Ya asoma el sombrío otoño a través de los ojos de los paseantes; los pájaros mañaneros ya no cantan con tanto entusiasmo; los días se apagan antes y la noche y la penumbra se convierten en algo innato abrazando las calles y proyectando así toda la belleza que reflejan esas medias luces.

Y allí, en lo alto de aquella colina sigue en pie aquel precioso árbol de copa frondosa y lleno de vida al que todo el mundo ha visto crecer con tanta admiración y empatía; aunque en el último año ha sufrido el resquebrajo de alguna de sus ramas, él sigue luciendo con todo su esplendor.

Pasará el otoño, caerán todas sus hojas dibujando con ellas un precioso manto de color ocre a sus pies; llegará el invierno, para entonces ya estará desnudo, sintiendo en su vieja corteza cada ráfaga de viento y cada gota de lluvia que se convertirá en ese bello rocío provocado por las duras heladas de la noche; y aún así será capaz de hechizarnos a todos mostrando toda la belleza y pureza de ese instante. Y llegará la primavera y con ella volverán a germinar esas olorosas y pequeñas flores a las que siempre les gusta rodearte para hacerte sentir más noble y más fuerte; y detrás de ellas, un nuevo verano; el sol brillará en lo alto y tú volverás a ver brotar todos tus encantos; hermoso y lozano seguirás presidiendo tu colina. Porque sea la estación que sea, en ti… siempre hay vida; siempre vida.