Ortega Lara: 23 años de la infamia

DB
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Recordamos, minuto a minuto, la entrada de la Guardia Civil a una fábrica de Mondragón donde se escondía el miserable cubículo en el que fue torturado durante 17 meses José Antonio Ortega Lara. Fue el secuestro más largo de ETA

El funcionario es trasladado desde las inmediaciones del zulo a Intxaurrondo, donde se reuniría con su mujer. - Foto: Luis López Araico

Hace justamente hoy 23 años, la noticia sorprendió a todos. En la madrugada del primero de julio de 1997 Ortega Lara era liberado por efectivos de la Guardia Civil tras 532 días de cautiverio. Era el final de un sinuoso camino de investigación en el que estuvieron a punto de abandonar al final del mismo. Así fueron los últimos minutos, recogidos en este mismo periódico cuando se cumplía una década desde la liberación.

Avanzan a un segundo habitáculo y se topan con carteles de la banda terrorista, con un ventilador, altavoces y más documentación. En una de las paredes hay una puerta de un viejo frigorífico, a la que han instalado dos candados que rompen. Con sus linternas barren la oscuridad. Sobre el camastro, Ortega Lara gira su cuerpo hacia la pared. Al ver los pasamontañas, cree que son sus captores que entran para rodar un nuevo vídeo. Encoge su cuerpo aún más. En esa postura fetal, en la que el secuestrado ha pasado las últimas semanas, manifiesta con un hilillo de voz su última queja. «No tengo miedo. Dejadme en paz. Matadme de una vez».

Los agentes intentan tranquilizarle, pero el funcionario se incorpora de la hamaca y se coloca en un rincón. No quiere salir. A pesar de sus palabras, está atemorizado. Es la primera vez, a lo largo de 532 días, que entran en el zulo a esas horas. Con la mirada extraviada es incapaz de discernir. Intenta dirigirse hacia uno de los agentes pero con un gesto brusco regresa de nuevo junto a la pared. En unos segundos comprende que quienes ésta vez han accedido al zulo no son sus secuestradores sino miembros de la Guardia Civil. Los ha estado esperando. Pero cuando está a punto de recobrar su libertad se resiste.

Ortega Lara, en el balcón de su casa horas después de su liberación. Ortega Lara, en el balcón de su casa horas después de su liberación. - Foto: Lorenzo Matías

Al cabo de la UEI le cuesta convencerle. Ortega sólo hilvana frases incoherentes. Habla muy despacio. Está preocupado por la humedad, por el ventilador, por el aire. Una tortura difícil de explicar. El cabo asiente y escucha. Mientras, en el exterior han apagado todas las luces. Con infinita paciencia, intentan tranquilizarle. No derrama ni una sola lágrima. Pregunta qué día es. «30 de junio», responde el agente, mientras comprueba al cogerle el brazo que es puro hueso. Sin embargo, el funcionario le hace rectificar y le comenta que es 1 de julio porque ya es un nuevo día.

Con movimientos lentos y la mirada perdida, el funcionario comienza a vestirse. Sobre el esquijama se pone una bufanda negra y un chandal rojo que guarda en un neceser de plástico. Aún le cuesta articular las palabras. En ese agujero inmundo choca el cuidado y el mimo con el que se pone la misma ropa que ha usado durante todo el secuestro. Después las gafas, que tiene sobre un taburete. No las ha utilizado en las últimas semanas. (...). Apenas puede mantener el equilibrio cuando traspasa por vez primera la puerta del cubículo. Mientras la linterna enfoca sus pasos, él se detiene a mirar todo lentamente. Antes, han sacado las pistolas y la expectación en la fábrica aumenta.

Más fotos:

Acceso al infrahumano zulo.
Acceso al infrahumano zulo. - Foto: DB
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José Antonio rechaza la ayuda del segundo guardia civil. Quiere salir de aquel agujero por su propio pie. Cuando asoma la cabeza por la trampilla retrocede y se encierra de nuevo en sí mismo. Se resiste a salir. Le asusta enfrentarse a un mundo que ha dejado atrás hace tantos meses. No tardan mucho en convencerle. El cabo de la UEI sale primero, extiende su mano y le ayuda a subir. Ortega Lara está fuera (...).