«Hay que huir a la realidad; dejar este mundo 'pantallado'»

ALMUDENA SANZ
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J. Á. González Sainz traza una búsqueda sobre el papel del hombre en una sociedad dominada por la técnica en 'La vida pequeña', que presenta esta tarde en el Palacio de la Isla

González Sainz vuelve a la capital burgalesa con su nueva obra. - Foto: E. GUTIÉRREZ MARTÍNEZ

Se mueve cual equilibrista en la delgada línea que separa la ficción y el ensayo y se divierte en un baile de máscaras que intercambia con habilidad y agilidad, de la bien humorada a la de sesudo intelectual, de la que brujulea en los recuerdos del pasado a la que tira del oficio de filólogo... González Sainz dibuja una pirueta más, sin estridencias y con un rastro perfectamente perseguible, en su trayectoria literaria con su último libro, La vida pequeña. El arte de la fuga, sobre el que, invitado por la librería Luz y Vida, hablará esta tarde en el Palacio de la Isla (19.30 h.).

«Es un proceso de búsqueda largo, de indagación, no solamente de contenidos. Para resumirlo bastante brutalmente, parte de la pregunta ¿cuál es el lugar del hombre en la actualidad en un mundo completamente dominado por la técnica? La técnica como esa capacidad de conseguir logros que se vale de cualquier medio, desde la ciencia hasta la mentira sistemática. En ese mundo, que hoy es el centro, con sus ramas en la comunicación, el espectáculo y la economía, me pregunto cuál es el papel del viejo hombre humanista ilustrado, cuál es nuestra capacidad de acción, cuál es nuestra libertad», sostiene el escritor soriano al tiempo que observa que «es una pregunta de fondo, que parte de un hartazgo, de un sufrir con cada vez menos paciencia este mundo disparatado, y de búsqueda de realidad, del hecho que está detrás de las palabras y las imágenes, una búsqueda que no es ingenua, que se ha producido desde el comienzo y a lo largo de la historia de las ideas».

Da cuenta de esa operación en 202 páginas, a pequeños pasos, con las paradas que facilita su articulación en 62 capítulos. No es un libro para darse un atracón. El propio autor toma prestada la imagen de un columnista de Zaragoza para aconsejar su consumo como se hace con una tableta de chocolate negro, «de poquito en poquito».

En esa misión andaba González Sainz cuando la pandemia se hizo carne. Nos envanecíamos por no haber tenido que afrontar en nuestras vidas ninguna gran hecatombe colectiva propiamente dicha durante las últimas generaciones (...). Es más, creíamos de veras, algunos a pie juntillas, que eso ya no iba con nosotros, que era cosa de otras latitudes físicas y mentales y, sobre todo, que era cosa de la Historia y la Historia ya había terminado. Pues ahí está, de nuevo y como siempre, pillándonos el destino, dándonos alcance y arrollándonos la antigua parca, las viejas Moiras hilando y devanando y cortando hilos (página 13). La catástrofe provocada por un bichito, dice, solo le hizo añadir algunas reflexiones y percatarse de que el palo recibido se inscribe perfectamente en lo que viene pensando en los últimos años.

Unos pensamientos que vuelca desde un yo ficcionalizado, «con todas sus miserias, sus dudas», y como un conjunto de voces que colorean sus reflexiones. Desde los recuerdos de una infancia y una juventud perdidas, que dibujarán sonrisas o moverán cabezas en señal de asentimiento, a otros análisis sobre la omnipresencia de la técnica en todos los ámbitos.

Desde la política -«es un mero arte de birlibirloque, es imposible creerse la mayor parte de las cosas que dice. El alejamiento de la política de la responsabilidad y del análisis de las consecuencias que traen las decisiones tomadas nos va a costar muy caro»- a la cultura -«estamos asistiendo a una catástrofe cultural de una magnitud extraordinaria, que justamente tiene su huevo de serpiente en las universidades americanas de los años 80, con directrices que hemos ido copiando irresponsablemente en Europa y salta a la vista la degradación de lo que ha sido siempre la gran cultura clásica, humanística e ilustrada; vamos por los peores andurriales»-.

La vida pequeña, pensada inicialmente como una trilogía, aunque el autor ya no lo tiene tan claro, desde luego no en los plazos previstos (uno cada año), si a algo invita, apunta, es a huir a la realidad (página 134). «Estamos huyendo de la realidad, pero hay que huir a la realidad, huir de este mundo fantasmagórico, súper interpretado, súper pantallado, y tratar de buscar qué de real hay en las cosas, el dato, el hecho concreto», propone.

Diez años sin ETA

La ocasión la pintan calva. González Sainz escribía de ETA cuando la literatura miraba en otras direcciones. Lo hizo en Volver al mundo (2003) y Ojos que no ven (2010) y reconoce que incluso antes de este tuvo un proyecto que retuvo por la imposibilidad de resolver el conflicto ético que le suscitaba. No sabe si saldrá algún día. «Ya no es algo tan urgente, ya no es el páramo que era, se acabó la escasez de libros de ficción sobre esa realidad que había entonces», señala y admite que, por supuesto, el tema le sigue interesando «como escritor y como ciudadano».

Y por eso, el pasado martes arremetía contra las palabras de Arnaldo Otegi con motivo de los diez años del fin de ETA: «Simplemente, me parece un lenguaje de una obscenidad extraordinaria. 'Se ha producido un dolor', tan impersonal, como si fuera la lluvia o una explosión volcánica, que se produce. Cuando hay un crimen hay una víctima y un asesino».