Paseaba a principios de mes por una feria de turismo cuando desde un stand llamaron mi atención para proponerme votar como mejor árbol del año un carballo centenario del frondoso paisaje arbóreo gallego. Fue en ese momento cuando descubrí que existe un concurso, promovido por la Fundación Feu Vert y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que desde hace seis años reconoce aquel árbol singular con el que las personas establecen una especial relación afectiva.

La mecánica del concurso facilita que, tras la selección previa realizada por un jurado de expertos, el público pueda votar, directamente online, por su ejemplar favorito. De ahí la campaña realizada para captar votos por el centenario roble santiagués, a la postre ganador este año.

Investigando un poco sobre el proyecto, descubrí con sorpresa que había dos candidatos burgaleses, el moral de Las Tormentas, de Sequeras de Haza, y el moral de Villoviado, sexto y undécimos clasificados respectivamente, iconos del paisaje y la memoria de estos municipios y que tanto me recordaron al moral de mi pueblo, Villovela de Esgueva, que este mismo verano volví a visitar con mi familia, disfrutando de su cobijo y sus escandalosos frutos.

Y sin duda en esa lista de árbol singular, admirado y protegido como patrimonio natural, por su importancia, belleza y edad, debería estar el roble de Las Mijaradas, cuya crónica de muerte anunciada leía pocos días después en estas mismas páginas, espantado por tan impune sacrificio natural.

Me llama poderosamente la atención que en un momento como el que vivimos de reforestación para compensar nuestra huella de carbono en el planeta, no seamos también capaces de completar esa recuperación con la conservación de los ejemplares más icónicos de nuestra flora. Todos los árboles, por lo que representan y aportan, debería ser el árbol del año, sin andarnos por las ramas. 
    @RodrigoBurgosOr