo no resuelto. El abuelo del chico falleció y a él le costó mucho encajar la nueva realidad, de manera que se volcó en un juego que, probablemente, le hacía no pensar. «Las cosas en casa se pusieron difíciles, no había forma de hablar con él, a todo contestaba con gruñidos y gritos, dejó de salir con los amigos y, claro, nosotros pensábamos que le estaba pasando algo», recuerda Sagrario.

Cuando las peleas comenzaron a ser constantes, la madre no se lo pensó dos veces y contactó con Proyecto Joven. Allí, de la mano de la terapeuta Olga Vadillo y del grupo de padres, consiguió que su hijo regulara los tiempos que dedica al juego, que hablara de la pérdida que había experimentado y que las cosas se normalizaran. El proceso ha durado alrededor de nueve meses -la profesional se reunió con los padres, con el hijo y con la familia al completo en diferentes momentos- pero ella sigue acudiendo a los grupos: «Compartir las experiencias me resulta gratificante. Mi hijo tardó alrededor de dos meses en comenzar a revertir su actitud y ahora se gestiona bien los tiempos y ya no está encerrado. Ha sido todo un alivio». 

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